Esto no parece estar claro. En todo
caso, tomo pie en una opinión extendida de que la culpa del resultado
electoral en Andalucía es del independentismo catalán, que ha acabado
despertando a la bestia fascista.
Es muy posible que el independentismo
catalán tenga algo que ver con ese despertar, pero hay que decirlo todo:
lo que ha despertado no han sido los pintorescos personajes electos,
que llevan decenios en política.
Los que han despertado son los cientos
de miles de votos que los han puesto ahí. Eso es grave y no se explica
solo por el secesionismo catalán, sino que intervienen otros factores en
los que cada cual tendrá su culpa.
En
primer lugar, la extrema derecha fascista ha estado y está siempre ahí
en España como fatídico resultado de que el fascismo español fuera el
único que no perdió la guerra en Europa, sino que, al contrario, la ganó
y tuvo 40 años para configurar el país a su imagen y semejanza. Así,
mientras la derecha europea se democratizaba, la española se
consolidaba, endurecía y echaba raíces patrimonializando el Estado a
extremos que llegan hasta hoy.
En
segundo lugar, la transición no procedió a depuración alguna de los
aparatos del Estado franquista que simplemente en algunos casos
cambiaron de nombre, pero siguieron funcionando con idénticos criterios y
el mismo personal. A diferencia de Alemania en 1945, en España en 1975
no hubo desfasticización alguna. La extrema derecha franquista quedó
“homologada” como la derecha “civilizada” de un Estado democrático de
derecho que era un Estado potemkin.
En
tercer lugar, el ejercicio sin límites de un poder político tiránico de
la derecha más reaccionaria del PP, basado en la holgada mayoría
absoluta de las elecciones de 2011, insufló energía y seguridad a una
corriente que nunca ha trazado claras líneas de separación entre la
acción política y la delincuencia. El poder franquista era positivamente
delictivo y este, también.
En
cuarto lugar, ese Estado potemkin delictivo goza del cerrado apoyo del
ejército, las fuerzas de seguridad del Estado (algunas de ellas
delictivas en sí mismas), los empresarios, los banqueros, y la iglesia
católica. A todo eso lo llaman Estado democrático de derecho homologable
con los vecinos y no perpetuo sistema de oligarquía y caciquismo al
viejo estilo costista, disfrazado de Estado de derecho.
En
quinto lugar, la crisis económica, el descenso del nivel de vida y los
problemas asociados a la inmigración dieron alas a los discursos
demagógicos, xenófobos y catalanófobos de estos sectores de la
ultraderecha. Discursos como vientos aciagos que agitan densas praderas
de malas hierbas de sentimientos machistas, racistas, autoritarios,
xenófobos, dogmáticos y serviles muy extendidos en la opinión pública
española que lleva años tragando quina con la laxa moral contemporánea y
que, en el fondo, piensa que toda libertad sexual es libertinaje.
En
sexto y último lugar, la indefinición e incapacidad conceptual de una
izquierda española que no ha sido nunca capaz de articularse como una
alternativa no subalterna a la derecha. Lo suyo es el desconcierto y la
incomprensión del movimiento independentista catalán. Es típico de la
ceguera y la cobardía de la izquierda española, incapaz de construir una
idea de país y de nación que pueda aglutinar conjuntamente naciones
diversas, suscribir la visión nacional de la derecha y su forma
criminógena de defenderla.
Lo curioso es que acabe echando la culpa a quien es la principal víctima de aquel renacimiento del fascismo.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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