Ayer se presentó oficialmente, en sesión plenaria del Congreso de los
Diputados, el nacionalpopulismo de Albert Rivera. Su enmienda a la
totalidad sobre el Cupo Vasco, toda una novedad en los últimos 150 años
de historia de España, define con exactitud la orientación de esta
corriente populista de derecha alineada con los planteamientos de la
extrema derecha en Alemania, Austria, Francia, Holanda e Italia.
No hace
bandera de la inmigración, ni es xenófobo, ni racista, como todos sus
homólogos europeos. En el punto de mira de Ciudadanos se encuentra tan
solo la plurinacionalidad del Estado español. Apunta únicamente a
Cataluña y Euskadi, aunque esta última comunidad sea muy ajena al reto
planteado por la Generalitat. No es una declaración de guerra de Ajuria
Enea, sí lo es de quien aspira a ocupar la Moncloa.
Cuestionar el Concierto, del que el cupo es el eje, es cuestionar la
identidad nacional de Euskadi. Es cuestionar la democracia, es
cuestionar la existencia del Estado español. Cuatro reyes, una república
y dos dictadores se han sucedido desde 1878, en que fuera promulgado,
sin que ninguno de ellos o de estas instituciones lo cuestionara. Hasta
el general Franco lo mantuvo en Navarra y Alava, aunque no en Vizcaya y
Guipúzcoa por ser, en su opinión, provincias traidoras, al igual que las
cuatro catalanas también calificadas oficialmente así hasta 1959.
Salvo
Onésimo Redondo, Ramiro de Maeztu y José Antonio Primo de Rivera, junto
con intelectuales castellanos que configuraron Falange, nadie ha
cuestionado este vínculo histórico de Euskadi con España. Ese es el
discurso de la anti-España, los nacionalismos periféricos, enfrentados a
España, el nacionalismo español.
Envolverlo con la defensa de la igualdad de los territorios, tal como
lo envolvió Rivera, podría ser verosímil si a la vez defendiera la
igualdad fiscal de las clases sociales y no la profundización de la
desigualdad social que se desprenden de las tesis neoliberales de su
programa. Los muy serios problemas de recaudación del Estado español no
provienen hoy esencialmente de la redistribución de la renta
territorial, sino de que una minoría de españoles tienen un sueldo medio
anual de más de dos millones de euros, mientras que la mayoría ingresa
28.000 euros al año.
No son los catalanes o los vascos el primer
problema presupuestario del ministerio de Hacienda sino es el Ibex-35,
que tan bien conoce este flamante ex-ejecutivo de la Caixa, el principal
problema económico social del Estado español. Apretar las tuercas a
Urkullu sin apretárselas a su antiguo jefe Isidro Fainée, es política al
servicio de la Banca.
No es nada casual que este revival joseantoniano de
Albert Rivera coincida con el anuncio de nuevos recortes, previstos en
el proyecto presupuestario enviado a Bruselas, en educación, sanidad y
pensiones. Nada es más oportuno, pues, que intentar encauzar desde ya la
protesta e ira social de Madrid, sede del poder bancario, a Bilbao y
Barcelona, sede de los partidos nacionalistas. Sustituir la lucha
vertical, de los millones de abajo contra “los diez mil de arriba”, con
una lucha horizontal, nacionalistas españoles contra nacionalistas
vascos y catalanes.
No es una especulación. Ayer mismo, Rivera afirmó
que los recortes financiaban el cupo vasco. Así, la versión más
desvergonzada del nacionalismo español como taparrabos de los
beneficios, plusvalías y dividendos de los que le exportaron de
Barcelona a Madrid, tras haber cortado la financiación a Rosa Díez.
Revestido de mitad Macron, mitad Le Pen, Albert Rivera intenta
profundizar en su penetración electoral en el PP y el PSOE. La reacción
de Feijóo y la de los barones socialistas, sumamente crítica tanto con
Rajoy como con Pedro Sánchez, indica la preocupación de los feudos PPSOE
por la doble incidencia que pueda tener en sus electorados el
nacionalpopulismo de Rivera.
Jóvenes, incorruptos, a la vez que osados,
se convierten en ese Podemos de derecha que pedía el banquero Olliu,
presidente del Sabadell, para poder frenar entonces al emergente Podemos
de izquierda. Abanderados del 155, cuando el bipartidismo se lo pensaba
antes de aplicarlo, abanderan hoy la denuncia del cupo vasco ante el
descrédito de los dos ex-grandes partidos. Si Rajoy cabalga el caballo
blanco de Santiago para tapar la corrupción y Sánchez para que no le
vuelvan a defenestrar, Rivera lo galopa para ocupar la Moncloa.
Por ahora, y hay que subrayarlo, no es más que puro electoralismo;
pero estos procesos se sabe siempre como empiezan y nunca como pueden
terminar. El nacionalpopulismo es ya una seria amenaza involutiva que
puede conducirnos a la etapa preconstitucional posterior a la muerte del
dictador. Abrir un segundo frente nacionalista en Euskadi, cuando es
bastante previsible que se relance el frente de Cataluña el próximo 21
de diciembre, es una enorme irresponsabilidad manifiesta, máxime cuando
C's es una de las dos muletas, la otra es el PSOE, sobre la que camina el
titubeante gobierno de Rajoy.
Volver a utilizar hoy la rojigualda como
bandera de combate político contra la bicrucífera vasca y la estelada
catalana, desde el escaño que Rivera ocupa en la actual mayoría
parlamentaria, es bastante grave si la Moncloa sigue sin ver el desafío
nacionalpopulista de su socio ¿O acaso la mano derecha de Rajoy con el
Cs ignora lo que hace su mano izquierda con el PNV?
(*) Periodista
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