Me llama la atención que Luis María Anson o Francisco Marhuenda le hagan tanto la pelota últimamente a Podemos. “Las razones de Iglesias
para participar en el Gobierno no derivan del voluntarismo político.
Están ahí claras y coherentes. Las respalda el sentido común”, repite
Anson desde hace semanas cada vez que tiene oportunidad.
Y lo adorna: “
Se comprende –ha reiterado en varios foros- que a Sánchez le preocupe
tenerle al lado (al líder de Podemos) porque en cualquier momento se lo
puede merendar con patatas a las finas hierbas. Iglesias cabe en la
monarquía de todos y me parecen lamentables las campañas de unos y otros
para excluirle y lincharle.”
Marhuenda, por su parte, cree, y así lo ha dejado dicho y escrito,
que Pablo Iglesias hace bien en no querer que el PSOE solo le ofrezca
floreros en su Gobierno y que pida el tercio que le corresponde en
función de la representación que obtuvo.”
A ver que yo me aclare: ¿se marchan por la puerta Errejón, Bescansa, Teresa Rodríguez o Kichi
y entran por la ventana Marhuenda y Ansón a dorar la píldora con el
incensario en la mano? ¿Qué está pasando aquí? Nunca me gustaron las
lisonjas de los adversarios políticos. Si, como dijo alguien, el halago
debilita, en este caso tal expresión parece más acertada que nunca. Este
tipo de amores solo puede acabar desconcertando a un electorado de
izquierdas que, cada vez más desmotivado, volverá a quedarse en casa si
hay nuevas elecciones poniéndole así en bandeja a Casado, Rivera y Abascal instaurar el trifachito en el gobierno de la nación.
Al paso que vamos, a los llantos sin consuelo por no haber sabido
defender Madrid (Ayuntamiento y Comunidad), Murcia o Andalucía,
acabaremos sumando la pérdida de la Moncloa. Tiene que ser posible
ponerse de acuerdo y ceder –unos y otros-, por mucho que sagaces
próceres de la derecha digan al oído justo lo que se quiere oír, que
mire usted por donde, a lo mejor no es lo que más conviene para acercar
posturas y buscar soluciones entre Podemos y un PSOE cuya soberbia
invita a deducir que viven en otro mundo, que han perdido la
perspectiva.
Porque si no hay acuerdos, ¿qué nos espera? Volverán los indignados a
las plazas, dicen. No, perdonen ustedes, indignados seguimos porque no
ha habido motivos para dejar de estarlo. Lo que haremos será volver a
ocupar las calles como no teníamos que haber dejado de hacer nunca,
porque los de que de verdad mandan ni se han inmutado y ahí continúan,
relajados y fumándose un puro, a la espera de que en la izquierda
terminen de destrozarse los unos a los otros, habilidad esta
sobradamente demostrada a lo largo de la historia.
Resulta desalentador comprobar cómo se escapa la oportunidad de
conformar un gobierno de izquierdas cuando la tienes al alcance de la
mano. Madre mía, pero si esto es histórico, ¿cómo puede ser que no se
encuentre el camino para rematar la faena? No, Pedro Sánchez, las uvas
no están verdes como en aquella fábula de Esopo, están a
punto, ahí, colgando de la parra, solo hay que atreverse a dar el salto
con un poquitín de audacia y cogerlas de una vez por todas.
Claro que
igual te parece excesivo esfuerzo y prefieres que te traigan un
banquito, en forma de nuevas elecciones, cuyos resultados (según
vaticinan cuestionables encuestas) te permitan subirte a él y alcanzar
así el racimo con mayor comodidad. ¿Que el precio es derechizarte más
todavía de lo que ya estás? Tampoco da la impresión de que esto vaya a
preocuparte demasiado, ¿verdad?.
Somos muchos más de la mitad del censo los que no queremos que el
país se derechice. Pero, maldita sea, o no encontramos la manera de
evidenciarlo en las urnas, o cada vez que votamos lo hacemos de tal modo
que quienes reciben nuestro mandato no saben -o no quieren saber- qué
demonios hacer con él para traducirlo en pactos que las matemáticas y la
mentalidad práctica hacen perfectamente posibles. Una falta de respeto a
los ciudadanos en toda regla, porque tienen la obligación de encontrar
la manera de ponerse de acuerdo.
Mientras tanto Marhuenda y Anson ahí siguen, con su apasionado abrazo
del oso, defendiendo a Podemos y frotándose las manos en la intimidad
cada vez que ven más cercana la probabilidad de que la izquierda, fiel a
su tradición, acabe despedazándose como siempre tras haberse ilusionado
como nunca.
(*) Periodista
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