La escalada revisionista de títulos y trabajos de políticos
relevantes abre el canal malas prácticas universitarias y políticas que
tienen que ver con la calidad, con la seriedad, con la respetabilidad…
inquieta la velocidad de los procesos, la inmediatez de juicios y
conclusiones, y la emoción desbordada para derribar personajes.
Lo de Cristina Cifuentes fue un despropósito continuado: sus estudios
eran una filfa desde el minuto uno, pero lo peor fueron las
explicaciones, que la llevaron a incurrir en mentiras flagrantes y a
comportamientos extravagantes. Acabó muy mal, aunque sirvió para
destapar la sentina del instituto montado en la Universidad Rey Juan
Carlos por un catedrático nada escrupuloso.
Quizá lo peor del caso es
que meses después no se ha notado propósito de enmienda. Es cierto que
el Instituto está clausurado, y que hay una investigación judicial en
marcha que promete revelaciones tan asombrosas como decepcionantes. Pero
la universidad sigue mirando a otro lado esperando que el tiempo cure,
pero sin tomar medidas ni dar explicaciones.
Lo de Carmen Montón ha sido fulminante, tenía más fuste que lo de
Cifuentes, era menos grosero, pero a la ministra la arrolló el pecado de
arrogancia, no reparó (y sigue sin hacerlo) en el riesgo del plagio que
es pecado mortal. El caso de Pablo Casado sigue abierto en canal, lo ha
manejado mejor que las otras dos víctimas, pero su suerte depende de lo
que los jueces determinen a la vista de la documentación disponible y
de las indagaciones de la jueza que ha trasladado el caso al Supremo.
El asunto del Presidente del Gobierno es más defendible a la vista de
los datos disponibles. Sospecho que algunos se han emocionado demasiado
pronto a la vista de los precedentes. Tumbar a un Presidente captura al
periodismo audaz, pero es un avatar que requiere atar demasiados cabos.
La tesis de Sánchez puede ser mediocre, pero ello no conduce a su
condena. Sería también la de su directora de tesis y de los profesores
que formaron el tribunal y hasta de la próxima universidad.
Conviene evitar el “presentismo” cuando se juzgan hechos del pasado.
Cuando Pedro Sánchez abordó su tesis no era nadie en política, no tenía
cargo con dedicación, su tiempo estaba dedicado a iniciar un ciclo
profesional en la universidad como profesor, lo cual justificaba interés
por lograr un doctorado. Nada apunta que pretendiera excelencia
académica, un trabajo de calidad, simplemente estaba completando un
expediente lo cual no debe llevar a la inhabilitación política.
Pero es evidente que vamos de despropósito en despropósito, a toda
velocidad, con altas dosis de toxicidad y desconcierto para la opinión
pública y de descrédito de la dirigencia política, con los propios
políticos como estimulantes. Demasiada gente con la tea ardiendo en la
mano dispuestos a aplicarla a todo lo inflamable. Me parece aconsejable
serenar, parar, investigar a fondo, rectificar pero desayunar la
merienda, no por mucho acelerar se llega antes a la meta.
(*) Periodista y politólogo
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