Hace algún tiempo que quiero escribir un
artículo de esos que sus posibles lectores calificarían de elogioso
sobre el presidente de la Comunidad, Fernando López Miras. Con
frecuencia, los dedos se me hacen aguas ante el teclado, pero justo
cuando voy a empezar a redactarlo llega un teletipo o un vídeo que me lo
desaconseja, pues contradice radicalmente mi propósito.
En
realidad, mi intención no es tanto hacer un elogio de López Miras como
advertir a sus adversarios de que se equivocan si lo menosprecian. A él
mismo se lo advertí personalmente cuando me señaló algunas deficiencias
evidentes de sus competidores: «Ellos también te tienen por un político
menor, y esa es tu ventaja, pues te menosprecian; pero si haces lo mismo
con ellos, la sorpresa te la puedes llevar tú».
López
Miras, advierto, no es lo que parece a primera vista. Es catedrático en
la ciencia de la Práctica Política. Ha tenido un buen mentor, PAS, y
éste, a su vez, otro, Valcárcel, pero sobre todo ha hecho un trabajo de
campo en la estructura del partido que lo ha entrenado para las altas
competiciones. Se lo sabe todo, lo cual le permite administrar los
tiempos, componer equipos incluso despreciando piezas aparentemente
fundamentales y preservarse con una leal escudería.
Los
esquemas básicos de la política interna de su partido se los sabe mejor
que la tabla del nueve. Y no solo eso. También conoce los resortes que
hay que pulsar para levantar al electorado clásico, frente a quienes le
aconsejan que actualice el discurso y proponga políticas de ruptura con
los desmayados mantras que hasta hace unos años hacían germinar los
votos para el PP. Cuando desde la oposición o desde la prensa se señala
esa cansina vía en la que incurre, él suele replicar que sabe lo que
hace. A efectos electorales, es posible.
Pero
hay algo que a López Miras no le acompaña. No es gracioso. No
importaría que no lo fuera, pero es que pretende serlo. Y esto es grave.
Muy grave. Valcárcel, que no aspiraba a ser gracioso, practicaba una
cierta ironía sádica, muy competente. Todas aquellas retóricas
decimonónicas al estilo de «no es menos cierto que», la nuez elevada, la
voz grave y puesta en falsete para enunciar alguna falsa
trascendentalidad («una gota de agua es una gota de vida», y en ese
plan), y aquellas imposturas cínicas a sabiendas de que lo eran, pero
para las que contaba con plena impunidad. Valcárcel 'vestía el cargo',
portaba trajes a medida y daba confianza a las abuelas.
Sin
embargo, ni PAS en su día, ni López Miras ahora, disfrutan de esa
planta. El primero bromeaba fuera de foco con su imagen de 'gordito
calvo', y el segundo admite en petit comité que su físico no le ayuda.
Esto parece una tontería, incluso en tiempos en que nadie ha desmentido
que una de las causas que le manifestaron al actual portavoz de
Ciudadanos en Lorca para no repetir candidatura es que no se adapta a un
estándar físico, sea éste el que sea.
Pero si alguien asume de entrada
que carece de las cualidades exigibles para pasar el cásting del Club de
la Comedia, lo más lógico es que intentara preservarse de que lo
grabaran en vídeo haciendo el chorra en plan patriótico sobre una
tarima, porque en ese oficio siempre gana un tal Abascal, que cumple con
más tronío.
Si la técnica del
mitin reproduce a Gaby, Fofó y Miliki, ya tienes adelantada la
respuesta: te tacharán de payaso, y en la versión peyorativa. Por lo
demás, no hay ninguna necesidad de exhibir que tu público cautivo acepta
una forzada infantilización.
López
Miras tiene malos consejeros porque nadie le dice que es mortal.
¿Quién, bien pagado en San Esteban, y sobre todo ahora, se atrevería a
advertirle de que no debiera hacer mítines de partido en actos
institucionales, tal y como se prodiga, o que no es aconsejable que se
despendole en los mítines ante sus partidarios como si se tratara de
fiestas de fin de curso posteriores a la resaca del acto oficial?
Se
trata del presidente de la Comunidad, al menos todavía, un presidente de
circunstancias, hay que recordar, y debiera labrarse el prestigio y la
continuidad validada por las urnas manteniendo una imagen pública que
consolidara un adecuado perfil para esa función. Cuando alguien sale al
ruedo político para limitarse a dar vivas a España, la deducción más
lógica del espectador es que el espontáneo no tiene nada más que decir.
Y
siempre es preferible escuchar ese mensaje en una verbena en la versión
de Manolo Escobar. Al menos es más divertido y no produce vergüenza
ajena.
Las campañas
electorales existen para captar votos, no para disuadir a los
potenciales votantes. Es lo que debiera rezar en la primera línea de
cualquier argumentario de campaña. Si el tono del PP va a consistir en
la reincidencia de shows, transmitidos por móvil, en que se exhibe la
voluntaria demolición pública de un candidato que se empeña en impedir
la identificación de sus cualidades políticas, que las tiene, al
irrumpir constantemente con espectáculos bochornosos, es probable que
hasta los amigos del CEMOP se vean obligados a reducir todavía más las
expectativas de supervivencia de ese partido.
Ya
digo que llevo un tiempo tratando de escribir un artículo, de esos que
se consideran elogiosos, sobre López Miras a fin de intentar matizar la
caricatura que sus adversarios suelen hacer de él, y esto aunque solo
fuera para advertirlos de que no están ante un competidor pequeño. Pero
López Miras, con sus reiteradas actuaciones, no me deja escribirlo.
(*) Columnista
No hay comentarios:
Publicar un comentario