He escuchado este miércoles al presidente del gobierno español durante sus diferentes intervenciones desde el Congreso de los Diputados en el debate sobre Catalunya y debo reconocer que ha sido todo menos una sorpresa. Seis meses después de la moción de censura que le llevó a la Moncloa de la mano, mejor dicho, de los votos, de los independentistas, Sánchez subió a la tribuna e hizo de Rajoy: ninguna propuesta para Catalunya y varias advertencias y amenazas a los catalanes.

La partida del diálogo imaginario ha acabado abruptamente: sin empezar. En eso, Madrid está llena de expertos. Se va Soraya y llega Calvo, cambian los actores pero no varía el argumento. Tampoco el desenlace. Llega la hora de que empiecen a pasar compungidos todos aquellos tercerviistas, independentistas también, que creían que Sánchez no seria Rajoy y que lo de Borrell solo era una anécdota en el PSOE. ¿No será que lo que es una anécdota es Sánchez?

Madrid, el Estado, no quiere negociar nada. Quiere que se cumplan sus voluntades y punto. Y el independentismo tendrá que decidir si acepta estas reglas de juego. Sobre todo Junts per Catalunya y Esquerra, que ha mirado de esquivar el problema hasta encontrárselo abruptamente de frente. Y no es Torra quien lo ha propiciado ―no es tan importante― sino Andalucía, que, envuelta en la unidad de España, ha llenado de pánico los despachos oficiales del poder político de Madrid.

Y lo más llamativo es que mientras el Estado amenaza, es incapaz de mantener los premios Princesa de Girona en la ciudad y los traslada a Barcelona y el Consejo de Ministros del 21-D lejos de celebrarse en una sede del Estado, como la Delegación del Gobierno u otra, acaba en un local de alquiler para convenciones, reuniones y banquetes varios. ¿Qué otro Estado lo haría?

Un Consejo de Ministros que hoy parece formar parte de un engranaje que solo ofrece dos alternativas: o la gente que quiera protestar renuncia a hacerlo o las siete plagas en forma de 155 o algo parecido caerán sobre el Govern y las instituciones catalanas. 

No es extraño que, con este clima, en Madrid los taxistas oigan la Cope, Onda Cero y a Jiménez Losantos mientras una minoría significativa, pero minoría a la postre, predica con espanto su temor a que el error español del 1 y del 3 de octubre se vuelva a producir. Solo el hombre tropieza dos veces en la misma piedra.


(*) Periodista y ex director de La Vanguardia