Una democracia
parlamentaria está al borde del colapso cuando la investidura del
presidente del Gobierno deja de ser un punto de partida y se convierte
en un punto de llegada. La investidura no es un fin en sí misma.
Es el
primer paso para poder aplicar un programa de Gobierno durante la
legislatura. La investidura es el presupuesto inexcusable para que la
democracia parlamentaria pueda operar. Pero es solamente el presupuesto.
No es la finalidad.
Desde las elecciones generales
del 20 de diciembre de 2015 esto es lo que está ocurriendo en España. La
investidura se ha convertido en un fin en sí misma. No para poder
gobernar a continuación, sino para evitar la repetición de las
elecciones.
En 2016 se forzó la interpretación del artículo 99 de la
Constitución al no aceptar Mariano Rajoy el encargo de formar Gobierno,
se ensayó una investidura por Pedro Sánchez con un acuerdo con
Ciudadanos que fracasó y se repitieron las elecciones en el mes de
julio.
A continuación, Mariano Rajoy fue investido presidente del
Gobierno, pero con una mayoría relativa alcanzada mediante la abstención
del PSOE. El coste de la investidura fue no disponer de una mayoría
parlamentaria de Gobierno. Mayoría de investidura sí, mayoría de
Gobierno no.
Para Mariano Rajoy esa solución era aceptable, porque el
PP había estado gobernando desde 2011 con mayoría absoluta y había
conseguido imponer la interpretación legislativa y presupuestaria más
reaccionaria de la Constitución desde su entrada en vigor en 1978.
Reforma laboral, ley mordaza, tibieza en la aplicación del programa
contra la violencia de género, vaciamiento de la hucha de las pensiones,
desactivación de la ley de dependencia, enseñanza concertada frente a
la enseñanza pública, reducción de becas, degradación del sistema de
ciencia y tecnología, desarrollo más restrictivo posible del principio
de estabilidad presupuestaria impuesto mediante la reforma del artículo
135 de la Constitución, control del Consejo General del Poder Judicial y
política sectaria de designación de jueces y un larguísimo etcétera. La
interpretación de la Constitución actualmente vigente es la más
reaccionaria de todas las posibles.
Mariano Rajoy
accede al Gobierno en 2016 con un programa negativo. Su objetivo es que
la mayoría parlamentaria que tenía en contra no pudiera desactivar la
interpretación de la Constitución que él había impuesto con su mayoría
absoluta. Con esto era suficiente. Y lo consiguió.
El
punto débil es que en el Congreso de los Diputados había una mayoría
contraria que podía activar una moción de censura, como efectivamente
ocurrió.
Pedro Sánchez se encuentra ahora en una
posición similar a la que se encontró Mariano Rajoy tras las elecciones
de diciembre de 2015. Con una ventaja y con un inconveniente.
La
ventaja consiste en que en el Congreso de los Diputados actual no hay
una "mayoría de censura". Si Pedro Sánchez es investido, será imposible
desalojarlo mediante la aprobación de una moción de censura.
El
inconveniente es que Pedro Sánchez necesita tener y poner en práctica
un programa en positivo. Tiene que desactivar la interpretación de la
Constitución que impuso el PP desde 2011 y que sigue tal cual.
Por eso
es absurdo que esté pidiendo al PP y Ciudadanos que se abstengan. PP y
Ciudadanos están contentos con el ordenamiento jurídico español tal como
está ahora mismo y están radicalmente en contra de cualquier revisión
del mismo desde la izquierda.
Pedro Sánchez necesita
una mayoría "positiva", que le permita gobernar, que le permita derogar
la reforma laboral, la ley mordaza y un larguísimo etcétera. Y esa
mayoría positiva solamente la puede conseguir con el concurso activo de
Unidas Podemos. No solamente de Unidas Podemos, pero de Unidas Podemos
de manera imprescindible.
En conseguir ese concurso
activo es en lo que Pedro Sánchez debería estar centrado. Él es quien va
a dirigir políticamente el país y es él el que tiene que acumular las
fuerzas necesarias para poder hacerlo.
No es él el que se tiene que fiar
de los demás o exigir de los demás que le suministren pruebas de que
son fiables. Tiene que conseguir que los demás se fíen de él. Porque él
es la figura decisiva en la dirección del Estado. Los demás están y
pueden dejar de estar. Él es el que nunca pueda faltar. Va a necesitar
el concurso de mucha gente, pero todos bajo su dirección.
Me
temo que lo está poniendo muy difícil para que los demás en general y
Unidas Podemos en particular se fíen de él. Y si no rectifica, aunque
consiga la investidura, fracasará en el Gobierno. Pedro Sánchez necesita
que su mayoría de investidura sea mayoría de gobierno. De no ser así,
el Gobierno será formalmente de izquierda, pero seguirá vivo el legado
de la derecha que impuso Mariano Rajoy con su mayoría absoluta.
El fracaso de la izquierda será inocultable y las consecuencias serán devastadoras.
(*) Catedrático de Derecho Constitucional
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