jueves, 19 de septiembre de 2019

Murcia blasfema y arrasada: Ira de Gaia / Pedro Costa Morata *

Los pecados de los murcianos contra la tierra, el mar y el cielo son tan enormes y recalcitrantes que, al quedar impunes por la perniciosa influencia que el poder agrario ejerce sobre las administraciones, la justicia y la opinión pública, y al ser todas ellas instituciones terrenales imperfectas y manipulables, han de ser los dioses ofendidos quienes, hartos de abusos y perversiones, tomen cartas en el asunto, distinguiéndonos con la furia de sus poderes desafiados. 

Ha debido de ser Gaia, la Madre Tierra de los antiguos que ahora son blasfemos, y de los que han sabido, todavía hoy, mantenerse prudentes, cuidando de no ofenderla y siempre allanados a sus exigencias (que son clave de supervivencia de todos los mortales), la que ha decidido responder a tanta ignominia, harta de advertencias: la ira descargada sobre la insolente tierra murciana es proporcionada, sin duda alguna, a la inmensidad de sus crímenes (y no distingue, ¡ay! justos de pecadores). 

La primera de nuestras faltas, en las que reincidimos sin el menor propósito de enmienda, ha sido el maltrato sistemático de la red hidrográfica, con el padre Segura en primer lugar, pero con mayor alevosía, todavía, en la minuciosa aniquilación de la tupida malla de afluentes, ramblas y regatos. La estupidez de nuestra sociedad, capitaneada por necios reincidentes (que juegan con todo esto como si de una ruleta rusa se tratara) ha permitido que todo este conjunto, geológica y sabiamente adaptado a los mayores eventos climatológicos, haya sido destruido, desnaturalizado y apropiado: osadía de las carreteras, codicia de los cultivos. 

(Recuerdo cuando un consejero de la Comunidad Autónoma, que desde entonces no hizo más que progresar en política, autorizó una carretera por la rambla de las Culebras, en Águilas, quitándole un tercio de su cauce: las avenidas posteriores adquieren un tercio más de velocidad y de poder destructivo. Algo que ya he criticado desde estas páginas, y de resultado equivalente, es la estulticia de los que, con el pretexto demagógico de 'acondicionar las riberas del Segura', han promovido, a su paso por Cieza, un encauzamiento con escollera y plástico, aumentando, las riadas, velocidad e impacto.) 

La segunda de nuestras ofensas la define el sistemático saqueo del suelo murciano por la agricultura y la ganadería intensivas, pecados e ignominias que han sido consentidos por la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS), primera en culpas del desastre reciente por no cuidar de la hidrografía y sus extensos espacios públicos ni del buen uso del agua ni del secano protector, y por plegarse al regadío pirata, invasor y follonero, protegiendo todos los desmanes; y parecida imputación merece que se le haga a un Gobierno autonómico que ha ido agravando, durante decenios, la usura del territorio, y que ha llevado el urbanismo regional a sus más altas cotas de miseria, consolidando, sin ir más lejos, la orla urbanística del Mar Menor, con innumerables barreras de bloques, muros y asfalto que, cerrando la laguna, atrapa e inunda pueblos y urbanizaciones, cuando el agua pide paso. 

Cuando ahora el Estado acuda a lamentos y reclamaciones, que procure no reincidir 'restableciendo' lo destruido, sino enmendando seriamente lo mal hecho o consentido; y, lo primero de todo, exponiendo a público escarnio a buena parte de los ingenieros de la CHS, muy especialmente sus presidentes desde los años 1980, para que podamos increparlos colocando, en sus cabecicas alienadas, orejas de burro. 

Que ese Estado que se ve requerido por quienes no merecen sino el castigo, no olvide de incluir en sus afanes de transición ecológica la reducción a la mitad, en diez años, de las hectáreas de regadío (ilegales en su origen, más o menos, en esa misma proporción, pero excusadas en mala hora, precisamente, por esos fallidos representantes del Estado en la Región: los de la CHS). 

Es ahora el momento de revisar y adaptar, adecuadamente, nuestras teorías del desastre, siempre elaboradas a nuestra conveniencia, y rechazar las culpas de la naturaleza. Y de obligar, es un ejemplo, a los cañoneros melocotoneros de la Vega Media, que tan obscenamente irritan a los cielos, a que redirijan el tiro, de una vez por todas, hacia sus poco respetables traseros. O de imponer a los que corrompen campos y acuíferos en el Altiplano, a una dieta de treinta años, a base de sus lechugas sobrantes, con babosas de proteína, hasta que los dioses insultados se sientan desagraviados. 

Tendremos que esperar, culpables y temerosos, la reacción de Poseidón, el olímpico oceánico, a cuyos dominios, otrora fecundos y límpidos, han ido a parar venenos y porquerías en cantidad nunca conocida (la acumulada por esta sociedad murciana, secuestrada e indolente, que se hiere a sí misma y no respeta ni la tierra ni el aire ni las aguas). 

Que, si es un tsunami lo que trama el dios marino del tridente, sabrá hacerlo, también, aquilatado a la tropelía inconmensurable de tanto vertido impune. De momento, y como primera providencia, castíguese a los agricultores depredadores de la Marina de Cope a bucear durante treinta años en los fondos colindantes, y a que no vuelvan a sus campos petroquímicos hasta dejárnoslos bien limpios (traten, si acaso, de ayudarse, si es que lo consiguen, de los responsables guardianes del dominio público, tanto marítimo como hidráulico, que más parecen fantasmas, a fuer de ausentes). 

Y hagamos por lograr que los prebostes del Trasvase, de los sindicatos antiecológicos y las cooperativas sin conciencia, que poco o nada respetan en su avaricia del corto plazo y su ideología de conquista, y que los cielos han dejado desnudos por su insolencia (señalando bien a las claras las causas verdaderas de la desgracia), que nos regalen un paseíllo exhibiendo sus viriles desvergüenzas, aunque podrán envolverse en esas (sus) blancas pancartas de sabiduría azul: «Agua para todos». (Seguro que, observando el espectáculo, los dioses injuriados, pero vengados, nos enviarán, con feroz ironía, el eco lejano de sus truenos justicieros: «¿No queríais más agua?»).


(*) Profesor y activista ambiental


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