domingo, 30 de junio de 2019

Caravaca, donde todos los pecados prescriben


BARCELONA.- Hay pocos lugares extraordinarios. La murciana Caravaca de la Cruz lo es para los católicos: ofrece a sus visitantes la liberación total de las culpas y penas asociadas a cualquier pecado. Un auténtico borrón y cuenta nueva, un ‘reseteo’ espiritual sin letra pequeña. Muy pocos sitios tienen esa capacidad: Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela, Santo Toribio de Liébana... y Caravaca. En el caso de la villa murciana, la razón doctrinaria es la presencia de una pequeña astilla de madera muy antigua en su santuario de la Vera Cruz. La esquirla procede —según la Iglesia— del patíbulo donde Cristo fue ajusticiado, se divulga hoy en el diario La Vanguardia

La tradición atribuye a Santa Elena, madre del emperador romano Constantino I, el hallazgo del madero donde murió Jesús. Sucedió en Jerusalén, discurría el siglo IV e inmediatamente se esparcieron minúsculos fragmentos del santo leño por el orbe cristiano. Esas reliquias se conocen eclesiásticamente como lignum crucis . La mayoría se entregaron a patriarcas de la iglesia oriental, que las adoptaron como fuente de prestigio y autoridad. 
Uno de esos trocitos, el perteneciente al patriarca Roberto de Jerusalén, desapareció de la circulación en el siglo XII, durante las interminables batallas campales entre cristianos y musulmanes en Tierra Santa. La sagrada astilla llegó a Caravaca durante el siglo XIII, no se sabe muy bien cómo, aunque algunas fuentes atribuyen el traslado a los enigmáticos caballeros templarios, quienes tanto defendían los Santos Lugares como guerreaban en tierras murcianas. Su aparición fue, en cualquier caso, muy oportuna.  
La rápida reconquista de la zona obligaba a la Corona de Castilla a su repoblación y defensa en prevención de incursiones andalusíes, pero no resultaba nada fácil atraer a colonos: la vida era ingrata y arriesgada en el territorio, faltaban alicientes. La Corona ‘externalizó’ el problema: cedió Caravaca al Temple para que este asumiera su protección. 
La desaparición de la orden en 1312 fastidió el plan. En 1344, el rey Alfonso XI hizo una nueva tentativa, esta vez entregó la villa a la Orden de Santiago. La custodia de la Vera Cruz justificó la concesión de ventajosos privilegios e indulgencias a sus defensores, y facilitó así una decisiva afluencia de cristianos al territorio.
La orden de Santiago permanecería más de cuatro siglos en Caravaca. Llama la atención la ausencia de su característica cruz en el pueblo. No se ve en ninguna parte. La sustituye otra singular cruz, esta con un largo madero vertical y dos travesaños desiguales. Reproduce la forma del relicario que protege el lignum crucis.
Pienso en esta historia mientras asciendo hacia la Real Basílica-Santuario de la Vera Cruz, un templo de principios del siglo XVII. Su arquitecto fue el fraile carmelita Alberto de la Madre de Dios, quien se ciñó a los austeros preceptos del estilo herreriano. La portada es algo posterior y transmite los gustos del barroco levantino del siglo XVIII. Curioseo un poco las tres naves, pero el ansia me lleva pronto a la capilla de la Vera Cruz. 
Allí encuentro el famoso relicario, un estuche con un mástil vertical de 17 cm y dos travesaños horizontales de 7 cm, el superior, y de 10 cm, el de abajo. No son dimensiones aleatorias, se ciñen a un precepto medieval sobre las ‘proporciones perfectas’: la suma de las dos partes cortas debe equivaler a la mayor. Un pequeño cristal en el relicario permite atisbar la sagrada astilla.
La tradición señala el 3 de mayo de 1231 como el día de la llegada de la cruz a Caravaca, aunque la crónica es un tanto fantasiosa, mítica. Un musulmán llamado Ceyt-Abuceyt señoreaba entonces en la zona; el sacerdote Ginés Pérez Chirinos era su prisionero. Interrogado, el religioso explica que su ocupación principal es la celebración diaria de la Eucaristía, la ceremonia de la misa. El misterio de la transubstanciación del pan y el vino en cuerpo y sangre de Cristo despertó la lógica curiosidad de Ceyt-Abuceyt, quien ordenó a Perez Chirinos la celebración del ritual en su presencia.
Cuando todo estaba dispuesto, el oficiante se dio cuenta de que no había ningún crucifijo en el altar, y así lo expresó. En ese momento irrumpieron dos ángeles con una cruz de doble brazo que le entregaron. Después de semejante prodigio, Ceyt-Abuceyt se convirtió al cristianismo, hay que ponerse en su lugar, adoptando el curioso nombre de Vicente Bellvis. Además se hizo vasallo del rey Jaume I, a quien ayudó en la toma de Valencia. La forma de la cruz se conoció popularmente como cruz de Caravaca desde entonces.
Su culto no solo se extendió ipso facto por la ciudad y su comarca, sino en toda la región murciana y aun más allá, atrayendo a numerosos peregrinos. Esa tradición devota ha perdurado hasta nuestros días. La presencia del lignum crucis y de la Cruz de Caravaca impulsaron al papa Juan Pablo II a conceder el Jubileo perpetuo al santuario de la Vera Cruz de Caravaca en 1998. 
El año jubilar se celebra cada siete naturales; 2003 fue el primero, y el próximo tendrá lugar en 2024. Quien acude al templo entonces y satisface ciertas condiciones se beneficia de la indulgencia plenaria, del perdón de todos sus pecados. Las obligaciones a cumplir son bastante sencillas: la confesión sacramental y la comunión eucarística —no necesariamente ese día en Caravaca—, la participación en una misa en el santuario, y la recitación de una oración por la paz en el mundo y por las buenas intenciones del Papa. 
A diferencia de lo que sucede en otros lugares santos, la Iglesia no exige la llegada a Caravaca a pie para beneficiarse de la indulgencia plenaria. Sin embargo, el esfuerzo de la peregrinación no deja de ser un mérito añadido. Siete senderos penitenciales, debidamente señalizados, confluyen hoy en la ciudad desde distintos lugares del sudeste peninsular. El más popular es el conocido como Camino de Levante, que empieza en Orihuela (Alicante) y tiene 120 km de longitud. Se suele cubrir en cinco jornadas senderistas. 
El romero debe viajar con una credencial que sella en los sucesivos lugares de paso y que da testimonio de la gesta. Por desgracia, la ruta aún no cuenta con albergues a disposición de los peregrinos, quienes tienen que pernoctar en hoteles o al raso.  
Curiosamente, la astilla de madera que hoy se reverencia en el santuario no es la misma que llegó en el siglo XIII. Aquella desapareció el 13 de febrero de 1934, cuando unos ladrones forzaron la puerta del templo y la robaron. Las autoridades no atraparon a los sacrílegos cacos, y el zafarrancho de la Guerra Civil puso fin a la búsqueda. 
Acabado el conflicto, ya en la década de 1940, el Estado franquista consiguió del papa Pío XII otro fragmento de lignum crucis para el santuario de Caravaca, tan auténtico como el original; es el que se venera en la actualidad.

Cómo ir:

Caravaca de la Cruz está a 72 km de la capital provincial, Murcia, desde donde se llega por la autovía RM-15, más conocida como Del Noroeste-Río Mula. La ciudad también está comunicada con Murcia, Benidorm, Jaén o Barcelona mediante autocares regulares. El teléfono de información de la estación local de autobuses es el 968 70 37 20.

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