Se ve que el ex primer ministro francés Manuel Valls ha
dicho que España debe preguntarse “qué es ser español” porque, según su
opinión, España sufre una crisis de identidad. Valls ha añadido que
“falta el relato de España” y “hay que consolidar un nuevo patriotismo
español”. Quien fue la esperanza blanca del socialismo francés hace
buenas preguntas. Que España no tiene un relato más allá del “ordeno y
mando” ya lo sabíamos.
A raíz del proceso soberanista, muchos nos hemos
preguntado qué debe ser la españolidad más allá de las manifestaciones
del 12 de Octubre, más allá de los discursos de Vargas Llosa, más allá
de la vigilancia omnipresente del TC, más allá de los porrazos del 1 de
octubre, más allá del 155, más allá de la cárcel para los Jordis y para
los miembros del Govern, más allá de las posverdades de algunos
ministros, más allá del renovado protagonismo de la ultraderecha en la
calle, y más allá de los tertulianos y comentaristas que se expresan en
términos de cruzada contra el catalán infiel.
¿Cuál es la españolidad que se propone para que más de dos
millones de catalanes partidarios de la independencia abandonen este
objetivo? Nada nuevo. La elaboración del Estatut del 2006 ya resucitó
fantasmas y retóricas apolilladas y nos mostró descarnadamente el
proyecto recentralizador y uniformista del PP.
El proceso –que es una
respuesta a la liquidación autonómica ejecutada por el TC en el 2010–
sólo ha intensificado unos discursos y unos planteamientos que estaban
perfectamente formulados en los papeles de los teóricos de una España
que aspira a disolver las “anomalías” interiores, empezando por la
catalana. Que aspira a ser tan centralista como Francia, sin ser
republicana.
La FAES fue el gran laboratorio de estas ideas, hoy
recogidas y actualizadas con gran entusiasmo por Rivera, como demuestra
su voluntad de cuestionar el concierto económico vasco, un fenómeno que
ha explicado Enric Juliana en estas páginas. No estará de más recordar
que Cs se fundó en Catalunya, en el 2005, como partido identitario a la
contra del catalanismo, con monográfica obsesión por la lengua y la
escuela.
En el 2012, el profesor y político canadiense Michael
Ignatieff escribió un epílogo para la edición española de un magnífico
libro suyo titulado Sangre y pertenencia. Viajes al nuevo nacionalismo,
una obra publicada por primera vez en inglés en 1992. En este texto,
Ignatieff explica que, en los últimos veinte años, en Canadá “aprendimos
a reconocer identidades nacionales plurales y comprendimos que ese
proceso de reconocimiento fortalece, en vez de debilitar, la unidad del
país en su conjunto”.
Llevado por su entusiasmo norteamericano, el
académico afirma que cualquier Estado democrático con problemas
nacionales, también España, debería seguir una estrategia inteligente:
“Esto requerirá que los estados se ajusten, sean flexibles, compartan el
poder con unidades subnacionales, que redefinan su soberanía como algo
compartido, no un monopolio; es necesario un cambio de actitud, pero no
la rendición del Estado central”.
De esta receta, los estrategas del PP,
del PSOE y de C's sólo se quedan con la parte final: evitar la rendición
del poder central. El resto no les interesa, no quieren ni oír hablar
de redefinir la soberanía ni de reconocer que hay una nación catalana.
Sólo un partido estatal, Podemos, se atreve a romper este consenso de
bloqueo y pone sobre la mesa una visión alternativa del Estado y de la
identidad colectiva. Es una señal positiva pero minoritaria.
El nuevo independentismo catalán ha provocado que muchas
personas pongan banderas españolas en los balcones de Madrid y otras
ciudades, pero las preguntas de Valls continúan sin respuesta. ¿La
españolidad del siglo XXI es sólo una reacción contra los catalanes que
quieren dejar de ser españoles? ¿Hay algún relato de España que vaya más
allá de las apelaciones a la ley y al orden que hace Rajoy?
Se habla
mucho de lo que dirán o dejarán de decir los partidos independentistas
para conseguir votos el 21-D, pero muy poco del programa de las otras
formaciones. ¿Qué idea de España venderán Iceta, Arrimadas y García
Albiol? Si quieren contrarrestar el independentismo, se supone que
mostrarán el catálogo de oportunidades que la sociedad catalana se
perdería si, finalmente, más tarde o más temprano, se desconectara del
Estado español.
Manuel Azaña dijo esto durante el debate sobre el
Estatut en las Cortes españolas, en 1932: “La diferencia política más
notable que yo encuentro entre catalanes y castellanos está en que
nosotros los castellanos lo vemos todo en el Estado y donde se nos acaba
el Estado se nos acaba todo, en tanto que los catalanes, que son más
sentimentales, o son sentimentales y nosotros no, ponen entre el Estado y
su persona una porción de cosas blandas, amorosas, amables y exorables
que les alejan un poco la presencia severa, abstracta e impersonal del
Estado”.
Podemos afirmar que, a fecha de hoy, este sentimentalismo ha
tocado fondo, afortunadamente. Y que las cosas blandas han desaparecido
completamente.
(*) Periodista y ensayista español en lengua catalana, y profesor universitario.
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