Te fijas en Andrés Ayala, en su intimidador mostacho de
guardia civil de la posguerra, su gesto adusto, la voz grave y su ademán
severo, y te dices que no podría haber elegido el Comité Ejecutivo
Nacional del PP mejor presidente para la Oficina del Cargo Popular; que
ahora no habrá pájaro que se le escape al partido con Ayala al frente de
esta brigada anticorrupción montada por Rajoy para advertir desde
dentro cualquier pillería.
Pocos cargos públicos tendrá el PP en España
que conozcan como Ayala la frontera que separa los intereses privados
del interés público, porque el abogado y exdiputado al Congreso se ha
manejado durante años en ese proceloso mundo como pez en el agua, pero
sin que nadie le pudiera probar nunca que se hubiera pasado de la raya y
su conducta mereciera un reproche penal. Me recuerda la incorporación
de Andrés Ayala a la Oficina del Cargo Popular el fichaje por Telefónica
de un famoso ‘hacker’ para que se responsabilice de la ciberseguridad
de la empresa. ¿Quién mejor que el más reputado pirata informático de
España defendería a su compañía de posibles ataques?
Algo
así debió de figurarse Rajoy de Ayala, aposentado siempre en el ojo del
huracán por su inclinación a mezclar lo privado y lo público. Es amigo
de los exalcaldes de Cartagena José Antonio Alonso, investigado en la
‘operación Púnica’, y Pilar Barreiro, a la que quizá se vea obligado a
expedientar -en su nueva condición de garante disciplinario- por la
imputación de la senadora en el Tribunal Supremo a cuenta también de sus
relaciones con Púnica. Pero las agarraderas de Ayala están en Madrid,
más que en Murcia.
Allí vivió en el palacio de la Carrera de San
Jerónimo sus tardes de gloria parlamentaria este veterano abogado
urbanista, ministrable en las quinielas de varios gobiernos del PP y
azote de los exministros socialistas Magdalena Álvarez y José Blanco. A
‘Male’ la sacó de quicio, literalmente, por asuntos como las huelgas de
Iberia, los socavones del AVE a Barcelona y el accidente de Spanair. La
llamó «chula» y «arrogante», y a ella se le escapó en un mitin que Ayala
era «el cabrón que me machaca en el Congreso».
Desterrado
en su juventud a Galicia tras organizar «la primera huelga que hubo en
la Universidad de Murcia» (así me lo contó), Ayala regresa con la
jefatura de la Oficina del Cargo Popular al patio político, que abandonó
por sorpresa en mayo de 2016 al apearse de la lista al Congreso, en la
que se le reservó un puesto que le aseguraba el escaño pero que a él le
parecía muy alejado de la cabeza. Dijo entonces que le urgía retomar su
actividad profesional y se despidió del partido como un caballero, a
través de una carta de agradecimiento en la que hacía votos por el
triunfo de Rajoy. Ahora retoma sus tareas orgánicas, pero en un destino
para el que no era, posiblemente, el candidato más idóneo.
Investigador investigado
Ayala
fue investigado en su día por la Comisión del Estatuto del Diputado,
que finalmente declaró compatible su acta con la concesión por el
Gobierno popular de La Rioja de una licencia de casino a una sociedad
cuyo 40% del accionariado pertenecía a una empresa presidida por Ayala.
Le gustó caminar habitualmente por el filo de la navaja, y en lugar tan
arriesgado se le vio también cuando le tocó dar explicaciones de por qué
presidía una mercantil dedicada a la explotación de salas de bingo
durante su portavocía de la Comisión de Interior, el Ministerio donde
residen las competencias en materia de juego.
Está
reciente aún (verano pasado) el último caso en el que Ayala salió a la
palestra por pisar la línea divisoria entre lo público y lo privado, de
la mano del intento fallido de construir un hotel en el faro de Cabo de
Palos. Su compañero de bancada Teodoro García impulsó en el Congreso una
proposición no de ley, fracasada al trascender que, antes de que
existiera un marco legal que permitiera hacer negocios en el faro, una
promotora tenía ya presentado ante la Autoridad Portuaria el proyecto de
hotel... cuyo armazón jurídico llevaba la firma del bufete de Ayala,
hasta meses antes diputado y portavoz de la Comisión de Fomento. Siempre
al borde.
La polémica persiguió a Andrés Ayala desde sus
inicios en la carrera política. Era secretario general de la Consejería
de Obras Públicas, Vivienda y Transportes, en el primer Ejecutivo de
Valcárcel cuando su departamento convirtió en urbanizable el suelo de Lo
Poyo, un humedal protegido junto al Mar Menor para cuyos propietarios,
la familia Armengol, trabajaba o venía de trabajar Ayala. La
reclasificación fue tumbada dos veces por el Tribunal Superior de
Justicia.
Y hace solo unas semanas que la oposición le buscó de nuevo
las cosquillas en la Cámara Baja, al interpelar Javier Sánchez (Podemos)
al Ministerio de Fomento por haber adjudicado la explotación de salas
de juego en los aeropuertos de Alicante y Málaga a una empresa de la que
era accionista Ayala, a la sazón portavoz -todavía entonces lo era- de
su partido en la Comisión de Fomento.
Todo esto, y más,
figura en la hemeroteca. Y, aunque esta contuviera más insidia que
verdad, habría que convenir que Ayala ha frecuentado terrenos
pantanosos, dejándose acompañar por la sospecha y desatando habladurías
que en nada contribuían a confiar en su rectitud legalista, la que ahora
se le encomienda vigilar en el PP. Pero está de vuelta, porque Andrés
Ayala es -y fue siempre- de los más listos de la clase. Sabe mucho.
Elecciones de perfil alto en el Metal
Alfonso Hernández y López Abad se disputarán la presidencia.
El
cartagenero Alfonso Hernández, desde julio presidente de la Federación
de Empresarios del Metal (FREMM), la más poderosa de la Región, ha
decidido presentarse a las elecciones para renovar su mandato, que
inició por la dimisión de Juan Antonio Muñoz. De 44 años y licenciado en
Filosofía (‘rara avis’ en el empresariado), Alfonso Hernández tiene
ilusión a raudales y un proyecto a medio construir. Deberá vérselas con
Miguel López Abad (Grúas París), que perdió por muy poco los comicios
anteriores frente a Juan Antonio Muñoz.
Los comicios
serán en primavera, así que hay tiempo por delante para negociar. Pero,
hoy por hoy, los dos quieren ganar y ninguno tiene vocación de segundón.
Asistiremos a unas elecciones muy reñidas con candidatos de perfil
alto.
(*) Columnista
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