El excelente artículo del Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, Los riesgos de la recuperación, publicado en elEconomista el
13 de enero de 2018, como era lógico esperar de quien, además de
excelente economista -basta recordar su Economía del sector público-
casi exige ser tenido en cuenta desde el punto de vista de los problemas
españoles.
Consideremos, en primer lugar que existe algo así como una
especie de admiración muy general por la marcha actual de la economía
estadounidense. Sin ir más lejos, en el Informe mensual correspondiente a
noviembre de 2017, que publica CaixaBank Research, se lee en la pág.
12: "El PIB de Estados Unidos sorprende al alza en el tercer trimestre.
El paso de los huracanes Harvey e Irma no ha hecho mella en la economía
estadounidense, que creció un 0,7 por ciento intertrimestral (2,3
interanual en el tercer trimestre de 2017), una marca por encima de las
previsiones de los analistas.
Este buen registro, solamente una décima
menor que en el segundo trimestre, se debió, en parte, a la notable
contribución de inversiones y a la caída de las importaciones. El buen
desempeño de estos componentes compensó la leve desaceleración del
consumo privado y de la inversión no residencial, indicadores que, pese a
todo, crecieron de forma apreciable".
Además, a Trump incluso se le llega a contemplar triunfante en política. En The Economist
de 8 de diciembre de 2017 me llamó la atención que se señalase cómo la
dirigente demócrata Nancy Pelosi "causaba en la Cámara de Representantes
más problemas que los que resolvía".
Todo esto mostraba algo así como
un triunfo de Trump, que estaba basado esencialmente, en tres puntos de
apoyo. Por una parte, en el mantenimiento de un importante déficit
presupuestario. La última información señala que se encuentra en el 3,5%
del PIB, ese porcentaje cabalmente que se condena para España, y tiene
razón al hacerlo el Banco Central Europeo.
Lógicamente, ahí se
encuentra, por ejemplo, la caída de la cotización del dólar respecto al
euro, lo que, naturalmente, refuerza la protección. Esta política se
encuentra directamente unida con una creciente lucha contra la llegada
de inmigrantes, o incluso plantea expulsiones de inmigrantes desde hace
bastante tiempo. Es lo que late en las palabras despectivas contra El
Salvador, Haití o países africanos de Trump.
Eso, naturalmente,
satisface al mundo sindical norteamericano, porque restringe la oferta
de mano de obra, castigando, no a estadounidenses, sino a extranjeros.
No se explica de otro modo que poblaciones tradicionalmente demócratas, a
causa del peso de la población obrera, hubiesen votado a Trump para la
Presidencia, a pesar de ser el candidato del partido republicano, más
vinculado que el demócrata, con los intereses empresariales.
Déficit y
proteccionismo que Trump asegura que va a estar ligado a una política
importante de infraestructuras. Al mismo tiempo, como sucedió
concretamente en relación con China, y no digamos con Japón, Trump no
deja a un lado los enlaces de todo tipo con el Pacífico. Europa no goza
de aquella prioridad tradicional y que alcanzó su cénit en la II Guerra
Mundial y en la Guerra Fría.
Nos encontramos, pues, con una
política de Trump que se puede calificar como típica del nacionalismo
económico: expansiva, favorable para el mundo propio de las clases
obreras auténticamente norteamericanas y con un importante déficit
fiscal. Y he aquí que esto tiene, históricamente, un precedente, el de
la política económica alemana a partir de 1933 con la subida de Hitler
al poder.
Los párrafos que siguen son de un buen economista sueco, Johan
Åkerman, procedentes de su obra Estructuras y ciclos económicos
(Aguilar, 1960).
En primer lugar, en el Congreso del partido
nacionalsocialista celebrado en Nuremberg, en el otoño de 1936, "Hitler
precisó que el objetivo de la industria alemana era adquirir su
independencia frente a las importaciones, especialmente para gasolina y
caucho, gracias a nuevos productos sintéticos, y para los metales raros,
gracias a nuevas empresas".
El nacionalismo económico estaba, pues, en
la base de esa política económica. La política económica preconizada por
Federico List, un geschlossener Handelstaat, era a lo que Hitler "se
proponía llegar". Y no es posible dejar de señalar que la política
norteamericana del presidente Lincoln, en lo económico, se debió,
precisamente, a la asunción de las tesis de Federico List que, por otra
parte, crearon la fractura entre la Confederación, librecambista, del
Sur, y la Unión, proteccionista, del Norte, que originó la Guerra de
Secesión.
Y en Alemania esto se ratifica por el dirigente de la economía
de Hitler, Schacht, quien declaró: "Debemos adquirir solamente lo que
podemos pagar, lo que más falta nos haga, y lo compraremos a los que nos
compren".
Agreguemos a esto que en la
Alemania nacionalsocialista, la adhesión masiva de las clases
trabajadoras se experimentó al observar que disminuía el paro y "a una
mejora en las prestaciones obreras" y "la satisfacción ante las
realizaciones sociales llevadas a cabo por el Estado", como, por
ejemplo, lanzar "un Volkswagen extremadamente barato (990 marcos)".
Añádase en infraestructuras "la construcción de autopistas" y "lo mismo
ocurrió con la construcción de canales", así como en infraestructuras
"para los transportes aéreos". Y según datos del incremento de la deuda
pública, pasó de 26.000 millones de Reichmarks en 1932 a 44.000 millones
en 1937. Se conseguía así un éxito "bajo el impulso de von Paper y
Schllicher, en una senda puramente expansionista gracias a obras
públicas, a una estimulación de la inversión privada, especialmente en
la actividad de la construcción (Deutsche Gesellschaft für Offentliche
Arbeiten) -conocida con el nombre de DGA- y del Deutsche Renter-Credit
Anstalt gracias al incremento del poder adquisitivo de los parados".
Y no es posible olvidar que esta
política económica expansiva maravilló al propio Keynes. En el Prólogo a
la edición alemana de la Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero,
fechada en septiembre de 1937, con la firma de J. M. Keynes se lee: "La
teoría de la producción agregada, que es lo que el libro trata de
proporcionar, se adaptaría con más facilidad a las condiciones que se
dan en un Estado totalitario que la que lo hace la teoría de la
producción y distribución de una producción determinada, bajo
condiciones de libre competencia de laissez-faire".
Y, aparte de eso, el análisis
crítico que, procedente de los Eucken y demás economistas de la Escuela
de Friburgo, señaló cómo el camino emprendido por este modelo económico
acabaría forzosamente en catástrofe. Basta en este sentido leer, en
relación con el impacto exterior, la obra de Jacob Viner, Studies in the Theory of International Trade, publicada en 1937, precisamente.
Por eso tiene toda la razón en su
artículo Joseph E. Stiglitz cuando escribe que "tratar con displicencia
los riesgos asociados a la desglobalización que plantea el
proteccionismo de Trump", o hacerlo ante posibles "recortes de impuestos
financiados por deuda pública", es ignorar que "nada de eso es un buen
augurio para el futuro económico de los Estados Unidos. A largo plazo...
existen grandes riesgos en el horizonte".
Y esos riesgos amenazan a Europa y
a Iberoamérica, de modo directísimo, y precisamente a través de Europa e
Iberoamérica es en lo que se basa grandísima parte del actual
desarrollo económico español. Pensar otra cosa es aferrarse a que los
problemas económicos de un hogar los puedan arreglar los Reyes Magos.
(*) Catedrático emérito de Economía y presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas