La victoria del presidente Puigdemont
frente a las maniobras de la Junta Electoral Central, o Santa Hermandad
de Peralvillo, es un espléndido punto de partida de la carrera electoral
europea. Nadie daba un euro por la suerte del MHP como candidato al
Europarlamento una vez que ERC iba en alianza con vascos y gallegos y
expresa renuncia a JxC. No ya un euro; ni medio cuando también el PNV
se desvinculó de la alianza con JxC. Ni un céntimo después de los
aparentemente escuálidos resultados de las elecciones generales. El
profeta desarmado se quedaba predicando en el desierto.
Y,
de pronto, llegó la JEC, provista del cañón Berta de su ineptitud.
Venía encendida en su catalanofobia y en su deseo de hacer morder el
polvo al supuesto derrotado de las elecciones del 26A. Estaba también
acicateada por la seguridad de complacer al jefe privando de sus
derechos al proscrito, al fugado, al precito y traidor Puigdemont y
dejándolo en dique seco en compañía de los consellers Comín y Ponsatí.
Es
como si el encargado de trasmitir las órdenes cifradas del mando
hubiera sido Gila. De repente, todo el mundo ha visto quién es el
enemigo número uno del Estado. Y la imagen ha cambiado radicalmente. El
fugado, proscrito, etc., resulta ser un hombre solo, enfrentado a un
Estado sin escrúpulos, sin medios materiales a la altura de la tarea que
realiza, sin organización política homogénea y clara que lo respalde y
con un apoyo reticente y oscilante de las organizaciones en principio
aliadas.
Pero
esa imagen que invita a la conmiseración es una de las bases de su
autoridad moral que arranca de la integridad, perseverancia, audacia y
confianza en el triunfo final que parece contagiar a su alrededor. Este
es como una serie de círculos concéntricos que va desde el de
colaboradores más estrechos, compuesto por gentes personalmente leales y
de procedencias diversas, hasta el más amplio del reconocimiento
popular de su legitimidad como presidente, que es el que verdaderamente
cuenta.
Así lo entienden los círculos intermedios, unos alborozadamente,
como las asociaciones sociales y otros más a regañadientes, como los
partidos políticos, empezando por el suyo.
Puigdemont es la voz de la República catalana en Europa, en el "corazón de Europa", como él mismo quiere.
Sin duda, Junqueras, a quien se vaticina éxito notable en las europeas,
también lo será. Pero de forma distinta: por voluntad propia,
reconocimiento popular y manifiesta unción del Estado español,
Puigdemont es la voz de la República. Junqueras es la voz de ERC, un
partido, también por voluntad propia. Innecesario recordar que
Puigdemont ofreció ir de segundo en una candidatura unitaria.
Así
pues, autoridad moral, toda. Legitimidad, absoluta. Reconocimiento,
pleno. La imagen ha cambiado. El prófugo es el legítimo presidente en el
exilio. Lo que no ha cambiado ha sido la escasez de medios materiales.
Al contrario, ha empeorado porque la cacicada de la JEC impidió que la
candidatura de JxC dispusiera del tiempo necesario para prepararse.
Muy
consciente de esto, Puigdemont en su intervención de apertura de
campaña, aspira a que salga la troica de la independencia, él mismo,
Comín y Ponsatí. Sería un buen resultado para una lista que se quiere de
país. Y es una petición del cabeza de lista del president, el que ha
desafiado al Estado. Y que por, eso mismo, se da por ganador.
Con razón.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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