Aaron James, doctor en Filosofía por la Universidad de
Harvard, anda preocupado por la profusión de imbéciles que está dando la
sociedad y la posibilidad de que algunos países se estén convirtiendo
en sistemas capitalistas imbéciles.
Este profesor tiene varios tratados
sobre la imbecilidad, asunto que ha preocupado a los grandes pensadores
de la Humanidad, desde Platón hasta Nietzsche, entre otras cosas porque
los imbéciles han sido culpables, a menudo, de los disparates de la
historia.
El viernes, a última hora de la tarde, unos imbéciles
causaron el pánico al arrojar un líquido irritante en las cabinas de
conducción de los convoyes de la línea 3 del metro barcelonés. La
policía ordenó el cierre de la estación de Lesseps, al pensar que podía
tratarse de una sustancia tóxica o explosiva, y tuvieron que intervenir
incluso los Tedax, que concluyeron que se trataba solo de salfumán.
El
sabotaje obligó a cerrar estaciones, desalojar pasajeros, desplegar
policías y bomberos, y provocó el temor a la población, dos semanas
después de los ataques terroristas en Barcelona y Cambrils.
¿Qué lleva a unos individuos a llevar a cabo un acto de esta naturaleza?
Seguramente el afán de notoriedad y las ganas de desestabilizar. James
aporta luz sobre estos cretinos: “El imbécil actúa impulsado por la
firme convicción de ser especial y no estar sujeto a las normas de
conducta comunes a todos los demás”.
Y añade que es inmune a cualquier
opinión, pues está convencido de no tener necesidad de responder a
preguntas relativas a lo justo o aceptable de las ventajas que se otorga
a sí mismo, De hecho, no es extraño que se muestre indignado cuando se
cuestiona su comportamiento, pues lo interpreta como una señal de que no
se le está prestando la atención que merece.
Somerset Maugham decía que
debemos temer a los imbéciles porque rinden siempre al máximo de sus
posibilidades. Incluso con un par de botellas de salfumán de
supermercado en las manos.
(*) Periodista y director de La Vanguardia
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