La declaración contundente, completa y también para algunos controvertida del major Trapero en el Tribunal Supremo es por encima de cualquier otra reflexión que se pueda hacer una prueba definitiva e irrefutable de la inexistencia de rebelión por
parte de los acusados al desmarcar el cuerpo de los Mossos d’Esquadra
de cualquier acuerdo o entente con el Govern para incumplir las
resoluciones judiciales.
Tanto es así que cuando Trapero declaró bajo
juramento en la sala que la policía autonómica tenía un plan escrito,
conciso y detallado para detener al president Puigdemont y a los
consellers si la fiscalía o el juez así lo ordenaba el silencio casi se
podía cortar en el interior del Supremo.
Trapero ha hecho una declaración honesta y profesional que tiene dos
virtudes: la primera, saca o intenta sacar al cuerpo policial de las
garras del poder político y de cualquier acusación al respecto y, por
otro lado, demuestra que todas las decisiones que se adoptaron en su día
se ajustaron a la más estricta legalidad.
En segundo lugar, sale en
auxilio del Govern sin faltar ni un ápice a la verdad. La rebelión es
doblemente indefendible ya que no solo no hubo violencia, indispensable
para cualquier acusación, sino que tampoco hubo un cuerpo policial
dispuesto a ser el brazo armado del Govern.
Eso sí, Trapero ha primado
la defensa del cuerpo, su profesionalidad y su honorabilidad por encima
de un hipotético glamour entre las filas independentistas que nunca
buscó y siempre rechazó. Es un policía y no un político y nunca ha
engañado a nadie. Por ello no había ni un rechazo hacia el major entre
los acusados y tampoco entre los exiliados al acabar su potente
declaración.
La sospecha de que al major Trapero el Estado español nunca le
perdonará la actuación de los Mossos en el atentado yihadista del agosto
de 2017, la efectividad policial a la hora de desactivar la célula
terrorista y la autonomía en sus decisiones durante aquellos días es hoy
más evidente.
Y juzgar a los policías por sus decisiones policiales
debería ser lo más normal del mundo. De hecho, en todos los países es
así. No hagamos, entre todos, que sean lo que no son.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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