La característica fundamental de la
candidatura a las autonómicas del PP, que se hizo pública ayer, es que
no hay nadie que pudiera sustituir a quien la encabeza, Fernando López
Miras, que es quien la ha elaborado. Se trata, pues, de un candidatura
con blindaje personal. Los nombres que se despliegan bajo el del líder
electoral podrán tener infinitas cualidades, menos una: ninguno dispone
del perfil adecuado para sustituir en cualquier eventualidad a quien los
ha colocado ahí.
Esto es algo
que no ha ocurrido nunca en los veinticuatro años de poder autonómico
del PP. Valcárcel siempre tenía repuesto, y jugaba con la posibilidad de
que se hiciera efectivo. Así fue como engatusó en su día a Antonio
Gómez Fayrén para hacerlo diputado, en el implícito supuesto de que
podría ser su sucesor, aunque en realidad lo utilizó para hacer de
tapadera del ya decidido por él, Pedro Antonio Sánchez.
Pero
cuando, tiempo después, éste sufría una circunstancial inhabilitación
política, Valcárcel tuvo que correr para improvisar a un sustituto que
le permitiera engancharse a las listas del Parlamento Europeo, y
disponía de baraja, empezando por la carta de Francisco Celdrán, que no
le funcionó, y la de Alberto Garre, que tuvo que vender apresuradamente a
la Cospedal después del hecho consumado de haberlo nominado
públicamente.
Pero Valcárcel tenía cantera. Y también Pedro Antonio
Sánchez cuando hizo su propia lista; a la hora de su obligada dimisión
había al menos media docena de diputados del PP en la Asamblea Regional
que podrían haber ocupado su puesto, y se decidió por López Miras.
Bien,
pero llegada la hora en que éste ha de presentar su propia lista, lo
que salta a la vista es que no deja opción a una posible futura
circunstancia en que tuviera que ceder el mando. No hay nadie entre el
núcleo de diputados elegibles en el supuesto de más amplia expansión
electoral del PP que reuna las condiciones mínimas de liderazgo,
inserción orgánica y respaldo de la organización como para adquirir la
condición de sucesor. Ha dejado fuera a Víctor Martínez, a
Martínez-Cachá, a Francisco Bernabé...
En
caso de catástrofe aérea o electoral o en el supuesto de que, aun
habiendo triunfado electoralmente, el joven López Miras sufriera una
iluminación que lo convirtiera al hinduismo y lo curara de las vanidades
del poder para dedicarse a la práctica del yoga, el Grupo Parlamentario
Popular por él diseñado no podría encontrar un líder de reposición que
cubriera de manera estable su ausencia o su indiferencia.
El mensaje es
claro: pase lo que pase, aunque Vox superara en votos al PP, el jefe de
los populares seguiría siendo López Miras, pues no habría quien lo
sustituyera si se atendiera al refrán de que, en ciertas circunstancias,
siempre es peor el remedio que la enfermedad.
El
envés de esta estrategia se observa en la lista municipal de Murcia,
donde José Ballesta no ha tenido inconveniente en situar a Rebeca Pérez
en la segunda plaza, proyectando tranquilidad a su organización para el
caso de que una alianza poselectoral de grupos contrarios al PP
aconsejaran al actual alcalde abandonar la Corporación en la confianza
de que el PP municipal quedaría en buenas manos.
(*) Columnista
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