Uno de los textos más interesantes de Mao Tse-Tung se titula Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno de pueblo (1957). Se puede estar más o menos de acuerdo con la tipología de oposiciones que el Gran Timonel
presenta y con sus propuestas para resolverlas.
Pero es muy probable
que dos cuestiones del ensayo gocen de universal aceptación: 1ª) el
concepto "pueblo" no es una unidad homogénea, monolítica en cuyo
interior no haya sus diferencias y conflictos. Suponer que el pueblo (en
este caso, la revolución y la independencia) ha de sonar como una
monodia es negar o ignorar la multiplicidad de matices y diferencias que
en él arraigan. 2ª) mientras que las contradicciones entre el pueblo y
sus enemigos son antagónicas, las que se dan en el seno del pueblo no lo
son y, en consecuencia, requieren un tratamiento distinto.
Es
ingenuo pensar que una revolución puede planearse en un gabinete y
preverse como un desarrollo lineal, sin altibajos ni incongruencias. Por
dos razones. En primer lugar porque, aunque hagamos todo lo posible,
nunca podremos estar seguros de saber qué tiene proyectado el enemigo.
En segundo lugar porque tampoco podemos estar seguros de lo que harán
todos los nuestros. Y no es preciso recurrir a la existencia de agentes
provocadores en este campo. También podemos encontrarnos -y es
frecuente- con gente nuestra que, llevada de su combatividad, buena
intención y afán emancipador, cometan errores para provecho del enemigo.
Es evidente que no podemos tratar ambos casos de igual manera ni de
ellos debemos esperar consecuencias iguales.
La
dinámica de la revolución es agitada y muchas veces contradictoria.
Quienes la protagonizan tienen procedencias, criterios, hábitos
diversos; también diferencias en el modo de enfocar las situaciones
controvertidas en táctica y estrategia. Y no es raro que entren en
colisión siguiendo pautas propias y distintas y a veces muy conocidas.
Por ejemplo, es frecuente que los sectores más radicalizados exijan o
impongan decisiones que conduzcan a una confrontación directa con las
autoridades con el riesgo de provocar un retroceso y una derrota del
movimiento por su precipitación e intrasigencia. Pero también lo es que
los políticos y dirigentes revolucionarios, los que tratan con los
enemigos en contextos formales, adopten actitudes conciliadoras y hasta
entreguistas bien por sobrevalorar las fuerzas del enemigo, bien por
infravalorar las propias.
Todo
esto es muy conocido y haremos bien en desactivar las contradicciones
en el seno del pueblo o de la revolución. Desde luego, pero ¿cómo?
De
varios modos. En primer término, el movimiento revolucionario no puede
criminalizar a los aliados (y quizá adversarios, pero no enemigos) en su
seno, ni puede embellecer las intenciones de los verdaderos enemigos.
En segundo lugar, los dos polos del movimiento revolucionario
independentista, deben actuar de consuno, en colaboración, aunque no de
modo acrítico. Los revolucionarios que trabajan en las instituciones, en
el gobierno y el Parlamento no pueden empeñarse en conservarlas en su
integridad cuando son excrecencias de un orden injusto que es preciso
abolir, y menos usarlas como ariete contra las aspiraciones
revolucionarias de la gente.
A su vez, esta no puede hacer caso omiso de
las directrices de las instituciones democráticas elegidas por ella.
Lo
anterior es el aspecto negativo de estas contradicciones. Queda el
positivo. Las instituciones en manos de los revolucionarios o
independentistas deben estar al servicio de la revolución en una tarea
muy delicada pues se trata de hacer valer esos medios materiales pero
sin provocar el uso de la fuerza bruta por el Estado.
A su vez, los
sectores llamados "radicales" deben seguir actuando porque son los que
ponen de relieve las injusticias que nos aniquilan a todos, sin temor a
encender un movilización represiva de la autoridad porque esta, en
realidad, carece de autonomía de acción.
Ayer por la mañana, el presidente Torra animaba a los CDR a apretar y a la gente a desobedecer. Pero luego, por la tarde, con las manifas ya desconvocadas, los Mossos cargaron
con saña contra los manifestantes mientras la autoridades (Puigdemont,
Torra, etc) críticaban los métodos radicales y, en buena medida, los
criminalizaban. En recíproca y contradictoria respuesta, los CDR
tildaban al govern, Torra y Buch de "traidores".
Los
dos sectores o extremos deben contenerse, reflexionar y tratar de ser
más eficaces ya que, con la desunión, dan un tiempo y unos medios
preciosos al enemigo. Los políticos y la gente deben actuar para
garantizar el logro del objetivo común sin olvidar que, cuando se da una
contradición no antagónica en el seno del pueblo y resulta difícil
pronunciarse por una de las dos instancias, las instituciones y la
gente, lo más razonable es inclinarse del lado de la gente que, podrá
ser exagerada, pero no suele equivocarse.
Es algo muy simple, que la humanidad viene sabiendo desde hace siglos, milenios: se predica con el ejemplo. Tan antiguo es este uso que en él se basa la idea de nobleza como rango social. Eran nobles quienes se ponían al frente de los ejércitos a dirigirlos desde el lugar de mayor peligro.
Es algo muy simple, que la humanidad viene sabiendo desde hace siglos, milenios: se predica con el ejemplo. Tan antiguo es este uso que en él se basa la idea de nobleza como rango social. Eran nobles quienes se ponían al frente de los ejércitos a dirigirlos desde el lugar de mayor peligro.
Si el presidente Torra anima a la ciudadanía a la desobediencia civil, él debe ser el primero en desobedecer y los demás lo seguiremos.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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