miércoles, 30 de mayo de 2018

En busca del equilibrio perdido (Confucio contra Maquiavelo) / Guillermo Herrera *

Cuenta la historia de Buda que un día observó cómo afinaban una guitarra. Si la cuerda estaba floja sonaba mal, pero si estaba demasiado tensa también sonaba mal y se podría romper. Descubrió que la virtud estaba en el medio, y por eso llamó a su enseñanza “el camino medio”. Lo mismo que los filósofos griegos cuando dijeron que “en el término medio está la virtud”, y que “todo con moderación, nada en exceso”.

Esto mismo lo dijo en España Pedro Muñoz Seca en “La venganza de don Mendo”: “O te pasas, o no llegas... Mas ¡ay de ti si te pasas! ¡Si te pasas es peor!”.- Los jóvenes tienden a derivarse hacia los extremos, debido a su inmadurez, y por esta razón las sociedades tradicionales siempre han buscado ancianos sabios y templados para tomar decisiones importantes.

Estos principios conducen al centro político, pero el centro es una utopía difícil de conseguir por culpa de Maquiavelo, quien opina que el fin justifica los medios, y que el miedo es una emoción útil para manipular al pueblo. Lo que Maquiavelo propone es un relativismo moral muy cuestionable, porque la “razón de Estado” es la razón de las sin-razones. Hannah Arendt escribió que “la debilidad del argumento del mal menor ha sido siempre que los que escogieron el mal menor olvidan muy rápido que han escogido el mal”.

Maquiavelo dijo maliciosamente que “si una persona desea fundar un Estado y crear sus leyes, debe comenzar por asumir que todos los hombres son perversos, y que están preparados para mostrar su naturaleza, siempre y cuando encuentren la ocasión para ello.”

Hobbes dijo la misma perversidad: el poder político colectivo atemoriza a los hombres y gracias a ese temor reverencial, gracias al miedo, se constituye un cuerpo político capaz de frenar mediante dominio y violencia (es decir, mediante el mal) la guerra y el caos continuo. La inclinación malvada de los hombres hace de nuevo necesaria la alianza del poder con el mal mismo para producir los resultados adecuados de la convivencia y la paz.

Todo lo contrario del filósofo chino Confucio, el verdadero padre del centro, a mi juicio, para quien el origen de toda virtud política es la virtud personal y familiar. A su juicio, “en la vida privada como en la pública, hay que observar siempre el sendero superior del Justo Medio”. En última instancia, “todas las personas están sujetas a la voluntad del Cielo, que es la realidad primera, la fuente máxima de moralidad y de orden”.

La esencia de sus enseñanzas se condensa en la buena conducta en la vida, el buen gobierno del Estado, el cuidado de la tradición, el estudio y la meditación. Las máximas virtudes son: la tolerancia, la bondad, la benevolencia, el amor al prójimo y el respeto a los mayores y antepasados. Si el príncipe es virtuoso, los súbditos imitarán su ejemplo: gobernante/súbdito, marido/mujer y padre/hijo. Una sociedad próspera solo se conseguirá si se mantienen estas relaciones en plena armonía.

En cambio Lao Tse opina que “cuantas más leyes se promulgan, mayor desorden reina en el Estado”. (Algo que se podría aplicar en España al pie de la letra.) y que “Con un gobierno difuminado, el pueblo se vuelve honrado. Con un Gobierno vigilante, el pueblo se hace malicioso.” Por eso fracasan las dictaduras. Otra perla de Lao Tse: “Cuando se gobierna a los hombres y se sirve al Cielo, no hay nada como la moderación. Sólo con la moderación se puede estar preparado para afrontar los acontecimientos.”

Pero ojo con la palabras, que son la trampa de los políticos. Necesidades extremas (como la pobreza) requieren de medidas extremas para lograr el equilibrio. La palabra “moderación” se puede convertir en excusa de indiferencia para no ayudar a las personas necesitadas. Por eso es tan difícil de conseguir el equilibrio del centro político. Nadie lo ha conseguido en realidad, sino que permanece como una utopía para idealistas por falta de virtud en los políticos y sobra de maquiavelismo. Ni siquiera se presume de ser de centro, sino de centro-derecha o centro-izquierda, que en realidad es un disfraz para dar buena imagen.



(*) Periodista

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