Si algo han dejado claro
los resultados andaluces y los primeros envites negociadores para
formar Gobierno es que la derecha está lista para ir a votar y ganar,
mientras que la izquierda no lo está. Sobran los argumentos y teorías
para explicar la movilización conservadora y la sonora irrupción de la
derecha extrema. Andamos más escasos de respuestas solidas para entender
por qué 700.000 votantes de izquierda decidieron quedarse en sus casas y
unos cuantos incluso fueron a votar a Vox.
A la hora
de explicar el triunfo de la derecha extrema ya hemos oído de todo.
Desde el clásico argumento de echarle la culpa a la extrema izquierda,
porque a la gente de orden no le queda más remedio que reaccionar ante
tanto desorden, a la habitual panoplia de excusas y coartadas para
convertir a los votantes de la derecha extrema, vengan de la derecha o
de la izquierda, en victimas de la globalización y la crisis, ignorados
por un sistema cruel y unas élites que los desprecian; normalizando así
ese discurso predemocrático de irresponsabilidad absoluta de la
ciudadanía por las decisiones que toma; convertida en electorado que
vota xenofobia, machismo o bajar aún más los impuestos a quienes más
tienen y menos han sufrido con la crisis porque la sociedad es la
culpable.
En esa carrera exculpatoria participan, con entusiasmo
comprensible, los mismos partidos y medios de comunicación que han
convertido el extremismo en un espectáculo y en opiniones que merecen
respeto y deben ser escuchadas.
“Nosotros celebramos la Navidad, ponemos el belén,
ponemos el árbol, celebramos nuestras tradiciones, nuestra Semana Santa y
nos sentimos orgullosos y al que no le guste, que se aguante, porque
nosotros somos españoles”. Lo acaba de decir el secretario general del
Partido Popular, García Egea, en Murcia. No se puede resumir ni explicar
mejor el éxito de las derechas, sin necesidad de tanta palabrería
pseudocientífica. Van a votar porque tienen razón y están encabronados y
si no te gusta, te jodes.
No hay nada que debatir,
no hace falta argumentar, no se pierde el tiempo comprobando hechos o
valorando políticas porque somos españoles y eso lo clarifica y lo
resuelve todo. A la España indignada le ha sucedido la España
encabronada, en la derecha y en la izquierda. Nada hay que discutir
porque todo está muy claro, o se está con ella o contra ella. Sobre esa
ola han surfeado Ciudadanos y el PP, también a ratos el PSOE, para
rentabilizar el conflicto catalán, y ahora cabalga Vox.
Hoy España se divide, también, entre encabronados y no encabronados.
Una de las diferencias es que los primeros van a votar y tienen claro
que la culpa es de todos los que no andan encabronados, por
equidistantes, blandos o colaboracionistas con el enemigo; mientras que
los segundos vamos menos a votar y perdemos el tiempo elaborando
coartadas y justificaciones para desmontar esas acusaciones, en lugar de
aprovecharlo para promover sin complejos nuestras ideas para un país
complejo, tolerante y desencabronado.
(*) Periodista y profesor
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