domingo, 18 de marzo de 2018

López Miras se la juega / Joaquín García Cruz*

Con Franco también se votaba. De las tripas del Régimen salían de vez en cuando hornadas de concejales y procuradores a Cortes en representación del sindicato vertical y de los cabeza de familia y las mujeres casadas (las solteras no contaban), para prestar a la Dictadura la apariencia de un parlamentarismo homologable. 

Aunque eran una farsa, muchos españoles de buena fe creían en la bondad de aquellas elecciones, cuyos resultados no dejaban un resquicio a la sorpresa porque todo estaba tan atado y bien atado como en el congreso regional del PP que hoy se dispone a legitimar, en presencia de Mariano Rajoy y posiblemente por aclamación, el liderazgo, la presidencia del partido y la candidatura autonómica de Fernando López Miras.

Los populares tienen en su mano hacer del congreso un acontecimiento histórico para el PP, conforme al mantra que sus dirigentes repiten machaconamente desde que Miras lo convocó por sorpresa y aventuró que sería «una fiesta democrática». Pero corren a la vez el riesgo de reducirlo a un paripé que atufe. 

De momento, los prolegómenos no podrían resultar más desalentadores. La primera vuelta, que dejó en la estacada a un militante iluso de Torre Pacheco, Antonio Garre, y convirtió oficialmente a Miras en candidato único, ha puesto frente al espejo a un partido incapaz de movilizar a sus afiliados, que no han mostrado el menor entusiasmo por participar de una decisión tan importante como la de elegir a su jefe. 

De los 37.445 supuestos militantes, se registraron para poder votar en la primera vuelta 1.430, de los que únicamente 1.174 votaron al final; 1.067 de ellos apoyaron a Miras y 92 a Antonio Garre, según un escrutinio oficial que, para colmo, ni siquiera cuadra en los sumandos porque olvida los votos nulos y en blanco. 

La dirección del partido intenta justificar tamaña desidia en el hecho cierto de que los afiliados del PP no están acostumbrados a votar y muy pocos se encontraban al corriente de las cuotas, explicaciones que dicen poco y mal de una organización que lleva más de veinte años engrasada. Además, el partido ha ocultado deliberadamente, pese a la insistencia de los medios de comunicación, los resultados de las votaciones en cada uno de los municipios, lo cual resulta de una opacidad más propia de una república bananera que de una formación política moderna. 

Se ha podido averiguar, pero a la rebatiña, que López Miras barrió a su adversario en Murcia, Cartagena y Lorca, y que perdió en Torre Pacheco, y también que en seis de los 45 municipios no se llegó a votar porque no había ningún afiliado al corriente en el pago de las cuotas. ¡Ninguno! 

Al parecer, ni siquiera los presidentes locales del partido, sus alcaldes y los concejales cumplían con la obligación de abonar la cuota, y tampoco aprovecharon el plazo extraordinario del que disponían para ponerse al día en los recibos. Y no hablamos de aldeas aisladas en el quinto pino, sino de municipios populosos como Mula, Librilla, Ceutí, Albudeite, Villanueva y Lorquí, que reúnen alrededor de 1.500 afiliados y que no estarán representados hoy en el congreso con los 26 compromisarios que se les había reservado. 

Cuesta imaginar, a la vista del desinterés manifiesto de las bases, que los 36.000 afiliados que no se molestaron en inscribirse para ratificar o bien rechazar a su líder, vayan a construir con sus aportaciones «el nuevo PP» al que con tanta ilusión fueron llamados por López Miras al grito de «un afiliado, un voto».

Aunque resulte doloroso admitirlo, el cónclave de hoy será finalmente, en lo esencial, un calco de los dieciséis anteriores, a los que los delegados llegaban siempre con el pescado vendido y la única misión de acatar sin rechistar y vitorear al que mandaba.

Pero ese no es el PP que López Miras quiere. Cuando lanzó la convocatoria del congreso extraordinario, del que solo estaban enterados Mariano Rajoy y José Ballesta (a quien confió su organización), él no solo intentaba sacudirse el sambenito de que era un presidente enchufado al pinganillo de su antecesor, un antojo de Pedro Antonio Sánchez, un interino en el cargo, un hombre de paja, un dirigente sin legitimación democrática. Aspiraba a mucho más. 

Me consta su propósito sincero de darle la vuelta a la organización, modernizarla, sacarla del ensimismamiento institucional antes de que sus vicios terminen por corroerla, desactivar a la vieja guardia del museo, transmitir a su gente que las primarias no tienen por qué ser un atributo exclusivo de los adversarios ni un capricho de la nueva política, sino una exigencia social inesquivable; y quería también combatir el miedo a una derrota electoral del que ya se han contagiado amplios sectores del PP. 

López Miras, de cuya fortaleza política dudan muchos aún, dentro y fuera del partido, se proponía hacer tabla rasa, porque, si bien el proceso precongresual se ha visto plagado de despropósitos, contaminado por la injustificable ocultación de los recuentos de los votos, ninguneado por la apatía de los propios afiliados y (debido a todo lo anterior) despojado de antemano de la credibilidad necesaria, lo cierto es que esta de hoy en Murcia será la primera vez que el PP saque las urnas en España. 

Y lo hará ante los ojos de Mariano Rajoy, que puede optar entre soltar una parrafada pensada para lucirse en el telediario de las tres o, antes al contrario, tomar nota de la iniciativa de López Miras, ponerla en valor y extenderla al resto del territorio nacional como un plato más del menú que está obligado a cocinar si no quiere ser engullido por Ciudadanos en 2019, que es lo que todas las encuestas vaticinan. 

La grandilocuencia de los términos que López Miras viene usando en sus declaraciones previas (‘regeneración moral’, ‘futuro’, ‘principios y convicciones’…) solo se explica desde su íntimo convencimiento de que está en su mano pasar a la historia, al igual que solo por una férrea determinación de romper con el pasado se pueden entender los rimbombantes enunciados de las seis ponencias que los compromisarios despacharán esta mañana en un santiamén y sin tomar conciencia de sus contenidos (‘proyecto Región 20-30’, ‘millenials’, ‘libertad e igualdad’…). 

Menos aún se comprendería, de no ser por el afán reformista de López Miras, su propuesta de imponer un Código Ético a los afiliados y los altos cargos de un partido que tantas veces ha asistido connivente, cuando no complaciente, al pisoteo del Código Penal por parte de algunos de sus compañeros.

López Miras se enfrenta desde hoy al reto de sacar al PP regional del sofá en el que sestea, y al desafío de seducir a sus afiliados -con hechos, mejor que con palabras- para que lo acompañen en su viaje regeneracionista, de tal suerte que el congreso que está a punto de convalidar su liderazgo sea, de verdad, el principio de un proceso purificador y no un decepcionante remedo democrático. Ellos verán.


(*) Columnista


http://blogs.laverdad.es/menudapolitica/ 

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