“En un par de semanas estaremos intervenidos, negociando o
con elecciones convocadas”. El augurio de un alto cargo de la
Generalitat no incluye una declaración de independencia y mucho menos la
independencia efectiva.
Carles Puigdemont ha cumplido su misión de llevar a
Catalunya del postautonomismo a la preindependencia. Se comprometió con
el mandato del 1-O y lo dejó en suspenso ocho segundos después. Ahora,
esperando que “alguien hará algo” –en la Moncloa o en la UE–, el
president zigzaguea en un ejercicio práctico sobre cómo no se declara la
independencia en busca de un diálogo que no llega.
Opción uno. Por burofax. El primer plazo del
requerimiento del Gobierno preguntaba al president si había declarado la
independencia en su intervención en el Parlament. La respuesta debía
ser un sí o un no. Cualquier respuesta diferente se consideraría
afirmativa. Ese plazo se cumplió el lunes. Puigdemont quiso tender la
mano y trasladó la “suspensión del mandato político” surgido del 1-O. El
Gobierno había puesto las normas pero no se dio por aludido: deponga su
actitud y el jueves ya veremos. Vino a decir Soraya Sáenz de
Santamaría.
Opción dos. Por silencio administrativo.
Puigdemont podría haber obviado la respuesta al segundo plazo del
requerimiento. Pero, para reafirmar su apuesta por el diálogo y
denunciar la “represión” del Estado con Jordi Sànchez y Jordi Cuixart,
el president admitía ayer implícitamente que nunca hubo DUI. Era lo que
los discretos contactos de última hora entre uno y otro gobierno
recomendaba para destensar la situación. La solución al requerimiento se
convierte en un problema cuando la negación se traslada como amenaza:
si hay 155, “el Parlament podrá proceder, si lo estima oportuno, a votar
la declaración de la independencia que no se votó el 10 de octubre”.
La Moncloa no acepta el requiebro y convoca mañana un
Consejo de Ministros para fijar los planes de intervención. Nadie
levanta el teléfono y los mensajeros no son efectivos, pero el pleno del
Senado se sitúa dentro de diez días. ¿Se gana o se pierde tiempo?
La carta del president estaba lista la noche del miércoles,
aunque sufrió algún retoque matutino. La fórmula elegida por Puigdemont
fue consensuada con el PDECat y ERC, y transmitida a los miembros del
Consell Executiu. Entre las exigencias de la CUP no estaba la de
someter la declaración de independencia a votación, así que la propuesta
del president, apuntalada por el conseller Jordi Turull, incomoda a
unos cuantos y pone en el punto de mira a todos los diputados del bloque
independentista.
Opción tres. Una resolución en un debate general.
Junts pel Sí y los cuperos emplearon ayer varias horas en dar vueltas
sobre cómo lograr que el Parlament vote la declaración de independencia.
El debate monográfico obliga a explicitar el motivo, que acabaría
suspendido por el Tribunal Constitucional, así que la mejor opción es
que la independencia surja de una resolución en un debate de política
general que volvería a acabar en los tribunales. No hay solución mágica
ni magia en ninguna solución.
Antes de la votación del 1 de octubre en el Palau de la
Generalitat se admitía que “si nos quitan a los mossos, las entidades y
TV3 estamos muertos”. El mayor Trapero está amenazado por la Fiscalía,
los Jordis no tienen más calle que el patio de Soto del Real, y la
televisión pública catalana es uno de los objetivos del Gobierno del PP
aprovechando la carta blanca que ofrece la aplicación del artículo 155
de la Constitución.
Mariano Rajoy se ha plantado. El Gobierno del PP
exhibe refuerzos de la brigada europea, pero aun así no soluciona el
problema catalán. La “cuestión interna” fue monotema en el acceso de los
presidentes y primeros ministros en la cumbre de Bruselas. Excepto para
el español. Y seguirá ahí, en la calle y las instituciones, más allá
del 155.
(*) Periodista
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