sábado, 26 de enero de 2019

¡Voy a Oriente a orientarme! / Guillermo Herrera *

Imagínense un país en el que hayan convivido pacíficamente durante milenios todas las religiones y culturas de la Humanidad. Ese país ya existe, y se llama la madre India.
 
Allí sobrevive el Cristianismo primitivo que trajo el apóstol Santo Tomás y que practica sus ritos en arameo, no en latín. 
 
Allí está el judaísmo primitivo que ha desaparecido en el resto del mundo.

También sobreviven allí los Parsis o Farsis, seguidores de Zoroastro, que fueron expulsados de Persia o Irán.

Además del Hinduismo, que es la religión mayoritaria, está el Budismo, que no tiene castas sociales, al igual que el Jainismo fundado por Mahavira, que se parece mucho al Budismo pero que practica una no violencia extrema.

El Budismo tiene allí sus lugares de peregrinación como Bodhi Gaya donde se conserva la higuera debajo de la cual se iluminó el bendito Buda, o el Parque de los Ciervos en Benarés donde predicó su primer sermón en donde habló de la existencia del sufrimiento y del camino para liberarse.

Luego están los guerreros místicos Sikhs, seguidores del Guru Nanak, con sus grandes turbantes coloridos, que son una síntesis del Islam y del Hinduísmo. Los hippies pobres que llegaban por tierra a la India por la frontera de Pakistán, se refugiaban en el Templo Dorado de Amritsar, en donde les daban comida y alojamiento gratis, porque los Sikhs practican una caridad extrema.

Hasta los Taoístas chinos y los Sintoístas japoneses tienen su sitio y respeto en la Madre India.

Los únicos que dan problemas de vez en cuando son algunos musulmanes. ¿Casualidad?
 
No existe ninguna tierra en el mundo con tanta densidad de santones y místicos por kilómetro cuadrado como la Madre India.

De ahí las frases: “de Oriente viene la luz”, “voy a Oriente a orientarme” o “ver la India y morir”.

Ninguna persona que haya visitado esta tierra sagrada puede volver a ser la misma el resto de su vida, porque produce un cambio profundo en el viajero.

Dicen que Jesús viajó a la India en sus años mozos, en una caravana de mercaderes judíos, y yo estoy convencido de ello. ¿Dónde si no hubiera encontrado tanta inspiración para fundar el cristianismo?

¿No han escuchado la belleza y la profundidad de la música hindú? ¿No han leído nunca a sus maestros espirituales? ¡Son conmovedores!

No existe un solo español que esté tan enamorado de la India como Ramiro Calle, que fue mi profesor de Yoga en la Universidad Autónoma de Madrid.

Les invito a leerlo y a viajar a la tierra de los inmortales con un visado turístico de tres meses, porque recordarán el viaje toda la vida. Pero hagan el viaje de noviembre a marzo, porque el resto del año hace demasiado calor para nosotros.

Cuando estuvo muy enfermo, Ramiro Calle suplicó a su amigo Fernando Sánchez Dragó que lo llevara a morir a Benarés para alcanzar la liberación de su alma. ¡Qué historia tan emotiva! Le salvaron la vida, afortunadamente, en el hospital La Paz de Madrid, tras una repatriación urgente.

El alma de la madre India es profunda y luminosa, y menos mal que está reduciendo su pobreza gracias a su desarrollo industrial e informático, porque los hindúes son geniales con los ordenadores. No olviden que fueron ellos los que inventaron las Matemáticas y el número cero, entre otras muchas cosas. 

 ¡Qué país tan maravilloso, igual que China!


 (*) Periodista


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