Todo el mundo pudo ver y escuchar el
pasado miércoles al presidente del gobierno en el Parlamento diciendo al
PDeCat y ERC "traigan una propuesta política que tenga el 75%" de
apoyo" (al Parlamento, es de suponer) "y nosotros la valoraremos".
"Valorar" no quiere decir aprobar o aplaudir o aceptar. Pero, al menos,
quiere decir considerar, tomársela en serio. No obstante, el presidente
aconsejaba, paternalista, a estos jóvenes exaltados: "Pero primero hagan sus deberes y busquen un acuerdo".
A su parecer, sin duda, conseguir un 75% de apoyo en Catalunya a alguna
propuesta de los indepes debe de ser tarea hercúlea. Por eso recomienda
a PDeCat y ERC buscar un acuerdo, sin duda con la población no
secesionista, ya que pedirlo entre ambos, que lo están de antemano, es
absurdo hasta para Sánchez. Y, como este supone que un 75% de acuerdo en
Catalunya por la independencia es imposible (aunque esté por ver), el
problema queda limpia y elegantemente resuelto.
Lo malo (o bueno, según se mire) es que ese acuerdo ya existe, tiene un apoyo del 80% y
se ha presentado en repetidas ocasiones no obteniendo otra respuesta
que el 155 y una permanente amenaza de estado de excepción de hecho.
Sobre ello editorializa asimismo Ara con mucho tino afirmando que
el consenso que reclama Pedro Sánchez ya existe.
Por tanto, la pregunta
es, ¿por qué no hace lo que dice? Si pide un acuerdo del 75% y lo tiene
del 80%, debe valorarlo. Valorar la realización del referéndum que
piden ocho de cada diez catalanes. Sin duda la valoración será negativa y
de rechazo. Pero tendrá que decir por qué. ¿Por qué no pueden hacer los
catalanes lo que hicieron los quebequeses y escoceses?
Y
ahí está el problema, en que el gobierno, el Estado, no tiene razones
convincentes para oponerse al referéndum salvo una y esa no puede
confesarse pues es el temor a perderlo.
La encuesta que publica Ara,
que trae también datos apabullantes en cuanto al rechazo popular a la
represión, mantiene el apoyo a la independencia en el 47,7%, más o
menos, el porcentaje de las elecciones del 21 de diciembre de 2017. No
se ha movido gran cosa. No habría de haber temor al referéndum. Pero una encuesta del Institut de Ciències Polítiques i Socials que ha hecho GESOP da un 59,6% en favor de la independencia en una consulta ahora mismo.
Con
estos datos sobre la mesa es claro que el Estado no aceptará un
referéndum de autodeterminación en ningún caso. Es más, está dispuesto a
hacer lo que sea, hasta trasladar 9.000 piolines a Barcelona para un
pic-nic deel consejo de ministros, a ver si se arma un bochinche y se
puede intervenir, suspender, cerrar, clausurar, inhabilitar y, llegado
el caso, encarcelar a quien corresponda para restaurar la normalidad en Catalunya. La verdadera y tradicional normalidad de Catalunya bajo la dominación del Estado español.
Es
esencial, por tanto, que la resistencia del independentismo en todo el
país sea pacífica, absolutamente no violenta. Que la razón de la fuerza
no pueda vencer a la fuerza de la razón. Que no se dé pretexto al Estado
para imponer por la violencia un orden que la mayoría del electorado
rechaza.
La
entrevista de los dos presidentes es prescindible a fuer de ridícula.
El cónsul se presenta en la provincia al frente de sus legiones y llama a
capítulo al procónsul. ¿Y qué van a decirse? ¿Y cuándo va el cónsul a
tomar declaración al procónsul, antes o después de reunirse con sus
ministros? Llévese el cónsul sus legiones, reúna su conciliábulo en otro
lugar del imperio y acuerde una entrevista normal de presidente a
presidente para abordar el mayor conflicto constitucional que ha vivido
España desde la muerte del invicto.
Dicen
los voceros del régimen que los independentistas quieren muertos. Es un
típico acto fallido. Son ellos los que los quieren y para eso traen
fuerza armada. Por tal motivo, ni el más mínimo pretexto para que le den
gusto al gatillo. Movilizaciones, desobediencia, resistencia pacíficas.
Hay batallas que se ganan no dándolas. Táctica fabiana.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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