sábado, 1 de septiembre de 2018

El General, su tropa y yo / Jaime Peñafiel *

De los casi 60 años que llevo de periodista, 20 de ellos se desarrollaron durante el franquismo puro y duro. Unos mas duros que otros, pero siempre duros.

Como la inmensa mayoría, por no decir la totalidad de los periodistas que ya lo éramos entonces y los pocos que lo seguimos siendo, supe amoldarme a la situación política imperante que no era, precisamente, la más cómoda y fácil para ejercer una profesión basada en el ejercicio de la libertad.

Reconozco que, por desempeñar mi trabajo en la prensa de evasión, lo tuve más fácil y cómodo que los que lo hacían en la prensa de opinión.

De todas formas, tanto ellos y ellas como yo (ha habido mas de una que me ha acusado de ser amigo de “las Cármenes” y “cazar” con Franco, cuando ella llegó a escribir en el periódico Pueblo que Franco era el abuelo que todos quisiéramos tener (sic) ), sabemos que nuestras “obras” se conservaran de por vida en esa conciencia del hombre del siglo XX que son las hemerotecas y que a muchos y a muchas, nos gustaría fueran pasto de las llamas, aunque no hay nada mas fácil que asumirlo.

Mi trabajo en la revista Hola de la que fui redactor jefe a lo largo de veinte años, me permitió moverme entre el Poder, entendiendo como tal la Jefatura del Estado y su tropa, la familia.

Cierto es que yo tenia mi opinión sobre las personas que trataba y los acontecimientos de los que era privilegiado testigo. Pero, al ser la revista una publicación de evasión y no de opinión, estaba condenado, si quería seguir perteneciendo a su staff, a reflejar tan solo lo que Antonio Sánchez Gómez, el fundador y director de Hola, llamaba “la espuma de la vida”, que no era otra cosa que las luces y no las sombras del general y su tropa.

De aquella época y en las hemerotecas están mis reportajes de las numerosas jornadas de montería a solas con el dictador en los puestos de caza, en la finca de mi pariente, Antonio Guerrero Burgos,  “El Cerrón del Castillo de Prim” en los Montes de Toledo. Ó de aquella cacería de perdices, el 1 de febrero de 1961,en Santa Cruz de Mudela que pudo haber sido trágico pero que solo quedó en un gag propio de una película cómica de Charlot cuando Manuel Fraga le pegó un tiro en el culo de Carmen, la hija de Franco.  Ó acompañándole en el Azor. Ó de las largas y nocturnas sobremesa, tras las cacerías, mientras los invitados, incluido algunas veces el príncipe Juan Carlos, jugaban al mus y el General y yo veíamos por décima vez la película “Raza”, de cuyo guión él era autor. Ó la retransmisión de algún partido de fútbol.

En los archivos también deben existir documentos de mi relación con la oligarquía de las Carmenes que tan decisiva actuación tuvieron junto al marqués, en aquella “boda de la conspiración”, de la que fui testigo y que, de haberse celebrado unos años antes de que Franco designara al príncipe su heredero, a lo peor, a su muerte los reyes de España se hubieran llamado Alfonso y Maria del Carmen.

Confieso con Stevenson que mi memoria es magnifica para olvidar pero tantas cosas han pasado ante mis ojos que, aunque muy lejos atrás, flota el recuerdo de los hombres, de las cosas, de los actos, de los pecados, de las negaciones de la justicia.

De todo esto y mucho mas hay en la vida del General y su tropa. Pero, aun así, no hay que olvidar que las naciones no tienen grandes hombres más que a su pesar como nos recuerda Baudelaire.


(*) Periodista


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