En la universidad española se leen todos los años varios miles de tesis
doctorales. Algunas pocas son muy buenas o excepcionalmente buenas. Un
número considerablemente mayor son buenas. El número mayor de tesis son
medianas o mediocres. Hay también un número muy reducido de tesis
impresentables, que nunca debería haber llegado al momento de su defensa
pública.
Esto es así en todos los
países, aunque el nivel medio de calidad de los estudios de doctorado no
sea el mismo en todos. España se encuentra en la zona alta del nivel
medio de calidad en términos comparados, pero no entre los primeros
lugares de los países que se encuentran en esa zona alta. Como nos
ocurre en general, excepto en lo que a clubs de fútbol se refiere, en lo
que sí somos la primera potencia.
Las tesis buenas y muy buenas
se justifican por sí mismas. Las muy malas se descalifican. Las medianas
o mediocres merecen una valoración matizada. En un sector universitario
al que acceden centenares de miles de alumnos es importante disponer de
un cuerpo de profesores, que no pueden ser todos excelentes
investigadores, pero que es importante que todos tengan algún contacto
con lo que es la investigación.
La elaboración de una tesis doctoral,
aunque no sea buena, ayuda a su autor a ser mejor docente. Y esta
contribución a la docencia no debe ser subestimada. Este tipo de tesis
no son estériles ni para su autor, ni para el sistema universitario
considerado en su integridad.
La tesis doctoral de Pedro Sánchez se inscribe dentro de las tesis
medianas o incluso mediocres. Es una tesis más de las miles que se leen
en la universidad española. No se ha hecho en el programa de doctorado
de uno de los departamentos punteros en la materia, los miembros de la
comisión que la valoró tampoco son investigadores destacados y la
universidad en la que se defendió no ocupa un lugar sobresaliente entre
las universidades españolas.
Pero no hay nada anómalo. Al contrario. La tesis de Pedro Sánchez es de
lo más normal en lo que a calidad de la investigación se refiere.
Indica que su autor sabe construir un discurso propio manejando la
bibliografía y la documentación pertinente y que pasa el trámite de su
defensa pública ante una comisión designada de acuerdo con lo previsto
en la legislación vigente. Nada que pueda llamar la atención en ningún
sentido.
El caso de los
másteres de Cristina Cifuentes, Pablo Casado y otros alumnos VIP de la
Rey Juan Carlos es diferente. Aquí no estamos ante másteres normales,
sino ante másteres anormales, plagados de irregularidades que están
siendo investigadas judicialmente. La conducta de Cristina Cifuentes y
Pablo Casado oscila entre la desvergüenza y el delito. Todo en la
conducta de estos dos políticos de primera fila del PP, así como de los
demás alumnos VIP, es como mínimo desvergonzado y potencialmente
delictivo.
Los tribunales
de justicia acabarán tomando decisiones definitivas sobre dichas
conductas que, de momento, están siendo simplemente investigadas. Habrá
que esperar, por tanto, para ver si se llega a abrir juicio oral y a
dictarse sentencias o no. Pero, por lo que se va sabiendo de la
investigación, parece que la jueza considera que se han cometido
presuntamente delitos.
En el caso de Cristina Cifuentes y otras alumnas
VIP se ha producido la imputación y la jueza está practicando
diligencias de investigación que avanzan en esa dirección de que las
conductas han sido presuntamente delictivas. En el caso de Pablo Casado,
la memoria razonada elevada al Tribunal Supremo es inequívoca.
El 'doctorando' de Albert Rivera es un asunto jurídicamente
irrelevante. El doctorando no existe, de la misma manera que tampoco
existe el licenciando o el graduando. Existe el alumno que está
matriculado en un grado o en una licenciatura o en un programa de
doctorado.
El doctorando es un término del que se hace uso en el acto de
defensa pública de una tesis doctoral. Los miembros de la comisión ante
la que se defiende la tesis se dirigen al autor de la misma como "el
doctorando". Ese es el único momento en que se hace uso de ese término
con carácter general.
Doctorando, no jurídicamente, sino fácticamente, es, pues, el alumno del
programa de doctorado que está a punto de dejar de serlo para
convertirse en doctor.
'Lato sensu', se podría calificar con el término a aquellos alumnos que,
tras haber alcanzado el que se denominaba Diploma de Estudios Avanzados
o de haber cursado el máster habilitante, inscribe en el registro de la
universidad el proyecto de una tesis doctoral con el visto bueno del
director de la misma.
Pero utilizar el término de esta manera induciría a
la confusión. El número de alumnos que inscriben proyectos de tesis y
que no acaban haciéndola es tan elevado, que utilizar el mismo término
para ellos y para el alumno que está defendiendo su tesis doctoral ante
la comisión que debe decidir si le concede el grado de doctor no parece
apropiado.
La inclusión del
término doctorando en su currículum es un intento de confusión. Albert
Rivera hace uso de un concepto que puede dar a entender que está a punto
de ser doctor, aunque todavía no lo es. Se trata de la expresión de una
falta de rigor y de un cierto narcisismo, pero nada más. Es un
indicador de frivolidad y de falta de respeto hacia los usos y
costumbres universitarias. No habla bien, en todo caso, del que se
comporta de esta manera.
Los términos que dan título a este artículo son compartimentos estancos y
las circunstancias que concurren en las personas respecto de las cuales
se está haciendo uso de los mismos no tienen nada que ver entre sí. La
ceremonia de la confusión que se ha puesto en circulación no resiste el
más mínimo análisis. Pero en estos tiempos de posverdad trumpista nunca
se sabe el recorrido que puede acabar teniendo.
(*) Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla
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