No, no es cierto. No
es verdad que José Luis Mendoza (A.K.A. El Cardenal) haya pedido el
voto para Vox, pero visto lo visto con su penúltima salida de pata de
banco contra el gobierno municipal del pío Ballesta (PP) y el autonómico
del inconsistente López (PP, igualmente), ¿qué van a hacer con su
papeleta el 26 de mayo los muchos partidarios, correligionarios kikos y
opusdeístas, paniaguados añadidos, empleados a sueldo y corifeos
espontáneos que ese cardenal cartagenero tiene en esta su santa Región?
Un
silogismo puede venir al caso. Si soy católico de los de verdad y mi
partido de toda la vida es el PP; si hay una nueva formación mucho más
ardiente en la defensa de los principios inamovibles de la sociedad
cristiana (sin lo de judeo, por favor); y si el máximo representante de
la institución católica privada por excelencia en la región critica
duramente al primero: ergo ¿qué hago con mi voto en las próximas
elecciones? Pues eso.
Dejando aparte el cinismo extremo del cardenal
cuando critica a un partido, el mal llamado Popular, que ha sido
durante 25 años su sostén, su favorecedor, su consentidor, su promotor
e, incluso, su proveedor de nombres ilustres para su profesorado, hay
que fijarse en las consecuencias políticas de su rapapolvo.
Como el cardenal
será lo que sea, pero tonto no es, ha escogido con premeditación y
alevosía el momento en el que hacer su diatriba vitriólica: en vísperas
de generales y autonómicas. No parece que semejante cosa pueda caer
fácilmente en el olvido y el cardenal y el PP, el PP y el cardenal, vuelvan a ser felices y comer perdices cuando termine la cuaresma tras el santo carnaval que nos ocupa ahora.
Anda
cabreado su ilustrísima con el maltrato que el partido gobernante le
dispensa. ¡Válgame dios! Parece que el dueño de la UCAM piensa que puede
hacer de su capa un sayo, es decir, lo que le salga de las narices con
las normas urbanísticas. Por eso edificó varias instalaciones ilegales e
imposibles de legalizar porque pisotean las normas urbanísticas
vigentes en el municipio capitalino. Tal y como ya advirtió la Fiscalía,
que ahora se apresta a sentar al cardenal en el banquillo.
También
hay que tener en cuenta que todo esto no pasaría si los distintos
equipos municipales que han pasado en los últimos años peperos por la
Glorieta hubieran hecho la vista gorda, o gordísima, a los tejemanejes
de los empleados de Mendoza con planos y normas de ordenación. Cosa de
la que no pueden alegar ignorancia porque, aunque en el ayuntamiento
miraran para otro lado, Huermur denunciaba infatigablemente los
desaguisados una y otra vez desde que se iniciaron.
El caso es que recién ahora el cardenal
se mosquea ante la inminencia de la imputación y carga contra sus
benefactores de tanto tiempo, sin reparar ––¿o sí–– en que está
alentando objetivamente ––como expresaría algún miembro de cualquier
politburó–– a la grey católica a cambiar su voto por aquellos que
representan auténticamente las esencias derechistas. O sea, los de Vox.
Aliento
que, dicho sea de paso, tampoco es que fuera muy necesario dado que los
votantes del PP están adquiriendo la condición de “ex” pasándose por
miles a engrosar la prietas, recias y marciales filas de las escuadras
de Vox. Recuperan así su lugar natural en el espectro político: la
extrema derecha. Pues es sabido que no solo en Murcia y Cartagena, pero
aquí más que en ningún otro sitio, sino también en España esa
radicalidad diestra encontraba cobijo y etiqueta identificativa bajo la
bandera "popular".
Puede resultar, entonces, que el cardenal
esté errando el tiro con su acerva crítica, porque le va a ser difícil
encontrar una formación que favorezca más que el PP a la santa
institución que posee y preside así en la tierra como en el cielo. Los
calentones tienen ese problema: se tira sin apuntar bien. Pero no
llegará la sangre al río. Si vuelve a gobernar el PP, los puentes se
recompondrán rápidamente, a pesar de que unos cuantos votos hayan ido al
saco de Vox gracias a la incontinencia verbal de su eminencia.
Lo difícil será convencer a la Fiscalía de que el cardenal
se ha ceñido escrupulosamente a la legalidad vigente y, finalmente, no
haya de sentarse donde no quiere y se mantenga de pie. Pero, bueno,
además de París siempre le quedarán los jueces suficientes como para
sobreseer la causa por cuestiones procedimentales. Vale.
(*) Periodista
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