miércoles, 23 de octubre de 2019

Se han equivocado, señora ministra / Alfonso Ussía *

Ha dicho la señora ministra Dolores Delgado, la más pija de las antiguas alumnas del colegio Alameda de Osuna, remanso de Baltasar Garzón, divertida comensal sobre los manteles de Villarejo, acuñadora del contundente «maricón» dedicado a su compañero de Gobierno Fernández Marlaska, ha dicho –repito–, que la exhumación del cadáver de Franco significa la «primera victoria de la España vencida». Su frase, solemne y pedante, es una sandez, señora ministra.

Vencer a unos huesos que llevan alejados de la vida 44 años, no es una victoria. Es, en el caso que nos ocupa, una derrota del sentido común. Con esos huesos que ustedes, con la inestimable colaboración de una Santa Sede liderada por un peronista montonero y de un Arzobispo de Madrid más blando y melifluo que una gominola de kiwi, han demostrado su ilimitada cobardía. Una victoria jamás es cobarde. 
 
Por otra parte, ustedes con su torpeza, han resucitado a quien vivió sobre esos huesos. Profanan un enterramiento custodiado por la Iglesia en una basílica, violan la «res sacra», y deciden, sin la autorización de su familia, donde esos huesos van a ser inhumados. Y hablan de la primera victoria de la España vencida. 
 
Sabemos que otro, y muy diferente, es el objetivo de este combate contra un muerto. El objetivo mide más que la tumba, se alza sobre el valle de Cualgamuros y representa lo que Tierno Galván, que era un intelectual de la izquierda culta, definió como el «símbolo de la paz». Me refiero a la Cruz, Dolores Delgado, mucho más grande que aquella que llevaba sobre su pecho el Padre Bartolomé Fernández Vicens y Fiol, su director espiritual en el colegio Alameda de Osuna. –Dolores, Dolores, no me seas traviesa y no te distraigas durante las oraciones, que siempre estás con la cabeza a pájaros–. –Sí, Padre, lo intentaré–.

Explíqueme la «victoria», señora ministra. En casi dos años, la única obsesión como Presidente del Gobierno de Pedro Sánchez ha sido la de desenterrar unos huesos de un lugar para enterrarlos en otro. Conozco hechos históricos infinitamente más brillantes. Su «victoria», señora ministra, es una birria. Y una buena parte de los militantes, votantes y simpatizantes socialistas consideran que esa «primera victoria de la España vencida» es una farsa, una venganza de nenaza, una fruslería. 
 
Cuando Franco murió, usted era una niña rica, guapa y ajena a tanta tontería. La tontería la ha ido aumentando en los años que otros ensanchan su experiencia, su inteligencia y su sentido común. Es lo que sucede cuando su cargo depende de un intruso en la política, de un rencoroso obsesivo que cree haber vencido por haber derrotado a un muerto. Y se han equivocado, señora ministra. Mingorrubio se va a convertir en el epicentro de las visitas de aquellos que nunca fueron franquistas y ustedes se han inventado. 
 
Son ustedes los creadores del franquismo renovado, de los hijos de aquellos que, a favor o en contra, vivieron durante su mandato. Los huesos de Franco estaban muy bien enterrados en el Valle de los Caídos, olvidados por sus partidarios y sus detractores. Hasta que llegó Zapatero y abrió las heridas cicatrizadas. Hasta que llegó Rajoy, y permitió con su mayoría absoluta que la Ley del Odio se mantuviera vigente. Hasta que llegó Sánchez, y decidió que su política de futuro para España se reducía a sacar un cadáver de Cuelgamuros y llevarlo hasta Mingorrubio. 
 
Sucede que detrás de todo eso, lo que molesta es la inmensa Cruz que da cobijo y sombra a más de 30.000 caídos en la Guerra Civil, huesos de nacionales y republicanos, reunidos en el descanso para recordarnos hasta qué límite son capaces de alcanzar los resentimientos.

No, señora ministra. Su victoria no es pírrica, sino inexistente. Otra cosa es la sentencia del Supremo contra los golpistas del separatismo catalán, que tan bien se lleva con ustedes. Ahí sí han ganado. Lo malo es que esa victoria no será para los vencedores o los vencidos. Todos los españoles hemos sido derrotados por una Justicia estercolizada. Piénselo, señora ministra.
 
 
 
(*) Columnista

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