Hoy se comprobará si las áreas metropolitanas de Barcelona y
Tarragona tienen acción de control en la asamblea ciudadana de
Catalunya. Disponer de un paquete de acciones de control – acción de oro
se decía hace unos años de las participaciones del Estado en las
empresas públicas en vías de privatización– no significa mandar en todo,
pero otorga poder de veto en los momento más importantes y
trascendentales.
Con la acción de control se puede decir: “¡Hasta aquí hemos
llegado!”. Esto es lo que querrán hoy expresar centenares de miles de
ciudadanos de Catalunya, especialmente concentrados en las áreas urbanas
de Barcelona y Tarragona. ¿Dispone de acción de control la Catalunya
metropolitana-litoral en una situación de máxima movilización? La
respuesta la tendremos esta noche.
La participación será muy alta. El récord quedó establecido
en las generales del 28 de octubre de 1982, en las que acudió a votar
un 81%, con un fuerte apoyo a la propuesta de cambio de Felipe González,
después del intento de golpe de Estado del 23 de febrero del año
anterior.
En aquella ocasión, las dos áreas metropolitanas –la grande y
la pequeña– dieron un apoyo decisivo a la lista socialista, que la
Catalunya interior contrapesó con un notorio apoyo al catalanismo
pragmático de Miquel Roca Junyent.
Una mayoría encumbró al PSOE y una
minoría intentó disponer de una cierta acción de control. (En realidad,
el contrapeso fuerte lo estableció Jordi Pujol al conquistar su primera
mayoría absoluta en Parlament de Catalunya en 1984).
En 1999 se produjeron otras elecciones de vivo contraste
entre el voto metropolitano-litoral y el de las comarcas interiores.
Jordi Pujol aspiraba a su último mandato y Pasqual Maragall le
disputaba, con retraso, la presidencia de la Generalitat. El alcalde de
Barcelona contaba con la fuerza propulsiva de los Juegos Olímpicos de
1992, un gran éxito colectivo que hoy todos los catalanes añoran.
Cada
año que pasaba, Maragall perdía un poco de gas. Su momento óptimo
habrían sido las elecciones catalanas de 1995, pero la Fortuna visitó a
Pujol. Virtud y Fortuna han de acompañar siempre al gobernante, escribió
Maquiavelo. La fortuna de Pujol consistió en poder prestar apoyo
parlamentario al declinante Felipe González, a cambio de que Maragall no
se presentase.
La gran batalla entre convergentes y socialistas se
pospuso cuatro años y en 1999, Maragall ya había perdido un poco más
gas. Ganó en número de votos, gracias al fuerte apoyo de las dos áreas
metropolitanas, pero se quedó corto en escaños, porque la Catalunya
interior ejerció el poder de veto con la ayuda de la ley electoral.
Son batallas pasadas que puede que ya no interesen a nadie,
pero es necesario recordarlas para entender mejor el presente. La
tortuosa evolución política de Catalunya en los últimos quince años se
deriva de un ciclo de cambio defectuoso. Maragall nunca llegó a ganar,
ni siquiera en el 2003. Convergència nunca llegó a perder. La Catalunya
interior vetó un mandato fuerte de los socialistas. Ahí empezó todo.
Las elecciones de hoy vuelven a versar sobre la acción de control.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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