Tarde o temprano, Ciudadanos tendrá que refundarse. El partido de
Albert Rivera, que primero fue socialdemócrata y luego liberal, deberá
dejar atrás el tacticismo que caracteriza su serpenteante andadura y
echar raíces sobre un sustrato ideológico que permita al menos
identificarlo. No ahora.
A Ciudadanos ahora le toca vivir su minuto de
gloria, gobernar, ayudar a formar gobiernos o tumbarlos, apoyar al PP en
una comunidad y, llegado el caso, apalancar al PSOE en otra. Ciudadanos
ha demostrado que es incluso capaz de votar a una presidenta socialista
y derrocarla antes de que la legislatura acabe, como hizo en Andalucía,
sin que los oídos le chirríen. Es capaz de cualquier cosa, incluso de
abrazar la doctrina de Groucho Marx: «Si no le gustan mis principios,
tengo otros».
Esta ambigüedad exhibe también en Murcia, dejándose
cortejar por PP y PSOE para guardar las formas, pero tejiendo ya una
alianza con el PP que dejaría en la oposición otros cuatro años al PSOE
(la lista más votada), y convertiría en papel mojado las promesas del
partido naranja durante la campaña, en la que sus candidatos fiaron la
regeneración de la vida pública a que el PP saliera del Gobierno.
La
arenga de Inés Arrimadas en la plaza de Belluga acompañará siempre a
Ciudadanos si, como parece que sucederá, alcanza al final un pacto de
gobernabilidad con los populares: «24 años del PP en Murcia son muchos.
¿Os imagináis 28 años gobernando los mismos en Murcia?».
Pero la
gente de Albert Rivera tiene derecho a casarse con quien quiera y a
desdecirse de lo proclamado en los mítines; es el derecho del que
igualmente abusan todos. Las promesas electorales tienen más de
ilusionismo que de compromiso, y así será mientras su incumplimiento no
se vea penalizado con mecanismos como la revocación. Los electores
sabrán a qué atenerse cuando Ciudadanos comparezca otra vez en las
urnas, pero sus seis diputados en la Asamblea Regional le otorgan la
llave para decidir quién se sienta en San Esteban, y están legitimados
para imponerlo.
La semana pasada apunté en esta página mi preferencia en
casos así: que gobierne la lista más votada cuando nadie pueda concitar
una mayoría absoluta que garantice una cierta estabilidad, y que los
pactos puntuales hagan el resto hasta el término del mandato. Es lo que
la ley marca para los ayuntamientos y también lo que podría establecerse
para la Asamblea Regional si los partidos tuvieran la voluntad de
acometer la correspondiente reforma de la normativa electoral.
Me parece
asimismo que esta fórmula responde mejor a la voluntad popular, pues
nadie vota pensando en que su papeleta sume con las recibidas por otras
candidaturas. Nadie vota pensando en coaliciones, sino en que gobierne
la opción a la que otorga personalmente su confianza.
La aritmética parlamentaria, sin embargo, hace que corresponda a
Ciudadanos resolver cómo deshacer el virtual empate entre PSOE (17
escaños) y PP (16 escaños y 800 votos menos). Y deberíamos permitírselo.
La izquierda se ha quedado con la miel en los labios, pero el partido
terminó el 26 de mayo por la noche, y no hay segunda vuelta. La
constitución del Pacto por la Regeneración, y el manifiesto dirigido a
Albert Rivera en el que se insta al líder naranja a que no pacte con el
PP (es decir, a que lo haga con el PSOE) se parece mucho a un escrache
político.
El manifiesto podría ser suscrito por una gran mayoría de los
murcianos, en lo que alude a la necesidad de renovar las instituciones e
incluso por lo que concierne al rechazo de los casos de corrupción que
han salpicado a los gobiernos del PP. La mejor constatación del
presumible respaldo social al contenido del manifiesto es que el PP
perdió las elecciones a manos del PSOE, aunque por poco.
El argumento de
que el centro y la derecha sumaron más que el centro y la izquierda
sirve al PP para explicar su derrota, y resulta útil para tertulias
radiofónicas y análisis de politólogos, pero es una falacia electoral,
por lo dicho antes de que no se vota pensando en espacios sociológicos
ni en eventuales coaliciones. El PSOE fue la lista más votada y eso
sugiere que los electores preferían que gobernaran los socialistas.
Ahora
bien, mientras no se cambien las leyes, ni se penalicen los
incumplimientos electorales, deberíamos dejar a Ciudadanos que decida
libremente, sin ruidosas manifestaciones ante su puerta, a quién vende
su alma.
(*) Columnista
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