Los Ecos de Sociedad del diario ABC daban cuenta el 4 de junio de
1966 del enlace Cebrián Echarri-Torallas Gatoo en la iglesia de San
Pedro Mártir de los Padres Dominicos en Alcobendas. Cebrián, Juan Luis,
tenía 21 años y no es que fuera ya redactor-jefe del diario Pueblo
sino que, según parece, entró al periódico dos años antes con esa
categoría, que el hijo del secretario nacional de Prensa y Radio del
Movimiento no iba a perder el tiempo de becario.
Como testigos de las
nupcias por parte del novio estamparon su firma Juan José Espinosa San
Martín, ministro de Hacienda, Alejandro Fernández Sordo, delegado
nacional de Prensa y Radio del Movimiento y, por supuesto, el director y
el subdirector de Pueblo, Emilio Romero y Jesús de la Serna. A
continuación, recepción en el Palace, bajo la cúpula del hotel, en
explícita manifestación de tronío.
No es aquí lugar para indagar en el pasado franquista del personaje ni para glosar las hazañas de quien convirtió al diario El País
en indiscutible referencia política e intelectual de esa Transición que
aún colea 40 años después, pero sí para esbozar unos breves apuntes
sobre la metamorfosis experimentada por quienes se creyeron notarios de
aquella época y hoy siguen jugando a expedir certificados de deontología
profesional, de buena conducta democrática y hasta de progresía e
izquierdismo. De este grupo de santones, muchos de ellos desmemoriados,
Cebrián es su principal exponente.
Las últimas peripecias de quien un día fue periodista, luego
académico y más tarde empresario y master del universo, representan la
resistencia numantina de esa casta a perder su posición y sus
privilegios, a desalojar el faro que suponen luz y guía del devenir del
país y que en el caso de Cebrián y otros les ha reportado además un
enriquecimiento obsceno. “No quiero ponerme en lo peor, pero cualquier
día, en cualquier empresa, rebajarán el sueldo de los obreros para
financiar la ludopatía bursátil de los amos”, escribía Enric González en
una columna que el amo censuró antes de invitarle a hacer las maletas y
a partir con venta fresco.
Cebrián, como él mismo ha explicado parafraseando a Miguel
Hernández, se va pero se queda “con la tranquilidad del deber cumplido”,
siempre que éste fuera hundir el barco o dejarlo a la deriva con una
vía de agua del tamaño de la del Titanic, tras comprobar que desguazarlo
y venderlo por piezas no ha dado resultado.
Lo que se propone ahora
este genio de las finanzas es encaramarse a una fundación desde la que
seguir controlando como presidente de El País el timón
ideológico, tal es la propuesta que lanzó a unos atónitos accionistas a
los que deja una ruina de 1.500 millones de euros y la obligación de
enchufar otros 450 y convertir 100 millones de deuda en capital. Ello no
le impedirá seguir amorrado a la ubre, que lo de su bonus y su pensión
millonaria, ¡ay Santa Rita!, no se tocan.
Para sus propósitos cuenta con el apoyo de Moncloa y de la banca
acreedora, que ya se cobrará el favor cuando toque, porque ahí
fundamenta el apóstol del periodismo su libérrima condición para
garantizar, según dice, la autonomía de decisión de los periodistas y
directores de Prisa. Cebrián se yergue como vanguardia contra el
populismo y baluarte último de la formación de una opinión pública
adecuada ante ese “basurero de opiniones de Internet” que le ha comido
la tostada.
Estamos ante el bastión inexpugnable de la libertad de
prensa, dispuesto a sus 73 años a seguir sacrificándose por la causa de
la democracia en España sin más recompensa que unos cuantos millones de
euros. Del negocio petrolero en el que le dio entrada su amigo Massoud
Zandi, el mismo para el que Felipe González grabó unos entrañables
vídeos de recomendación, es que no se vive.
Así que el 31 de diciembre, si el tiempo no lo impide y la autoridad
lo permite, que con Soraya está todo atado, Cebrián cederá la
presidencia de Prisa, epílogo y comienzo de la nueva trayectoria de
quien se nos presenta periódicamente como el hombre que trajo la
democracia a España, que lo de Suárez está en discusión, y que
representa en todo su esplendor ese régimen del 78 que no cede el paso
ni en las intersecciones. Le seguiremos viendo en el púlpito impartiendo
la doctrina de su infatigable sacerdocio. Amén.
(*) Periodista
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