domingo, 2 de diciembre de 2018

Un plan desconocido / Alberto Aguirre de Cárcer *

En el corazón de Europa empiezan a saber lo que es una sequía y las consecuencias de la escasez de agua. A finales de primavera y en verano, extensos territorios al norte del continente se vieron sorprendidos por olas de calor. Escandinavia sufrió numerosos y grandes incendios. Alcanzaron tal magnitud que Suecia tuvo que pedir ayuda a la UE. 

En Helsinki (Finlandia) se registraron 25 días seguidos con temperaturas superiores a los 25 grados y en algunas partes de Alemania los termómetros rebasaron los 30 grados una jornada tras otra. Más al norte, en el círculo ártico, se batieron marcas de altas temperaturas. Y más al sur, hubo olas de calor que, por ejemplo en Francia, causaron víctimas mortales. 

Gran Bretaña e Irlanda también vivieron un año excepcionalmente cálido y seco, al igual que Alemania, Polonia, Holanda, Bélgica y Francia. Hasta el Rin sufrió problemas de navegabilidad porque su caudal cayó a mínimos históricos.

Esos signos de cambio climático, derivados del calentamiento global, aparecen recogidos esta semana en el informe anual de la Organización Meteorológica Mundial. Un certero análisis que este año ha coincidido con el último estudio científico del Panel Intergubernamental de Naciones Unidas, que alertó sobre el poco tiempo que queda para limitar a 1,5º C el aumento de la temperatura del planeta para fin de siglo. De continuar la tendencia, uno de los efectos más acusados será un grave problema de estrés hídrico en muchos puntos del planeta, incluido España. 

Según el último informe de referencia utilizado por el Ministerio para la Transición Ecológica, realizado por el Cedex (Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas), la mayoría de las proyecciones climáticas muestran un futuro en España con menos agua y sequías más frecuentes, aunque la intensidad de ambos efectos varía según los modelos de predicción, especialmente en el Levante peninsular y los archipiélagos. 

Aplicando el principio de precaución, es positivo que el Ministerio planifique teniendo en cuenta estos escenarios adversos de tal forma que, por un lado, queden preservados los ecosistemas y, por otro, el suministro para consumo humano y regadío en todo el territorio nacional. 

Tan importante es mantener el caudal ecológico del Tajo como garantizar que una parte razonable de los excedentes puedan trasvasarse a la cuenca del Segura para beber y producir alimentos. Porque la realidad actual es que ni sumando los embalses del Segura, las desalinizadoras en funcionamiento y los pozos autorizados hay recursos suficientes como para proporcionar siquiera el agua destinada a consumo humano que necesita la Región de manera sostenible en el tiempo. 

De forma casi accidental hemos sabido que el Ministerio trabaja en una ley de transitoriedad hidrológica cuyo contenido es un misterio. Plantear el fin del Trasvase Tajo-Segura sería un disparate de consecuencias tan funestas que no puede estar en la agenda de ningún Gobierno. 

Cuestión distinta es la posibilidad, no descartable, de que se plantee otro incremento de la reserva no trasvasable en la cabecera del Tajo, como hizo el Gobierno de Rajoy con la ley del Memorándum, o que se aumente su caudal ecológico. 

Dependiendo de lo que finalmente se proponga, los resultados pueden ser igualmente catastróficos dado que no hay, a día de hoy, esas alternativas que, sin duda, deben impulsarse para reducir al mínimo la dependencia de recursos externos en la cuenca del Segura. Revisando el último episodio vivido con el 'trasvase cero' para regadíos, un despropósito analizado con precisión por Manuel Buitrago en páginas interiores, no hay razones para el optimismo. 

La acción política de Teresa Ribera está resultando paradójica. No ha habido al frente de ese Ministerio nadie que haya mostrado una apuesta tan decidida por la necesidad de combatir el cambio climático y de mitigar sus efectos. 

Y siendo la más preparada para lograr esos ineludibles objetivos, su gestión suscita desconfianza porque su hoja de ruta está repleta de fallos de comunicación y no se caracteriza por la interlocución con los sectores afectados en la necesaria descarbonización de nuestra economía. Sustituir los actuales vehículos por eléctricos o con pila de hidrógeno en 2050 es una meta posible y deseable, pero no basta con un buen diagnóstico y una ley que fije objetivos. 

Se precisa de un pacto y un marco de actuación que implique a los sectores afectados, así como financiación pública para acometer la transición. Cualquiera que sea el objetivo de esa ley de transición hidrológica, Ribera se equivocará si actúa de espaldas a los regantes y a una industria agroalimentaria, la más puntera del país, que parece no conocer. La ministra tiene un plan, pero, por ser desconocido, hoy solo genera incertidumbre.


(*) Periodista y director de La Verdad


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