Quim Torra es un dirigente accidental que no está
adornado por las grandes virtudes que distinguen a los políticos
sobresalientes. Pero forma parte de una organización que trae causa del
final de los setenta del siglo pasado integrada por ahora
independentistas que se fajaron y ahormaron en tiempos iniciáticos de la
democracia española en los que demostraron habilidades muy relevantes.
El hecho de que en la última década hayan rectificado el rumbo -mutando del nacionalismo catalanista al secesionismo de ruptura y
choque con el Estado- no les priva de sus habilidades bien acreditadas.
Torra no está solo en sus planteamientos y, aunque ha cometido muchos
errores, siendo el mayor aspirar al martirio judicial, se deja aconsejar y plantea batalla con la asesoría de un buen estado mayor en el que está arraigado eso que mi colega Enric Juliana denomina "gen convergente".
La "convergencia" como marca catalana de hacer política no debe subestimarse aun en el caso de que episodios como los del 6 y 7 de septiembre y los del 1 y el 27 de octubre del 2017 predispongan a suponer que ese ámbito político, ideológico y sentimental ha perdido el rumbo.
Porque el desnorte del independentismo en aquellas fechas aciagas no lo patrocinó solo (ni acaso principalmente) la CDC reconvertida, sino, precisamente, el republicanismo que ahora se presenta con el rostro menos irreductible ante la opinión pública de Catalunya y del resto de España y que ha pactado con un PSOE parlamentariamente insuficiente.
La declaración institucional de Torra del pasado miércoles -presupuestos, primero; elecciones, después, e interlocución con Pedro Sánchez pese a la provisionalidad en la que definitivamente entraba así la política catalana- fue una respuesta a ERC que
se amparó en evitar "desobediencias estériles" para retirarle el acta
de diputado dando carta de naturaleza a la pelea insomne entre los dos
partidos de la secesión. Pero también resultó un desafío al Gobierno y a Sánchez.
Y mientras que los republicanos se percataron de inmediato de la trampa saducea que acababa de tenderle Torra, en la Moncloa leyeron erróneamente los propósitos del presidente de la Generalitat.
Estrategia desactivada
Aplazar la mesa intergubernamental pactada entre el PSOE y ERC
ante la perspectiva de unas elecciones convocadas en diferido (sin
fecha), tras una procelosa tramitación presupuestaria, suponía para los
republicanos perder la baza electoral de sentar al Gobierno de España con el catalán, de igual a igual, con un temario abierto y una consulta en el horizonte.
Toda la estrategia del partido de Oriol Junqueras quedaba
desactivada cuando más falta le hacía con el precipitado anuncio de la
Moncloa según el cual Sánchez convertía en protocolario el encuentro con
Torra, lo diluía con otros más y remitía las negociaciones sobre el
"conflicto catalán" al Gobierno que se formase tras los anunciados
comicios.
Esta decisión -de apariencia lógica- desconocía, no obstante,
tres realidades demasiado obvias para ser ignoradas. La primera, que por
mucho que se peleen los partidos independentistas existe entre ellos
una vinculación emocional que se expresa de manera cabal en la solidaridad con los políticos presos como
pudo observarse horas antes de la declaración institucional de Torra.
La segunda, que, aunque resulte duro, es muy cierto que la
gobernabilidad de España le importa a ERC "un comino" porque
para los republicanos es puramente instrumental y valiosa solo en la
medida en que ofrece un Gobierno interlocutor permeable para resituar la
política catalana tras el fracaso del proceso soberanista.
Y tercero, la misión del trío integrado por Josep Maria Jové, Gabriel Rufián y Marta Vilalta -equipo
que negoció con el del PSOE- consistía en llegar a un acuerdo y
desarrollarlo en los plazos establecidos contra viento y marea, incluso
si en el camino se produjesen imprevistos como los de esta semana.
ERC calificó de "flagrante incumplimiento" del pacto suscrito con los socialistas el aplazamiento sine die de la mesa intergubernamental ante
la perplejidad de los hombres del presidente que suponían que de esta
manera neutralizaban el torpedo que Torra lanzaba más contra la línea de
flotación de sus socios que contra el propio Gobierno central.
El papel del PNV
El hecho de que la Moncloa hiciese pública su decisión sin
consultarla con los dirigentes de ERC añadió el jueves por la noche más
perplejidad a la que ya existía tras la brusca -y un tanto humillante- rectificación del Gobierno una
vez Rufián se llegó a la Moncloa y pasó a limpio a Sánchez la situación
y le reiteró la advertencia que ya expuso en la sesión de su
investidura: sin mesa de negociación entre gobiernos, no hay Presupuestos del Estado y no hay legislatura.
Quiso la casualidad -¿o la causalidad?- que el mismo miércoles de autos, la más alta representación del PNV (seis
votos críticos), socio del Gobierno de coalición, visitase en la cárcel
a los políticos presos, proyectando así una imagen debilitada del
Ejecutivo.
Habría que preguntarse qué parte de la expresión de Junqueras ("me muero por dialogar")
no han entendido en el Gabinete de Sánchez; por qué razón no han
interiorizado que el pacto con ERC no lo es con una organización
primeriza, sino que tiene casi un siglo de trayectoria controvertida y
arriscada y, en fin, por qué están tardando en asumir que esta
legislatura depende del independentismo que -aunque enfrentado- siempre
termina encontrando el punto de conexión para actuar de consuno.
El error de Sánchez ha sido grave (el peor de su gestión hasta
ahora), el correctivo, severo y el empoderamiento adicional de ERC -e
indirectamente de Torra- convulsionante en la política española. Un baño
de dura realidad.
(*) Periodista y ex director de Abc
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