El Consell per la República, el instrumento político del president en
el exilio, Carles Puigdemont, y de los consellers que lo acompañaron a
raíz de la disolución del Govern por el 155 —Toni Comín, Clara Ponsatí y
Lluís Puig (Meritxell Serret tiene otras funciones como delegada del
Govern en Bruselas)— inició este sábado su andadura en la capital
comunitaria.
Lo ha hecho con retraso, en parte explicable por la
complejidad del exilio y la detención de Puigdemont la pasada
primavera en Alemania, pero también por las diferencias entre las
dos grandes formaciones del independentismo, Junts per Catalunya (que
subsume al PDeCAT) y Esquerra Republicana.
El aniversario de la proclamación de la república en el Parlament, el
27 de octubre, marcó un cierto cambio de rasante en las relaciones
entre las dos formaciones, y el inicio de la huelga de hambre de cuatro
de los presos políticos ha servido, en la práctica, para que cierren
filas ERC y JxCat, pese a los desencuentros iniciales que se produjeron
por sus diferentes puntos de vista.
Ahora, la política catalana mira
sobre todo al 21 de diciembre, la próxima fecha en el calendario, en que
se cumplirá el aniversario de la victoria electoral y que el Gobierno
ha querido empañar celebrando un Consejo de Ministros en Barcelona, una
iniciativa absolutamente extemporánea y que puede acabar siendo un
auténtico problema para Pedro Sánchez.
El Consell per la República tiene mucho trabajo por delante. Ya solo
con la internacionalización de un conflicto que se juega en muchos
escenarios, pero de una manera especial en los países de la Unión
Europea, la agenda es interminable.
Además, con la mirada puesta en el
juicio de los presos políticos en el Tribunal Supremo, el próximo mes de
enero o febrero, en principio, el Consell per la República puede asumir
la parte del trabajo que no acabe realizando el Govern.
En resumen, la iniciativa política de Puigdemont, como se verá a
medida que avance el tiempo, no es un actor menor en el complejo mundo
de la política catalana. Querer verlo de otra manera es desconocer el
pasado reciente y pensar que la política catalana transcurrirá mucho
tiempo más en la tensa calma en la que se ha situado estos últimos
meses.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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