jueves, 30 de agosto de 2018

Al carajo / Adrián Ángel Viudes *

Parecería que el título de esta colaboración, es más frase tabernaria que cuidada alocución. Nada más lejos de la realidad.

Por si alguno creyera que había perdido las formas, tan necesarias en un columnista, aclaro que el carajo era una cesta que se envergaba en el tope del palo mayor de una embarcación sin otra finalidad que servir de mal acomodo al marinero que con su comportamiento era merecedor a una condena; de tal suerte que, en estos casos, el tripulante era mandado al carajo, y allí sería el padecer y el crujir de dientes cada vez que la mar se arbolase y el barco diera por cabecear de proa a popa, o escorar de babor a estribor. 
 
Los quejidos, las imprecaciones, los juramentos y maldiciones del condenado los silenciaba la altura del mástil y el sonido del viento y la mar.

Desde entonces, haciendo gala de nuestra querencia marinera, solemos mandar al carajo a todo aquel que con su comportamiento zafio, grosero, falaz y despreciable es merecedor de tamaña condena, y aunque la cesta y el mástil sean virtuales, la intención con que imprecamos compensa la falta de esos instrumentos de castigo

Por mi parte que se vayan al carajo todos los que de un tiempo a esta parte no hacen otra cosa que incordiar, que intentar enfrentarnos los unos con los otros, los que miran para otro lado cuando su obligación es actuar con la misma legitimidad que contundencia, los que se agarran al torticero aforamiento para conseguir ventaja, los que no sienten el más mínimo rubor en colocar a los suyos en los mejores puestos sin importar su cualificación, los que intentan embaucar a los incautos moviendo huesos que poco importan, el pontevedrés que con su huida entregó el poder a un incapaz, los machistas, los incultos, distinguiendo muy bien entre cultura y erudición; y un largo etcétera que cualquiera de mis queridos lectores podría ampliar a su juicio y conveniencia.

Soy de los que piensa que cuando no se puede segar se espiga y que no hay mal que cien años dure. Pero este sin vivir, esta sin razón que de un tiempo a esta parte se ha adueñado de la política, y por vasos comunicantes y siguiendo el mal ejemplo también en parte de la ciudadanía, me tiene hasta más allá de los pelos; deviene en insoportable, y produce una quemazón, una erisipela de la que, por desgracia, no hay otro medio para soslayarla que desconectar si quiere uno sobrevivir. 
 
Pero tampoco es plan meter la cabeza debajo del ala y decir: “Allá ellos, con su pan se lo coman” es tan inútil como aquel paisano que cuando le anunciaban que la gasolina iba a subir contestaba: “A mi plim yo cada vez que reposto solo echo mil pesetas”.

El asunto no está para bromas. Cataluña tiene el foco encendido de nuestras preocupaciones. Aquella bendita tierra de gente trabajadora, responsable, amante de su tierra y de sus tradiciones, se ha convertido en un lugar donde las ideas no se confrontan sino que se persiguen con saña, donde el adversario es enemigo al que abatir, donde la educación, las buenas maneras, el “seny”, han pasado a mejor vida. 
 
Naturalmente que no son todos los catalanes los que han sido inoculados con ese virus racista y xenófobo, sólo una parte y no mayoritaria, pero como quiera que los dirigentes autonómicos y municipales marcan la pauta y han convertido, para conservar el poder, la democracia en oclocracia (el gobierno de las masas) cada vez es más difícil la convivencia.

No hay mal que cien años dure y además porque confío en que los buenos catalanes, aquellos que sin merma del amor a su origen y a sus tradiciones, van a poner freno a tanta satrapía, puedo disfrutar del montón de cosas buenas que tenemos por el hecho de ser españoles.

Y otro sí digo, elecciones ya, para devolver al pueblo su soberanía y el derecho constitucional a elegir en libertad a sus gobernantes; y si además pudiéramos cambiar la ley electoral y que en el parlamento se sentaran aquellos que realmente nos representan proporcionalmente al deseo de todos los españoles, miel sobre hojuelas.
 
 
 
(*) Ex presidente de la CHS y de la Autoridad Portuaria de Cartagena

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