La semana comenzó el lunes con una encuesta de El Confidencial en
la que Ciudadanos, con una intención de voto del 28,5 por ciento, se
situaba en cabeza de los pronósticos a siete puntos de diferencia de sus
perseguidores, PSOE y PP, que separados por una sola décima de
diferencia pugnaban por la segunda plaza en la foto finish. Seis días
después, la semana se cierra con otra encuesta, la de El País,
que parece un calco de la primera.
Ciudadanos, con el presunto respaldo
del 28,9 por ciento del electorado -cuatro décimas más que en la
encuesta del lunes-, aventaja en más de siete puntos del PP,
que también merece para los arúspices del diario de Prisa -aquí
coinciden hasta los decimales- el 21,5 de intención de voto. La única
diferencia entre ambas encuestas, casi de matiz, es que El País le da al PSOE nueve décimas menos. Podemos alcanza el mismo guarismo en las dos: 17 por ciento.
Me
gustan las encuestas porque me sirven de orientación, pero las tomo con
distancia porque las he visto fallar más que a Benzemá en boca de gol y
me han inducido a protagonizar bochornos patinazos profesionales. En mi
condición de consumidor habitual, sin embargo, debo decir que no recuerdo un solo precedente en
que dos institutos distintos, con solo seis días de diferencia, hagan
pronósticos tan parecidos. Casi idénticos.
Descarto la hipótesis del
espionaje industrial y la única explicación razonable que me viene a la
cabeza es que, en efecto, sus resultados puedan ser ser el fiel reflejo
del clima de opinión de los electores. Otros vaticinios publicados en
los últimos meses señalan en la misma dirección: Ciudadanos toma
distancia y se perfila como favorito para ganar las próximas elecciones.
Me pregunto por qué.
Y confieso que ignoro la respuesta. Encuentro razones -aquí las he
expuesto a menudo- para explicar el desánimo de los votantes del PP.
Además creo firmemente que muchos de ellos ya han tomado la decisión de
cambiar de apuesta. Por eso me da en la nariz que el declive de los
populares no es reversible. El bipartidismo nos ha traído hasta aquí, y
"aquí" es un lugar que no nos gusta. Más de lo mismo, no.
A partir de
esa premisa, la condición humana, que gracias a Dios está
indefectiblemente condenada a la esperanza, tiende a fijarse en lo
novedoso. Y eso es básicamente, al menos para muchos de los votantes
moderados del espectro político, lo que representa Ciudadanos. La novedad todavía inmaculada. De ahí su impulso.
Pero
una cosa es entender el impulso de un partido y otra distinta entender
la progresión meteórica que según las encuestas está empezando a
experimentar. ¿Acaso ha hecho algo especialmente bien Albert Rivera en
los últimos meses para merecer un repunte tan acusado? O visto desde el
otro lado: ¿ha cometido Mariano Rajoy alguna metedura de pata
particularmente llamativa que justifique ese hundimiento?
Lo que a mí me
sale es contestar que no en ambos casos. Ni el crecimiento del primero
es proporcional a sus méritos, que por otra parte desconozco, ni la
mengua del segundo es proporcional a sus estropicios, cuyo catálogo, la
verdad, tampoco incluye grandes novedades.
¿Pero entonces a qué viene tanta oscilación demoscópica? Arriesgaré
una teoría que tal vez suene disparatada. Admito que es la única que se
me ocurre: la calma –llamémosla así– que caracteriza la conducta
presidencial de Rajoy, otrora sinónimo de virtud, ya no se percibe como
sangre fría ante la dificultad del momento sino como obstinada
incapacidad para corregir errores. Aquel magistral manejo de los tiempos
que tanto ponderaban los palmeros de su corte ha devenido en orgullosa
sordera para atender a los mensajes del electorado.
Lo
que quieren los suyos es verle activo frente el marasmo catalán,
ambicioso en las crisis de Gobierno, escurridizo en las emboscadas de la
oposición y decidido a la hora de promover iniciativas políticas. Pero
Rajoy no es eso. Es todo lo contrario: pasividad, falta de impulso, cintura de armario y ausencia de liderazgo.
Su gran especialidad es no hacer nada. Ni bueno ni malo. Cree que las
rentas le alcanzarán para sobrevivir a este bajón electoral y que los
demás, antes o después, se cocerán en su propia salsa.
No
se da cuenta de que esa actitud produce tal decepción entre los suyos
que si la migración a Ciudadanos sigue al ritmo que va, pronto se
quedará más solo que la una. No hay sordo más impenetrable que un necio que confunde la prudencia con la parsimonia. Tan peligroso es correr como un loco que ir pisando huevos.
(*) Periodista
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