martes, 23 de enero de 2018

Trump como riesgo para España / Juan Velarde Fuertes *

El excelente artículo del Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, Los riesgos de la recuperación, publicado en elEconomista el 13 de enero de 2018, como era lógico esperar de quien, además de excelente economista -basta recordar su Economía del sector público- casi exige ser tenido en cuenta desde el punto de vista de los problemas españoles. 

Consideremos, en primer lugar que existe algo así como una especie de admiración muy general por la marcha actual de la economía estadounidense. Sin ir más lejos, en el Informe mensual correspondiente a noviembre de 2017, que publica CaixaBank Research, se lee en la pág. 12: "El PIB de Estados Unidos sorprende al alza en el tercer trimestre. El paso de los huracanes Harvey e Irma no ha hecho mella en la economía estadounidense, que creció un 0,7 por ciento intertrimestral (2,3 interanual en el tercer trimestre de 2017), una marca por encima de las previsiones de los analistas. 

Este buen registro, solamente una décima menor que en el segundo trimestre, se debió, en parte, a la notable contribución de inversiones y a la caída de las importaciones. El buen desempeño de estos componentes compensó la leve desaceleración del consumo privado y de la inversión no residencial, indicadores que, pese a todo, crecieron de forma apreciable".

Además, a Trump incluso se le llega a contemplar triunfante en política. En The Economist de 8 de diciembre de 2017 me llamó la atención que se señalase cómo la dirigente demócrata Nancy Pelosi "causaba en la Cámara de Representantes más problemas que los que resolvía".

Todo esto mostraba algo así como un triunfo de Trump, que estaba basado esencialmente, en tres puntos de apoyo. Por una parte, en el mantenimiento de un importante déficit presupuestario. La última información señala que se encuentra en el 3,5% del PIB, ese porcentaje cabalmente que se condena para España, y tiene razón al hacerlo el Banco Central Europeo. 

Lógicamente, ahí se encuentra, por ejemplo, la caída de la cotización del dólar respecto al euro, lo que, naturalmente, refuerza la protección. Esta política se encuentra directamente unida con una creciente lucha contra la llegada de inmigrantes, o incluso plantea expulsiones de inmigrantes desde hace bastante tiempo. Es lo que late en las palabras despectivas contra El Salvador, Haití o países africanos de Trump. 

Eso, naturalmente, satisface al mundo sindical norteamericano, porque restringe la oferta de mano de obra, castigando, no a estadounidenses, sino a extranjeros. No se explica de otro modo que poblaciones tradicionalmente demócratas, a causa del peso de la población obrera, hubiesen votado a Trump para la Presidencia, a pesar de ser el candidato del partido republicano, más vinculado que el demócrata, con los intereses empresariales. 

Déficit y proteccionismo que Trump asegura que va a estar ligado a una política importante de infraestructuras. Al mismo tiempo, como sucedió concretamente en relación con China, y no digamos con Japón, Trump no deja a un lado los enlaces de todo tipo con el Pacífico. Europa no goza de aquella prioridad tradicional y que alcanzó su cénit en la II Guerra Mundial y en la Guerra Fría.

Nos encontramos, pues, con una política de Trump que se puede calificar como típica del nacionalismo económico: expansiva, favorable para el mundo propio de las clases obreras auténticamente norteamericanas y con un importante déficit fiscal. Y he aquí que esto tiene, históricamente, un precedente, el de la política económica alemana a partir de 1933 con la subida de Hitler al poder. 

Los párrafos que siguen son de un buen economista sueco, Johan Åkerman, procedentes de su obra Estructuras y ciclos económicos (Aguilar, 1960). 

En primer lugar, en el Congreso del partido nacionalsocialista celebrado en Nuremberg, en el otoño de 1936, "Hitler precisó que el objetivo de la industria alemana era adquirir su independencia frente a las importaciones, especialmente para gasolina y caucho, gracias a nuevos productos sintéticos, y para los metales raros, gracias a nuevas empresas". 

El nacionalismo económico estaba, pues, en la base de esa política económica. La política económica preconizada por Federico List, un geschlossener Handelstaat, era a lo que Hitler "se proponía llegar". Y no es posible dejar de señalar que la política norteamericana del presidente Lincoln, en lo económico, se debió, precisamente, a la asunción de las tesis de Federico List que, por otra parte, crearon la fractura entre la Confederación, librecambista, del Sur, y la Unión, proteccionista, del Norte, que originó la Guerra de Secesión. 

Y en Alemania esto se ratifica por el dirigente de la economía de Hitler, Schacht, quien declaró: "Debemos adquirir solamente lo que podemos pagar, lo que más falta nos haga, y lo compraremos a los que nos compren".

Agreguemos a esto que en la Alemania nacionalsocialista, la adhesión masiva de las clases trabajadoras se experimentó al observar que disminuía el paro y "a una mejora en las prestaciones obreras" y "la satisfacción ante las realizaciones sociales llevadas a cabo por el Estado", como, por ejemplo, lanzar "un Volkswagen extremadamente barato (990 marcos)". 

Añádase en infraestructuras "la construcción de autopistas" y "lo mismo ocurrió con la construcción de canales", así como en infraestructuras "para los transportes aéreos". Y según datos del incremento de la deuda pública, pasó de 26.000 millones de Reichmarks en 1932 a 44.000 millones en 1937. Se conseguía así un éxito "bajo el impulso de von Paper y Schllicher, en una senda puramente expansionista gracias a obras públicas, a una estimulación de la inversión privada, especialmente en la actividad de la construcción (Deutsche Gesellschaft für Offentliche Arbeiten) -conocida con el nombre de DGA- y del Deutsche Renter-Credit Anstalt gracias al incremento del poder adquisitivo de los parados".

Y no es posible olvidar que esta política económica expansiva maravilló al propio Keynes. En el Prólogo a la edición alemana de la Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero, fechada en septiembre de 1937, con la firma de J. M. Keynes se lee: "La teoría de la producción agregada, que es lo que el libro trata de proporcionar, se adaptaría con más facilidad a las condiciones que se dan en un Estado totalitario que la que lo hace la teoría de la producción y distribución de una producción determinada, bajo condiciones de libre competencia de laissez-faire".

Y, aparte de eso, el análisis crítico que, procedente de los Eucken y demás economistas de la Escuela de Friburgo, señaló cómo el camino emprendido por este modelo económico acabaría forzosamente en catástrofe. Basta en este sentido leer, en relación con el impacto exterior, la obra de Jacob Viner, Studies in the Theory of International Trade, publicada en 1937, precisamente.

Por eso tiene toda la razón en su artículo Joseph E. Stiglitz cuando escribe que "tratar con displicencia los riesgos asociados a la desglobalización que plantea el proteccionismo de Trump", o hacerlo ante posibles "recortes de impuestos financiados por deuda pública", es ignorar que "nada de eso es un buen augurio para el futuro económico de los Estados Unidos. A largo plazo... existen grandes riesgos en el horizonte".

Y esos riesgos amenazan a Europa y a Iberoamérica, de modo directísimo, y precisamente a través de Europa e Iberoamérica es en lo que se basa grandísima parte del actual desarrollo económico español. Pensar otra cosa es aferrarse a que los problemas económicos de un hogar los puedan arreglar los Reyes Magos.


(*) Catedrático emérito de Economía y presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas


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