MADRID.- «La jornada del 3 de julio ha sido un desastre horroroso, como yo había previsto», escribe el almirante Pascual Cervera y Topete
en el parte de guerra de la batalla naval de Santiago de Cuba
, en 1898, a una de cuyas versiones originales, escrita a pluma y lápiz, ha tenido acceso Abc en exclusiva.
Ha permanecido oculta durante estos 120 años
en la casa gaditana del bisnieto de Alejandro Lallemand,
primer médico de la Armada y testigo del combate —también víctima
mortal de él, tiempo después, como consecuencia de una herida del mismo—
junto al famoso almirante. Todo apunta a que fue el galeno quien
transcribió el diario durante los dos meses de cautiverio que ambos
pasaron en Estados Unidos, con el objetivo de tener una copia de
seguridad para cuando regresaran a España.
«La
patria ha sido defendida con honor. La satisfacción del deber cumplido
deja nuestras conciencias tranquilas, con solo la amargura de lamentar
la pérdida de nuestros queridos compañeros y las desdichas de la
patria», subraya después el almirante sobre el episodio final de esta
guerra entre Estados Unidos y España, que consagró a la nación americana
como potencia mundial. La misma que representó para la nuestra un golpe
moral de demoledoras consecuencias históricas, con la pérdida de nuestras últimas colonias de ultramar
y el intenso debate de los intelectuales de la « Generación del 98
».
El episodio que se relata de primera mano y con todo
detalle en estas viejas páginas —la crónica de la batalla, los incendios
de cada buque, la muerte de los marinos, el rescate de los
supervivientes o el hundimiento de los navíos— comenzó en la mañana del 3
de julio de 1898.
El almirante Cervera reunió a su escuadra en el
puerto de Santiago de Cuba y le comunicó: «Ha llegado el momento solemne
de lanzarse a la pelea. Así nos lo exige el sagrado nombre de España».
Ante la evidente superioridad de la flota estadounidense, que había
bloqueado su plaza más de un mes antes, los marinos de los cuatro
cruceros (Infanta María Teresa, Vizcaya, Cristóbal Colón y Oquendo) y de los dos destructores (Furor y Plutón)
se extrañaron de la orden.
«El enemigo codicia nuestros viejos y
gloriosos cascos. Para ello ha enviado contra nosotros todo el poderío
de su joven escuadra. Pero solo las astillas de nuestras naves podrá
tomar, solo conseguirá arrebatarnos nuestras armas cuando, cadáveres ya,
flotemos sobre estas aguas que han sido y son de España ¡Hijos míos! El
enemigo nos aventaja en fuerzas, pero no nos iguala en valor. ¡Clavad
las banderas y ni un solo navío prisionero!», dijo al lanzarse a la mar.
A la
pregunta de por qué salió del puerto el almirante si las posibilidades
de escapar eran escasas, la respuesta en los apasionados debates
producidos sobre la batalla a lo largo del siglo pasado siempre fueron
la misma: porque se lo ordenaron.
Así lo refleja él mismo al comienzo
del parte: «En cumplimiento de las órdenes de vuestra excelencia
ilustrísima, con la evidencia de lo que había de suceder y tantas veces
había anunciado, salí de Santiago de Cuba con toda la escuadra».
Ya
había escrito al ministro de Marina un mes y medio antes, cuando las
fuerzas estadounidenses les bloquearon en el puerto, calificando de
«desastrosa» la decisión de ir allí.
También escribió a su hermano,
advirtiéndole: «Vamos a un sacrificio tan estéril como inútil; y si en
él muero, como parece seguro, cuida de mi mujer y de mis hijos».
«Nuestros
buques salieron del puerto (a las 9.30 horas) con una precisión tan
grande que sorprendió a nuestros enemigos, quienes nos han hecho muchos y
entusiastas cumplimientos sobre el particular», explica Cervera al
capitán general de Cuba, Ramón Blanco
, en el diario.
Según detalla, el Infanta María Teresa abrió fuego
sobre un acorazado norteamericano cinco minutos después, con la
intención de dirigirse luego «a toda fuerza de máquina» sobre el Brooklyn,
el navío más rápido del enemigo. Pero el buque insignia del almirante
«recibió un proyectil de los primeros que le rompió un tubo de vapor
auxiliar que nos hizo perder velocidad y, al mismo tiempo, otro que
rompió un tubo de la red de contraincendios.
El buque se defendía
valientemente del nutrido y certero fuego enemigo, pero no tardó mucho
en caer herido el valiente capitán Concas».
«Realizada la salida
—continúa—, el combate se generalizó con la desventaja, no solo del
número, sino del estado de nuestra artillería y municiones de 14
centímetros que usted conoce por el telegrama que le puse».
Cuatro
horas duró aquella histórica batalla naval antes de que la escuadra
española resultara aniquilada, con 332 muertos y 197 heridos en su
haber. En el bando estadounidenses solo una víctima mortal y unos pocos
heridos. Los daños que sufrieron sus navíos fueron también escasos.
A lo
largo del parte de Cervera y de los transmitidos desde el resto de los
cruceros y destructores, las escenas se suceden con detallada crudeza.
Primero el ya mencionado Infanta María Teresa, donde iba el almirante,
que acabó llegando a nado a tierra con ayuda de su hijo, el teniente Ángel Cervera:
«El aspecto del buque era imponente, porque se sucedían las explosiones
y estaba para aterrar a las almas mejor templadas. Nada absolutamente
creo que pueda salvarse. Nosotros lo hemos perdido todo, llegando la
mayoría absolutamente desnudos a la playa», reconoce.
Y después el
Colón, el Furor, el Plutón, el Vizcaya y el Oquendo, todos con sus
respectivas desdichas y sus muestras de valor: «Cuando el valiente
comandante vio que no podía dominar el incendio y no tenía ningún cañón
en estado de servicio —puede leerse sobre este último—, decidió
embarrancar, mandando previamente disparar todos los torpedos por si se
acercaba algún buque enemigo (...) El rescate de los supervivientes fue
organizado por su comandante, que ha perdido la vida por salvar la de
sus subordinados».
Muchas toneladas de papel se han impreso en
los últimos 120 años para tratar de explicar lo sucedido aquel día. Y
aquí está ante nuestros ojos, el relato de la tragedia que marcó la
historia de España del siglo XX: «Sé que os extraña esta ropa de gala
—comentaba en su arenga Cervera antes de salir—, porque es impropia en
combate, pero es la que vestimos los marinos de España en las grandes
solemnidades, y no creo que haya momento más solemne en la vida de un
soldado que aquel en que se muere por la patria».
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