El candidato del PP a la presidencia de
la Comunidad (categoría en la que se estrena a pesar de ser presidente)
no quiere venir al debate electoral convocado por La Opinión para la
próxima semana, y está en su derecho, allá él, oye. Pero ayer me conecté
al streaming para seguir el que celebró el colega de la mañana, La
Verdad, al que López Miras había anunciado que se dignaría asistir, y no
lo vi.
Estaba allí, no era un holograma, pero se le percibía, nada más
empezar, contando los minutos que le quedaban para volver a casa a
cuidar de sus perros, confiado en que el resto de candidatos resolvieran
el asunto con sus propias querellas.
Tal vez su entrenador era algún
fan de Neruda, y le transmitió, como éste a su amante, aquello de «me
gustas cuando callas porque estás como ausente». El líder máximo
(sobrevenido por carambola, eso sí) del todopoderoso PP estaba como
ausente. Llevó un papelito con las Tablas de la Ley, una relación
numerada de propósitos generalistas y buenistas, algo así como los
epígrafes del Catecismo Ripalda, y lo enarboló como si fuera el mapa del
tesoro para ofrecerlo a la candidata de Ciudadanos, Isabel Franco, a
modo de pacto de Gobierno, de tal modo que si ésta no lo aceptara se
descubriría su complicidad secreta con los socialistas y comunistas,
jerga que al menos en ese foro no empleó, pues el espacio universitario
merece un respeto intelectual, incluso aunque sea por inducción.
Después
dijo que sobre la Región tenía «cuatro ideas», y a los espectadores ya
nos parecían demasiadas para venir de quien venían. El colofón consistió
en presumir, literalmente, de que «yo he creado 90.000 empleos en la
Región», como si fuera Amancio Ortega y los hubiera firmado en persona.
El
debate que yo vi lo ganaron Isabel Franco y Oscar Urralburu, cada uno
para su clá. La primera tuvo más mérito, porque todos iban a por ella, y
se defendió con tino y clase, si bien le salió el inexplicable 'y tú
más' en la respuesta directa a la cuestión de las primarias que la
designaron candidata.
Su dominio del espacio la llevó en algún momento a
aparecer como candidata y moderadora a la vez, y estuvo respondona a
derecha e izquierda, deshaciéndose simultáneamente de los incómodos
aliados que se le 'pegaban' para darle a ella la razón cuando les
convenía. Y todo esto, aguantando el tipo, sin acritud, e introduciendo
espontáneamente recursos emocionales. La Franco es de cuidado, y todavía
está tomando tierra, así que, ojo.
Diego
Conesa se comportó como es, es decir, demasiado correcto; lo entorpece
su exigencia de ser explicativo y dialéctico cuando el personal lo que
espera de él son zascas. Pero esas reacciones no le van, está claro. En
realidad, parecía el presidente, tal vez favorecida esa impresión por
estar situado en el foco central y, sobre todo, por el hecho de que el
verdadero presidente no representaba el papel.
Ahora
se entiende bien que a López Miras no le gusten los debates, pues solo
es capaz de afrontarlos desde una prepotencia que al PP ya no le va.
Pretende, además, que la gestión escaneable de su partido se reduzca a
sus 'dos añitos' de gestión, en los que no ha conseguido espigar más que
como un dirigente protestón y victimista, en el que la culpa de lo que
no le sale la tienen los demás. Digamos que a los efectos de debatir con
seriedad no se le echará de menos allí donde no acuda, pues incluso
donde acude es como si no estuviera.
(*) Columnista
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