Si en el buscador de Google tecleas loutish Trump puedes encontrar que hay más de 40.000 entradas. Entre ellas, incluso columnas de The New York Times.
Con esta expresión, suelen referirse al peculiar estilo grosero del
presidente norteamericano que no tiene problema alguno en cargar contra
quien haga falta recurriendo al embuste, el insulto o la humillación.
Da
igual que se refiera a sus oponentes políticos, a líderes
internacionales o a amplios colectivos. Desde su posición, se permite la
descalificación como norma de conducta e incluso recurre a menudo a la
ostentación de la ignorancia.
A lo largo de los
últimos tiempos, acentuado desde la llegada de Vox, parecen ir
extendiéndose en España comportamientos similares. Existe una corriente
generalizada de pérdida de una mínima contención en los comportamientos y
declaraciones de significativos portavoces públicos. Vivimos tiempos en
los que el radicalismo verbal parece haberse asentado. Con ello, se
producen algunos efectos derivados de su uso y abuso. Es evidente que la
utilización de este tipo de lenguaje busca fundamentalmente llamar la
atención de quienes escuchan, con el fin de despertar en ellos
sentimientos de desasosiego y movilización.
Una consecuencia significativa es que, para conseguir esa
reacción, el tono de las afirmaciones debe subir incesantemente. En
caso contrario, se caería en la rutina y el oyente dejaría de prestar
atención. El problema es que ya no cabe marcha atrás y, por tanto, da
igual de qué asunto estemos tratando. La reacción ha de ser contundente,
sonora y apabullante. En muchos casos, toca hablar de cuestiones cuyo
análisis requiere un mínimo conocimiento del asunto. Aquí es donde el
mecanismo explosiona. Un tono desaforado hablando de una materia
compleja que se desconoce conduce directamente al abismo. Ahí es donde
nos trasladamos a un territorio identificativo de nuestra tradición que
parece resurgir con ímpetu: la España Garrula.
En
los años 60 y 70 estaba muy extendida la imagen tópica del español
paleto con boina y garrota que servía de manido recurso para el humor en
la televisión y el cine. Fernando Esteso convirtió en un éxito su
canción dedicada a La Ramona. Doña Rogelia era un muñeco con la que la cómica Mari Carmen reinaba en el prime time
televisivo. Las películas del destape recurrían una y otra vez al
contraste entre la España rural y cateta y una Europa separada por los
Pirineos.
Hoy en día, ese humor ha dejado de funcionar. Básicamente,
porque esa España ya no existe. En cualquier capital de provincias, en
los suburbios de las grandes ciudades y hasta en pequeñas localidades
existe un nivel cultural más que aceptable fruto de la extensión de la
educación y del progreso impulsado desde las comunidades autónomas.
Lo llamativo es que la España Garrula
ha reaparecido en estos últimos años no en el campo, sino en los
despachos oficiales. No florece en las tabernas, sino en los platós de
televisión. No brilla en los escenarios teatrales, sino ante los atriles
de las ruedas de prensa. Da igual el tema y la región. La extensión es
total.
Hemos oído recientemente pedir tratamiento clínico para curar la
homosexualidad; poner freno a las turbas feminazis; permitir las armas
en el hogar; negar la asistencia médica a los inmigrantes; llamar
chupetón al aborto y acusar los colegios de promover la zoofilia, etc.
La España Garrula
caracteriza el lenguaje trasnochado del españolismo excluyente y,
curiosamente, impregna buena parte del discurso independentista cuando
intenta retratar los superpoderes raciales que, al parecer, se adquieren
cuando vas a residir a una determinada zona de nuestro país.
Desgraciadamente, la estrategia de la crispación política conduce a los
líderes que practican la agitación a vivir con normalidad el disparate.
Mientras, desde los medios de comunicación se exhibe sin pudor la
difusión de todo tipo de desvaríos e inconsistencias, sin filtro alguno.
Para colmo, las redes sociales han servido en muchos casos para regalar
un megáfono a contumaces practicantes del garrulismo patrio.
La
disrupción tecnológica está transformando la civilización conocida
hasta ahora. Sólo en España, se calcula que casi un 15% de los actuales
empleos van a desaparecer por el impacto de la robótica. Es necesario
transformar la educación y configurar un nuevo modelo social en relación
con el trabajo.
Mientras, la desigualdad sigue creciendo en el mundo.
25 personas controlan más dinero que la mitad de la población del mundo.
La revolución digital abre un extraordinario espacio para el desarrollo
del conocimiento y para la transformación de la sociedad. Pero tiene
amenazas evidentes. Un desarrollo sostenible se hace indispensable. El
crecimiento descontrolado está destruyendo el planeta. El calentamiento
global sigue subiendo y amenaza seriamente el futuro de nuestros hijos.
Pocos momentos en la historia han concentrado tal nivel de decisiones
trascendentales en tan corto espacio de tiempo. Mientras tanto, estamos
sin gobierno; el debate político se centra acaloradamente en el
nombramiento del secretario segundo de la mesa del parlamento navarro; y
hemos elevado a cargos políticos a personajes que afirman que la única
relación posible entre hombres y mujeres será la prostitución. La España Garrula se impone.
(*) Periodista. Catedrático de Comunicación en la Universidad Rey Juan Carlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario