MADRID.- El cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro,
presidió ayer mañana en la catedral de La Almudena la ordenación de sus
tres obispos auxiliares, los presbíteros José Cobo Cano, Santos Montoya
Torres y Jesús Vidal Chamorro. La ceremonia se celebró en loor de
multitudes, concelebrada por decenas de obispos, entre ellos los cinco
cardenales con sede en España.
Ocuparon lugar destacado varios líderes
de iglesias cristianas no católicas. “Gracias al Santo Padre, el papa Francisco,
que me ha regalado estos tres nuevos obispos auxiliares para dar
noticia de Jesucristo multiplicando la presencia del pastor en medio de
su pueblo. Nuestro tiempo es para la comunidad”, dijo el pontífice
madrileño en su homilía, recogida por El País.
El gozo de Osoro, que esperaba este momento con indisimulada ansiedad
desde que tomó el mando en agosto de 2014, refleja un estado de ánimo
largamente aplazado. “Se completa la revolución en Madrid”, se dijo
cuando Francisco anunció la pasada Navidad el nombre de los elegidos.
Intentaba poner fin a la Iglesia del no, bronca, opuesta a reformas que
la sociedad ha asumido sobradamente, poco amiga de dialogar o entenderse
con la sociedad civil y laica. Además, en un episcopado envejecido (con
una media de edad por encima de los 67 años y decenas de altos prelados
que ya han superado los 75), los nuevos obispos rondan los 50 años, y
uno ni siquiera los ha cumplido.
Cobo Cano nació en Sabiote (Jaén) en
1965; Montoya Torres, en 1966 en la Solana (Ciudad Real), y Vidal
Chamorro, en 1974 en Madrid.
Hay otro perfil novedoso entre los designados. Los tres son de
vocación tardía, como el propio cardenal Osoro, que incluso tuvo novia
antes de entrar en la Universidad Pontificia de Salamanca para hacerse
cura. Los nuevos obispos estudiaron carreras civiles antes de hacerse
sacerdotes. Cobo es licenciado en Derecho Civil, Montoya es químico y
Vidal, que con 43 de edad es con mucho el obispo más joven de España, se
licenció en Ciencias Económicas y Empresariales.
Los nombramientos cierran, por tanto, la etapa del cardenal Antonio María Rouco,
que fue arzobispo de Madrid 23 años, además de indiscutible líder del
episcopado español durante una década. Del pontificado de Rouco solo
quedaba al mando en Madrid, y muy marginado, quien fue su mano derecha
en la Conferencia Episcopal, el jesuita Juan Antonio Martínez Camino, desde esta mañana “clérigo acéfalo o vago” según la terminología canónica.
El Vaticano
se esfuerza en fijar su estructura jerárquica y ordena con rigor las
funciones de cada clérigo. Lo hace mediante un largo Código de Derecho
Canónigo (1752 cánones o artículos, diez veces más que la Constitución
Española), incluso para aquellos eclesiásticos a quienes denomina
“acéfalos o vagos”. Pero hay circunstancias que se escapan al
legislador. Según expertos canonistas, es el caso de Martínez Camino,
portavoz y secretario general durante una década (de 2003 a 2013) de la Conferencia Episcopal, y obispo auxiliar de Rouco desde 2007.
Ni siquiera la ordenación episcopal de Camino fue pacífica. Rouco lo
promovió al episcopado despreciando la regla ignaciana que prohíbe a los
miembros de la Compañía de Jesús aceptar cargos salvo en tierra de
misiones. El nombramiento se fraguó pese a esa negativa, muy insistente y
reiterada. Finalmente, el entonces portavoz se convirtió en el primer
jesuita en ocupar una sede episcopal en España.
La jubilación de Rouco a los 78 años y la inmediata llegada a Madrid
del cántabro Osoro (Castañeda. Cantabria. 1945), con el encargo de
Francisco de variar el rumbo ultraconservador en la principal
archidiócesis española, dejó fuera de juego al equipo episcopal
anterior, compuesto de tres prelados auxiliares.
A dos de ellos, Roma
los buscó pronto salida con ascenso, a Fidel Herráez como arzobispo de
Burgos, y en la diócesis de Segovia a César Franco. Martínez Camino
(Marcenado, Asturias. 1953), se quedó atrapado en Madrid, sin apenas
relación con Osoro, de muy distinto talante.
Por motivos difícilmente explicables, el Vaticano no le ha encontrado
en estos tres años un destino apropiado, unas veces porque algunas
diócesis lo rechazaron más o menos veladamente; otras, por reticencias
del Gobierno de Mariano Rajoy, que tiene derecho a poner objeciones a
cualquier nombramiento episcopal por concesión concordataria de uno de
los llamados Acuerdos firmados entre el Estado vaticano y España
(uno de 1976, tres en 1979), y también porque ni el PP ni el Rey veían
al combativo y bronco exportavoz como posible vicario general castrense
con rango de arzobispo y general de División.
En este caso, el
nombramiento es competencia del Rey, que lo firma escogiendo sobre una
terna negociada entre la Nunciatura (embajada) del Papa en Madrid y el
ministerio de Asuntos Exteriores.
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