domingo, 2 de diciembre de 2018

Presos políticos / Ramón Cotarelo *

Pues están muy bien, oye. La foto tranquiliza mucho. Se les ve firmes, seguros, saludables y contentos. Y sonríen. Ahora nos gustaría tener también una foto de Forcadell y Bassa y ya la satisfacción será completa. Aquí no se atisban las miradas aviesas, los fríos puñales en las bocamangas que los analistas procesólogos detectan con fino olfato.

"¡Ah, es el vergonzoso resultado de los privilegios de que gozan estos políticos presos!", rezonga un cuñado de C's. Privilegios, ninguno. La sonrisa viene de su conciencia de tener un pueblo detrás, que lleva más de un año movilizado en su apoyo y procura de su libertad. De saber que han llenado Catalunya de lazos y cintas amarillas. 
 
Ellos, que no llevan ninguna, pues no les hace falta. Ellos simbolizan el amarillo. Simbolizan la lucha contra la injusticia porque, como dice Thoreau en su Desobediencia civil (1849) "cuando un gobierno encarcela a alguien injustamente, el lugar adecuado para un hombre justo es también la cárcel."

Presos políticos, presos de conciencia que no han cometido delito alguno pues la violencia les es ajena. Presos que, por mandato democrático del electorado, han participado en un proceso unilateral de independencia como el que hizo Kosovo que España no reconoce pero casi toda la Unión Europea, sí. 

El juicio que les espera, si antes no se hace la razón, se les pone en libertad y se declara nulo todo el procedimiento, es digno de Alicia en el país de las maravillas. Si la votación del 1-O fue un delito, además de procesar a los organizadores materiales, habrá que empapelar a los instigadores, los cómplices y los colaboradores necesarios. 
 
Por lo bajo, tres millones de personas. Ya tiene trabajo el decapitador de la reina de corazones. Porque o bien el asunto es estrictamente judicial y hay que procesar a los casi tres millones de votantes o bien es estrictamente político y hay que poner en libertad a los dirigentes injustamente encarcelados.  

Este procedimiento es tan absurdo como el célebre proceso por la sombra del burro y, de disparate en disparate, acabará peor. Acabará con el poco Estado de derecho que queda en España. La sociedad catalana no aceptará condena alguna de sus representantes. No la Generalitat que, por descontado, tampoco. 
 
La sociedad en su conjunto. Así que esperen las subsiguientes elecciones catalanas con una holgada mayoría independentista. En realidad, la sociedad no acepta el juicio mismo por considerarlo una venganza política. Lo dicho, esperen las elecciones y esa mayoría independentista.

A no ser, excelencias, que decidan terminar el golpe de Estado iniciado con el art. 155. Se aplica de nuevo, se interviene directamente Catalunya, su gobernación y medios de comunicación, se suprime su autonomía y se envía un virrey, según acreditada costumbre. La excepción se hace norma. La dictadura.

La pregunta es: ¿cuánto creen que aguantarán, excelencias? La dictadura nunca es solución.

Un saludo a los presos políticos de Lledoners. Bueno, a todos los presos y presas, exiliadas y exiliados, embargados y embargadas por razones políticas en el Estado español.
 
 
 ...y no son presos políticos
 
No, qué va. Son delincuentes, según la vicepresidenta del gobierno; son políticos presos, o sea, presos comunes. Porque, como sabe todo el mundo, los delincuentes y los presos comunes se ponen en huelga de hambre de tanto en tanto.

En Francia arde París y aquí arde Catalunya, aunque son incendios distintos. Pero incendios.

El movimiento independentista, explicado en la "verdadera" izquierda española como una cortina de humo del 3% de la corrupta burguesía, toma aires cada vez más gandhianos. Unos presos de conciencia, no violentos, injustamente encarcelados, ponen ahora en riesgo su vida por sus convicciones y levantan una ola de solidaridad y apoyo en Catalunya que vaya usted a saber hasta dónde llegará.

Entre tanto, los cerebros de la derecha, con la buena fe que los caracteriza, avisan a los catalanes de que un puñado de listos y aprovechados los han engañado y los han dejado tirados con dos palmos de narices. Perspicacia.

Los engañadores son los/as que están en la cárcel, en el exilio, en trance de confiscación del patrimonio. Los que se lo juegan todo. Y ahora dos, en huelga de hambre. Los que se juegan más que todo. Y los avisadores son los/as que llevan decenios robando a manos llenas y en algunos casos (todavía muy pocos ante los que habrá) tienen, sí, políticos presos; o sea, presos comunes, para uno de los cuales pide ahora "compasión" Aznar.

"¡Gandhi!", brama indignada la legión de publicistas de extrema derecha en todos los medios, "¡Martin Luther King, Nelson Mandela! ¿Qué se han creído estos indepes "procesistas"?

No se han creído nada. Son ellos mismos. La huelga de hambre de los dos Jordis intensifica la tensión del movimiento en Catalunya. En España, no sé. En la izquierda española, debiera. 
 
De momento solo se ha oído a los socialistas muy nerviosos en orfeón, asegurando que los presos tendrán un "juicio justo", lo que es contrario a la lógica, pues un juicio injusto no puede ser justo. De las otras izquierdas, las "verdaderas", no he leído nada. Y el asunto interpela directamente a la cultura política de esta tendencia que, en principio, actúa en política por convicción. 

Del otro lado de la barrera, absoluto desconcierto, como siempre. El desprestigiado Tribunal Constitucional, contra cuya inmoral procrastinación va dirigida la acción de los dos Jordis, se justifica con profusas y confusas explicaciones que solo evidencian su mala fe. Este tribunal es una pieza esencial a la hora de acelerar o postergar los procedimientos, según interese al poder político.

Que en España los tribunales administran la justicia del príncipe se ve en la cantidad de veces que el gobierno, o sea, el príncipe, lo niega contra toda evidencia interna y externa. Cuando acaba de repartirse la cúpula del poder judicial según criterios de obediencia partidista y cuando sufraga los gastos de defensa del juez Llarena en un pleito privado en el exterior.

No me dirán que no es maravilloso contemplar los fastos de celebración del 40º aniversario de la Constitución con un artículo 155 recién empleado y dispuesto a serlo de nuevo, con cientos de personas perseguidas judicial y administrativamente, cuatro sometidas a confiscación patrimonial, seis en el exilio, nueve en prisión preventiva de más de un año y dos de ellas en huelga de hambre. Y todas, absolutamente todas, por razones políticas. 

Un éxito de Constitución

La huelga de hambre también incendia Catalunya. La situación de poder dual había llevado a una especie de marasmo o impasse. A punto de sumergirse en las elecciones europeas y municipales, el independentismo tenía al ralenti el motor del mandato del 1-O, Independencia/República. 
 
Abundaban las quejas por inacción, culpando a los partidos por supuestas claudicaciones autonomistas. Y, de pronto, la decisión de los Jordis pone por delante la otra vía. La sociedad reacciona con mayores reproches a los partidos, reprochándoles que hayan de ser los presos quienes den pasos adelante.

Sin embargo, son los partidos los que han puesto fin al aparente marasmo "procesista". Y en concreto, para mayor claridad, los huelguistas son uno del PDeCat y el otro de La Crida, ambos moderados en sus posiciones políticas. 
 
Los indepes están unidos, mantienen la iniciativa y marcan medios y fines. La sociedad, si no yerro, apoyará esta vía. La pelota, por tanto, está en el tejado de los partidos  en libertad, y del gobierno interno y externo. La decisión de los Jordis obliga a adoptar medidas para cubrirlos y apoyarlos. Corresponde a la CUP, ERC y el PDeCat especificarlas. 

Y corresponde a las instituciones, empezando por el Parlament, ya que ambos Jordis son diputados. Y siguiendo por los dos gobiernos, el del interior y el del exterior. La próxima fecha de presentación del Consell de la República el 8 de diciembre sería buen momento para que los dos presidentes explicaran la situación y orientaran la acción colectiva en el próximo futuro.

Donec Perficiam.
 

 
 (*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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