El espectáculo que está ofreciendo la negociación de
gobierno puede calificarse de bochornoso. Dejemos de dar vueltas a lo
accesorio y vayamos al grano: si se convocan nuevas elecciones, sin
razones objetivas de peso, es porque el candidato ha fracasado. Se
precisa otro.
Hastiados, con profunda irritación, muchos ciudadanos
empiezan a esbozar esa posibilidad. La equidistancia reinante –nada que
ver con la imparcialidad– pide siempre "al otro". El otro también, sí,
pero la responsabilidad máxima es de la persona que ha de constituir el
gobierno. Pedro Sánchez, a la cabeza del PSOE, es a quien compete lograr
un ejecutivo estable.
El conflicto es de dimensiones
cósmicas y surgido prácticamente de la nada. A no ser que ahondemos en
esos matices que se agrandan y se convierten en escollos insalvables.
Supuestamente, PSOE y Unidas Podemos son dos partidos de izquierda. No
debería haber mayor problema para llegar a acuerdos. Lo han hecho en
ayuntamientos y comunidades autónomas. Unidas Podemos accedió en la
primera parte del fiasco de las investiduras a descabalgar a su líder,
Pablo Iglesias, porque no gusta al PSOE. Han llegado a decir que sería
como tener al enemigo en casa. Al enemigo, que se dice pronto.
Punto primero: el PSOE no se ha enterado, tal como se
manifiestan en sus filas, de que no tiene escaños suficientes para
gobernar. Y pretende que Unidas Podemos le dé los votos suficientes, sin
más. Ése es el camino en el que realmente está actuando. Las presiones,
coacciones, al partido que dirige Pablo Iglesias sonrojan.
En
política, se ha apuntado el PNV, cuya sensatez tanto apreciamos,
rezando y todo para que haya un acuerdo que evite nuevos comicios. Ellos
no bloquearán la investidura (¿no votarán en contra?) "si el programa
es asumible". Gabriel Rufián, por ERC, evolucionado al más prudente
diputado de la Carrera de San Jerónimo, conmina a Unidas Podemos a no
ser un obstáculo para el gobierno de Sánchez, después de haber tumbado
los presupuestos que llevaron a Sánchez precisamente a la disolución de
las Cortes.
Mediáticamente, no pueden decir más claro
lo que ocurre: el PSOE "hace guiños" a Unidas Podemos incluyendo medidas
sociales. Qué suerte, por favor, las medidas sociales son "guiños" y
sirven para tener los votos de la izquierda. A mí me parece sonrojante,
pero en las cómodas almenas en las que viven algunos, la realidad
cotidiana de los ciudadanos de a pie no se contempla.
Y
eso nos lleva a otro punto clave: ¿las medidas sociales serían "guiños"
de investidura en un partido que realmente fuera de izquierdas?
Pedro Sánchez y su círculo quieren ir a elecciones. Cada vez son más las voces –y los indicios–
que así lo indican. Como en un juego que puede resultar el de la ruleta
rusa. Con un objetivo claro: que el tiro mortal vaya para Unidas
Podemos. Podría ser el reto. Los retos estimulan personalmente a ciertos
caracteres. Es el famoso relato, esa frivolidad de tópico que nos tiene
a muchos hasta más allá de donde alcanzan los brazos en alto. Prueben a
subirlos, va bien para aliviar tensiones de cuello y espalda. El
relato. Lo importante no es lo que es, sino cómo se cuenta. Y cuando se
usan demasiados adornos el fondo se enturbia.
El intento de recobrar el añorado bipartidismo. Con un PP que –repitamos hasta que cale–
obtuvo en abril el peor resultado de su historia: 66 diputados en el
Congreso, y la pérdida de 71, ¡3,6 millones de votos menos! y 145
sueldos públicos. De ahí que aumente las consejerías en la Comunidad de
Madrid en ese laboratorio de la provocación y la impunidad que resume el
gobierno de Casado/Díaz Ayuso.
Es el relato
auténtico, compuesto de hechos. El que llevó a Pedro Sánchez a La
Moncloa gracias a una moción de censura a Mariano Rajoy con la decisiva
ayuda de Unidas Podemos y los nacionalistas. El puesto que le ha
permitido viajar por medio mundo, recibir a mandatarios, y saborear las
mieles y las hieles de gobierno. Apenas un año que puede cerrar con el
camión de la mudanza en la Moncloa para recoger sus pertenencias. Y con
el incomprensible balance de haber perdido el gobierno por una
estrategia peligrosa.
El que puede sentar de nuevo al
PP, aceptado rival bipartidista, en el gobierno de España. El de los
discos de Bárcenas borrados 35 veces, rallados y machacados al que un
juez no ve delito por falta de pruebas y por otros resquicios de la ley.
De esa ley que aplican, los jueces que, en altas instancias, nombra el
bipartidismo. El que pacta con Vox y Ciudadanos y su campaña ultra para
competir en los espacios de ultraderecha. Con esa Cayetana Álvarez de
Toledo a la que odiar e insultar en twitter para distraer y perder
fuerza, pero hiela la sangre –desde su ser tan antidemocrático– al decirle a alguien "que pierda toda esperanza".
Casi
parece dedicarlo al Pedro Sánchez que se ha dejado comer el terreno y
acariciar los oídos. Casi a la sociedad expectante que creyó votar para
que hubiera un gobierno progresista.
Abordemos medidas
de alivio ante semejante panorama. Es evidente que el bipartidismo
quiere revivir modificando el artículo 99 de la Constitución, para
regalar escaños a la lista más votada aunque no se corresponde con la
voluntad popular. Ese intento ya se ha mencionado. El propio Sánchez lo planteó y también, en su día, Pablo Casado. Se hace en otros países nos dicen. Pocos, otras medidas son más frecuentes.
Vemos en diferentes lugares –en los Estados Unidos por ejemplo que tanto gustan–
que cuando un candidato fracasa, se va a su casa. Quizás, es una opción
demasiado drástica para estos lares, pero como idea nos sirve para
cotejarla con otras mucho más lesivas para la sociedad. Un ejercicio
para ver las dimensiones de cada salida. El propio Pedro Sánchez debería
ser el primero en mirarse en ese espejo.
¿Qué tal
pues la propuesta? De no llegar a acuerdos de gobierno, sin mediar
obstáculos de peso, exigir que no repitan los mismos candidatos que han
sido incapaces de conseguirlo.
(*) Periodista
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