Pedro Sánchez no se merece superar este martes la primera votación de investidura en el Congreso de los Diputados. El candidato a presidente del Gobierno no se la merece por su arrogancia. No se la merece por su incapacidad de diálogo. No se la merece porque roza lo inmoral carecer de mayoría absoluta y culpar a los demás de no querer votarle gratuitamente, a cambio de nada. 

No se la merece por el desprecio a Unidas Podemos y a su líder Pablo Iglesias, en orador más brillante, de largo, en la tribuna de la Cámara Baja este lunes. No se la merece por la manera como ha abordado el tema de Catalunya, no la independencia o un nuevo referéndum, sino por el menosprecio a los más de dos millones de ciudadanos que apoyan a diferentes formaciones políticas. 

Y no se la merece porque la jornada ha tenido mucho de teatro y de engaño a la gente, ya que Sánchez no quiere nada de lo que dice: ni un gobierno de coalición, ni dialogar, ni acuerdos con las formaciones de izquierdas. Quiere ir, lisa y llanamente, a elecciones el 10 de noviembre.

El Congreso de los Diputados ha vivido este lunes una sesión parlamentaria insólita: un candidato a la presidencia del gobierno que ha dedicado toda la jornada a zaherir directa o indirectamente a sus potenciales aliados para la investidura. Dejando claro que solo las circunstancias le han conducido a la sesión de investidura y que la distancia con Podemos, la formación con la que negocia el gobierno de coalición, es abismal. 

Solo la contención dialéctica de Pablo Iglesias hasta la última réplica hizo que el desencuentro no fuera a mayores durante el vibrante duelo dialéctico que mantuvieron. Fue, al final de todo, cuando Iglesias fue implacable con Sánchez, quien, por televisión, aparecía cabizbajo ante la embestida del líder morado, que le acusó directamente de hacerle ofertas decorativas en el gobierno de coalición y desgajó uno a uno los noes de Sánchez a todas las propuestas que le había hecho. 

Dejó al líder socialista en mantillas, algo que quizás ya le va bien porque tiene puesto el piloto electoral. Y solo así se entiende que, irritado, Sánchez desafiara a Podemos a sumarse a PP, Ciudadanos y Vox y conformar un gobierno alternativo al suyo.

Las últimas palabras de Iglesias fueron las más contundentes y las que cuestionan abiertamente si pueden ser, hoy por hoy, aliados. Acusó al PSOE de pisotearlos, censuró su incapacidad para alcanzar acuerdos y lanzó todo un mísil a Sánchez: "Mucho me temo que si no es presidente ahora, no lo será nunca". 

Todo ello con la bancada morada exultante con su líder y los diputados socialistas terriblemente enojados con el ataque final. Mucho trabajo van a tener los equipos del PSOE y de Podemos para recoser lo que se ha estropeado en el Congreso este lunes y, lo que es más importante, si finalmente hubiera acuerdo el jueves, este nacería tan a desgana de sus patrocinadores y con tantas discrepancias sobre la mesa que no aventura nada bueno para el futuro.

Por el camino de este lunes, los independentistas han perdido algunos de los incentivos que podían tener para votar la investidura. Si Iglesias y Podemos no apoyan a Sánchez, sus votos sirven para bien poco pero es que, además, la soberbia del candidato del PSOE convierte en un mal trago los apoyos que se le puedan facilitar. Y es que la política puede dar muchas vueltas pero a la postre siempre la tienes que poder explicar. Y Sánchez se lo ha puesto, innecesariamente, francamente difícil.


(*) Periodista y ex director de La Vanguardia