miércoles, 15 de mayo de 2019

¿Dónde está López Miras? / Ángel Montiel *

El candidato del PP a la presidencia de la Comunidad (categoría en la que se estrena a pesar de ser presidente) no quiere venir al debate electoral convocado por La Opinión para la próxima semana, y está en su derecho, allá él, oye. Pero ayer me conecté al streaming para seguir el que celebró el colega de la mañana, La Verdad, al que López Miras había anunciado que se dignaría asistir, y no lo vi. 

Estaba allí, no era un holograma, pero se le percibía, nada más empezar, contando los minutos que le quedaban para volver a casa a cuidar de sus perros, confiado en que el resto de candidatos resolvieran el asunto con sus propias querellas. 

Tal vez su entrenador era algún fan de Neruda, y le transmitió, como éste a su amante, aquello de «me gustas cuando callas porque estás como ausente». El líder máximo (sobrevenido por carambola, eso sí) del todopoderoso PP estaba como ausente. Llevó un papelito con las Tablas de la Ley, una relación numerada de propósitos generalistas y buenistas, algo así como los epígrafes del Catecismo Ripalda, y lo enarboló como si fuera el mapa del tesoro para ofrecerlo a la candidata de Ciudadanos, Isabel Franco, a modo de pacto de Gobierno, de tal modo que si ésta no lo aceptara se descubriría su complicidad secreta con los socialistas y comunistas, jerga que al menos en ese foro no empleó, pues el espacio universitario merece un respeto intelectual, incluso aunque sea por inducción. 

Después dijo que sobre la Región tenía «cuatro ideas», y a los espectadores ya nos parecían demasiadas para venir de quien venían. El colofón consistió en presumir, literalmente, de que «yo he creado 90.000 empleos en la Región», como si fuera Amancio Ortega y los hubiera firmado en persona. 

El debate que yo vi lo ganaron Isabel Franco y Oscar Urralburu, cada uno para su clá. La primera tuvo más mérito, porque todos iban a por ella, y se defendió con tino y clase, si bien le salió el inexplicable 'y tú más' en la respuesta directa a la cuestión de las primarias que la designaron candidata. 

Su dominio del espacio la llevó en algún momento a aparecer como candidata y moderadora a la vez, y estuvo respondona a derecha e izquierda, deshaciéndose simultáneamente de los incómodos aliados que se le 'pegaban' para darle a ella la razón cuando les convenía. Y todo esto, aguantando el tipo, sin acritud, e introduciendo espontáneamente recursos emocionales. La Franco es de cuidado, y todavía está tomando tierra, así que, ojo.

Diego Conesa se comportó como es, es decir, demasiado correcto; lo entorpece su exigencia de ser explicativo y dialéctico cuando el personal lo que espera de él son zascas. Pero esas reacciones no le van, está claro. En realidad, parecía el presidente, tal vez favorecida esa impresión por estar situado en el foco central y, sobre todo, por el hecho de que el verdadero presidente no representaba el papel. 

Ahora se entiende bien que a López Miras no le gusten los debates, pues solo es capaz de afrontarlos desde una prepotencia que al PP ya no le va. Pretende, además, que la gestión escaneable de su partido se reduzca a sus 'dos añitos' de gestión, en los que no ha conseguido espigar más que como un dirigente protestón y victimista, en el que la culpa de lo que no le sale la tienen los demás. Digamos que a los efectos de debatir con seriedad no se le echará de menos allí donde no acuda, pues incluso donde acude es como si no estuviera.


(*) Columnista



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