La llegada del president Carles Puigdemont a Ginebra, burlando en la práctica el pressing y
el boicot a los que trata de someterle el Estado español, marca el
inicio de varias jornadas en que Catalunya, los derechos humanos en
España y la autodeterminación serán objeto de debate en diferentes mesas
redondas que se celebrarán en la ciudad suiza, con motivo de la
celebración de la semana anual que sobre los derechos humanos organizan las Naciones Unidas.
Más allá del evidente fracaso de la diplomacia española, incapaz de
impedir el debate en un foro internacional, en plena ofensiva represora
contra las autoridades catalanas que celebraron el referéndum del 1 de
octubre y proclamaron la república, vale la pena poner de relieve tres
cosas.
En primer lugar, el interés internacional por el
caso catalán que se refleja en que ya se han agotado las entradas en
alguno de los foros en que participará Puigdemont y en las numerosas
acreditaciones de periodistas extranjeros. El discurso oficial español,
acusando al independentismo de protagonizar un golpe de Estado, no es
otra cosa que una fachada de cartón-piedra en muchos Estados, una vez se
cruzan los Pirineos.
En segundo lugar, la piña del independentismo y de
los representantes de sus formaciones políticas a la hora de explicarse
en el extranjero. Eso se ha visto perfectamente en la confluencia de
discursos entre Puigdemont, Comín, Puig, Ponsatí y Serret hasta la
fecha. En Ginebra coincidirán Puigdemont y Serret, y veremos si son
capaces de alejarse del clima de confrontación entre ambas formaciones
en Catalunya. Y atención si Anna Gabriel acaba interviniendo.
Finalmente, está el seguimiento que puedan hacer los medios de comunicación internacionales,
ya que el de los españoles es muy previsible. El conflicto catalán
necesita reforzar la red de simpatías internacional. Y el banderín de la
vulneración de derechos humanos, de cuestionamiento de derechos
fundamentales y de retroceso de la democracia sitúa al Estado español en
una pantalla muy alejada de sus socios europeos.
Inclinar la opinión
pública internacional en defensa de estos valores debería ser una labor
no solo del mundo independentista.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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