martes, 7 de abril de 2020

Y con la pesada mochila facha / Rosa María Artal *

Un millón de personas infectadas y 55.000 muertas con coronavirus en todo el mundo. Una región china inició esa senda que ha ido invadiendo países y sociedades enteras. Unos antes, otros después; con distintas bases para afrontarlo, con actitudes diversas. Es hora de ver en los otros y nosotros el largo y tortuoso camino que nos queda por recorrer, aprender de las respuestas y reacciones, de las gentes. 

De lo positivo y negativo que cabe esperar. España sufre la terrible desgracia añadida de tener que andar cargando la pesada mochila "facha". Ese eufemismo casi dulce que esconde involución, codicia, corrupción, ineficacia, malas artes y una total falta de escrúpulos.

Solo en España se ha visto, al menos con tanta intensidad, a ese sector que agrupa básicamente a la derecha política y mediática al servicio de algunos poderes económicos y fácticos, lanzado a la yugular del Gobierno para tumbarlo y sustituirlo por uno de su conveniencia. Sin reparar en qué más arrasan. Su ofensiva ha agudizado la angustia y el miedo de una ciudadanía que en líneas generales se está comportando con una admirable madurez y comprensión. 

Las manadas de hienas son contundentes, aunque minoría, y están empezando a perder la batalla ante la sensatez de tantas personas que entienden lo que ocurre. El fracaso absoluto de la última cacerolada contra el Gobierno fue un índice notable.

Una vez que se empezó a comprobar la virulencia del coronavirus se fueron demostrando varias tesis:

–Nadie estaba preparado para un ataque así.
–Faltaban medios en un mundo dirigido por políticas a corto plazo y priorizando el lucro económico sobre el bienestar de las personas.
–El Sistema de Sanidad Publico ha sido determinante en la evolución de la enfermedad, para bien y para mal. España lo había debilitado bajo mandato del PP, a pesar de las protestas de los profesionales en la Marea Blanca. En los países que apenas existe, se vive un desastre
–La gran disyuntiva ha sido y es paralizar la actividad para detener los contagios o continuarla aunque ocasione más víctimas humanas. La economía, primero. Economy, First.
–Las consecuencias sobre la economía son dramáticas, sí. Previsiblemente, temporales. Un tejido social sólido, con los derechos de los trabajadores protegidos marcaría grandes diferencias. En España también lo habían debilitado las Reformas Laborales.
–La auténtica salida pasa por la investigación científica. Se trabaja intensamente en tratamientos y vacunas. España cuenta, porque la ciencia española es puntal, a pesar de los hachazos sufridos. A modo de ejemplo, el gobierno de Rajoy recortó un 26.38% el presupuesto de ciencia e investigación, dejándolo en 6.320 millones de euros en 2012. Al año siguiente, otro 6.3% , para bajar a 5.926 millones, y en el 2014 preelectoral lo subió un 3,26% y dejarlo en 6.140 millones. Son datos de ReaccionaDos (Aguilar, 2014).

Controlar el coronavirus precisa, además de los tratamientos, la suficiente inmunización de la parte de la sociedad que ha vencido al virus, desde asintomáticos a graves, que servirá de escudo. Y es cuestión de tiempo y de operar con los menores daños posibles.

Estados Unidos –adonde emergió más tarde la pandemia– avanza a un ritmo acelerado de contagios y ya acredita más de 200.000 casos. Fueron, de la mano de Trump, adalides del Economy, first. Como el Reino Unido de Johnson o el Brasil de Bolsonaro. El grito de la derecha española y todo el bloque de la mochila facha contra el gobierno es por haber priorizado la protección de los trabajadores y los más vulnerables del Sistema. Echan chispas.

Esto es durísimo. Estamos viendo cadáveres por las calles de Guayaquil del Ecuador desprotegido de servicios sociales y dirigido por un visionario. Chile y otros países latinoamericanos no tienen una sanidad pública digna de tal nombre. Fueron los laboratorios de la Escuela de Chicago neoliberal desde el Golpe de Pinochet en los 70, y así siguieron muchos de ellos.

El confinamiento funciona aunque tiene consecuencias. Va creciendo la ansiedad si no se racionaliza. Se agudiza la soledad de quienes viven solos. Y el temor a salir a la calle o al mismo ascensor de los contagios. Se nota el huir del otro como si todos fueran apestados. En Italia se han ido extinguiendo hasta los cantos de los balcones. Y empiezan a aislar, ¡atención!, a los vecinos que trabajan en la sanidad. También está ocurriendo en India. País del que se muestran imágenes de personas fumigadas con chorros desinfectantes en el suelo. Pasa el tiempo y las reacciones van derivando. Mucho cuidado. 

En Portugal, los ciudadanos se apuntaron por propia iniciativa a prevenirse antes de que lo hiciera el gobierno y las desviaciones no reciben ni multas, ni represión policial alguna como aquí. Con esto sí que hay que acabar en España, con algunas cargas improcedentes. Quizás hay demasiado justicieros de balcón que lo reclaman. Igual que en Italia, casualmente.

Ante una catástrofe como la de esta intensa pandemia, ayuda contar con gobiernos que piensen en los ciudadanos. Canadá pagará 1.300 euros mensuales a quienes hayan perdido su empleo por el coronavirus durante cuatro meses y Japón, 300.000 yenes (algo más de 2,500 euros) de una vez a los hogares más afectados. Ambos con gobiernos liberal conservadores. España se ha volcado en medidas de apoyo. El PP pide más... para las empresas. Como explicaba José Sanclemente, al final "esto no lo pagamos entre todos": los fondos de inversión o los que eluden al fisco en paraísos fiscales contribuirán en menor medida. Y aun así se quejan.

En España a toda la angustia inevitable del temor a la enfermedad y sus consecuencias económicas, se añade la desalmada tarea de la mochila facha por sembrar el camino de minas, provocar indignación y acrecentar el dolor. Es mucho ya. Estamos viendo convertido en fardo el cuerpo que deja la única vida que tenemos y llevado en un furgón a las morgues de hielo que un día sirvieron para deslizarse en alegría. Ocurre en ciudades saturadas, como Madrid. O ese trato a los ancianos, desahuciados en la aglomeración, desde los sectores despiadados de la economía pragmática en varios países. Añadir incertidumbres por intereses propios resulta de tan ruin, deleznable. Lo que está haciendo la extrema derecha española, que ya es toda la derecha, es inhumano, denigrante, bestial.

Es irracional cargar con semejantes culpas al Gobierno, hasta querellas, si miramos alrededor y vemos lo que ocurre en el resto del mundo. Y es doblemente absurdo pensar que puede solucionar las consecuencias de esta crisis la extrema derecha o la derecha neoliberal que está en el origen de muchas carencias. Hasta los más tibios analistas serios –eso sí, los serios– ven herido de muerte al capitalismo salvaje. Aunque también ahora intentarán mantenerlo como sea. Lo mismo que en la crisis de 2008.

El brazo mediático está siendo sonrojante para quienes sentimos el derecho a la información de los ciudadanos. Se han desplegado a fondo. Desde el osado alarde de los pasquines de ultraderecha –que involucran al rey en un cambio de gobierno que no le compete–, a las portadas infames que machacan a diario como cualquier díade ABC y similares. Hasta llegar a más sutiles o elegantes peticiones de ese gobierno de concentración con el que sueña el poder que nos carga con su mochila.

La idea es –se deduce– que se "concentren" el PSOE de los buenos chicos y chicas, sin nadie díscolo, con el PP que tiene derecho a un trato que ahora Sánchez no le dispensa. Ayer mismo, el partido de Pablo Casado, a quien como siempre parecen preferir de vicepresidente en lugar de Pablo Iglesias, se adscribió a la ultraderecha fascistoide. Se negó a apartar del PPE a Viktor Orban que ha acabado con la democracia en Hungría, como sí hicieron otros 13 partidos de su grupo. Cuesta creer que un PP, con un dirigente que cada día evidencia cuál es su calidad humana, demostrable en la oposición que practica, sea bien visto para ese papel. Los españoles votaron a partidos progresistas con conciencia social y no encaja cambiar su voluntad, en defensa de no se sabe qué intereses.

No lo conseguirán, a menos que la sociedad española se lance a ese abismo de las hienas que terminan sobrepasando todos los límites. Al punto de inventarse bulos que distribuyen profusamente en las redes para crear crispación. No es tan fácil a pesar de la insistente campaña. Si se pueden sacar conclusiones positivas de esta desgracia, vemos que en estos días tan duros hemos estrechado lazos con personas a las que queremos, algunos han comprendido por fin qué es lo que importa. Los niños españoles y los que se comportan como tales han aprendido el valor de la responsabilidad, que no todo es un cuento de hadas y que de los problemas graves se sale mejor con colaboración, esfuerzo y honestidad. Hasta entendemos mejor la muerte y tenemos mas ganas de vivir que nunca.



(*) Periodista




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