En política hay cosas que ya han sucedido antes y se puede aprovechar
mucho de aquella experiencia pasada y otras que se parecen como un
huevo a una castaña. Entre estas últimas está la comparación que trata
de hacer interesadamente el gobierno Pedro Sánchez de la situación política que derivó en los Pactos de la Moncloa rubricados en 1977 y la realidad actual provocada por el coronavirus y
que aparte de la crisis de salud lleva aparejada un desplome de la
economía y un negrísimo horizonte hasta donde se puede divisar.
Fundamentalmente, dos son las grandes diferencias de aquel lejano
1977 -aún no había ni Constitución ni Estatut- y el actual 2020. Veamos.
Los Pactos de la Moncloa hubieran sido inviables sin un movimiento
fuerte como el que hizo meses antes Adolfo Suárez atrayendo a Santiago Carrillo y al PCE al acuerdo
en un cambio de cromos que llevaba el sello de la astucia y la
capacidad de asumir riesgos del entonces inquilino de la Moncloa: los
comunistas aceptaban las duras medidas económicas para los trabajadores y
la UCD impulsaba una ley de amnistía.
A partir de aquí, Suarez y
Carrillo le hicieron una envolvente al PSOE y más tarde a AP, que solo
firmaría la parte económica y no la política. El 15 de octubre se
aprobaba la ley de amnistía en España y diez días después se estampaba
la firma en los pactos de la Moncloa.
Por en medio estaba la segunda pieza a desplazar: Catalunya. El 23 de octubre regresaba a Barcelona después de un largo exilio Josep Tarradellas como
president de la Generalitat restaurada. Jordi Pujol y el nacionalismo
conservador dieron su firma a los pactos y empezaban así su implicación
en la gobernación de España, que ya sabemos como acabó.
El PNV, que
también suscribió los acuerdos, tendría en febrero de 1978 el Consejo General Vasco,
aunque el lehendakari Jesús Maria Leizaola se quedó en Francia y no
pasó la legitimidad histórica de la institución hasta 1979 a Carlos
Garaikoetxea.
¿Cuales serían hoy los movimientos fuertes a hacer por parte de Sánchez similares a los de Suárez?
En el ámbito español, llegar a un acuerdo con Vox que dejara sin margen
de maniobra al PP de Casado. Eso se antoja hoy del todo imposible.
También habría un intermedio: cerrar un acuerdo con el PP y que de una u
otra manera Vox no hiciera una oposición radical. Es más o menos tan
difícil como lo anterior.
¿Y con los independentistas catalanes?
Seguramente no hay otra que un acuerdo sobre presos y exiliados. Con
Podemos se podría intentar pero con el PSOE es casi soñar despierto.
La otra gran diferencia es la situación de España. Aquella España despertaba más simpatías en el mundo que la actual.
Se salía de una dictadura y había que ayudar a la que se llamaba joven
democracia con un rey al que se le atribuía una autoridad para mantener a
los militares en los cuarteles y un presidente del gobierno enormemente
osado.
España, además, no era el estado frágil actual donde está en
cuestión desde la institución monárquica hasta el modelo de las
autonomías pasando por instituciones centrales en un país democrático
como son la justicia, el Tribunal Constitucional o el Tribunal de
Cuentas.
Son comprensibles las ganas de Sánchez por querer trazar similitudes
con el pasado pero, dicho en plata, tiene poco a ofrecer sino quiere
salir por la ventana. Pero no hacer nada también es un riesgo, como su
fiel escudero Ivan Redondo sabe muy bien.
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