domingo, 21 de enero de 2018

Por ética y por estética / Alberto Aguirre de Cárcer *

(...) Muchos políticos olvidaron, olvidan, que, además de gestionar, legislar y velar por el cumplimiento de la ley, una parte esencial de su labor como representantes y servidores públicos es proyectar valores y erradicar comportamientos incompatibles con una sociedad más justa y democrática. 

Y, entonces como ahora, forma parte de las obligaciones de los periodistas, en cuanto depositarios del derecho a la información de los ciudadanos, desvelar e informar de esas conductas reprobables, delictivas o no, cualquiera que sea el coste para su persona o su medio de comunicación y sin menoscabo del derecho a la presunción de inocencia de nadie. 

Sin embargo, los abogados de la senadora y exalcaldesa de Cartagena, Pilar Barreiro, declararon a las puertas del Tribunal Supremo que los medios de comunicación deberían pedirle perdón mientras ella declaraba por cinco presuntos delitos de corrupción apuntados por el juez Velasco, dos fiscales de la Audiencia Nacional y la Guardia Civil ¿Perdón? ¿Por qué?

Hace unos años, en una de las dos únicas conversaciones privadas que recuerdo con la entonces alcaldesa, Barreiro me apuntó que no había nada irregular o ilegal en las acusaciones basadas en las relaciones del Ayuntamiento con su antecesor, el exalcalde socialista José Antonio Alonso. Le respondí que no me correspondía a mí valorar si era legal o no, pero que en mi opinión era muy cuestionable que quien fue primer edil municipal representara a empresas que llegaban a acuerdos económicos con el Ayuntamiento. Por ética y por estética. 

Sería inconcebible, le dije, que una situación similar se diera, por ejemplo, en Madrid, y que era mi obligación informar con rigor de todos los asuntos de interés público en su municipio, fueran favorables o no para sus protagonistas. 

Luego explotó el largo proceso de instrucción del ‘caso Novo Carthago’, que volvió a situarla en el primer plano de la actualidad. 

La última vez que la vi, en un acto público solo unas semanas antes de la ‘operación Púnica’ y antes de que se archivara su implicación en ‘Novo Carthago’, mantuvimos una conversación (irreproducible) ante la mirada entre atónita y temblorosa de un bragado exconsejero del Gobierno regional. Solo ella sabía allí que había llegado a un acuerdo con la trama ‘Púnica’, como reconoció ante el Supremo, para limpiar su imagen en internet de cara a las elecciones, enterrando en las profundidades del buscador de Google todas aquellas noticias que le fueran desfavorables.

 (Antes de la explosión digital, otros relevantes alcaldes, hoy caídos en desgracia, optaban por retirar las suscripciones de los centros de mayores o incluso por comprar todos los ejemplares impresos cuando llegaban a los quioscos para tapar sus vergüenzas).

Barreiro se quedó sorprendida cuando dos meses después de ese último encuentro la invité a un foro de Vocento en Valladolid para hablar del espectacular trabajo de recuperación del patrimonio histórico de Cartagena, un éxito en el que ella tuvo mucho que ver. Supongo que muchos políticos en apuros siempre ven inquinas personales o al menos así lo justifican ante los suyos, cuando se encuentran en apuros por sus propios líos. 

Es el Tribunal Supremo quien debe decidir si en su actuación ha existido ilegalidad y si merece algún tipo de reproche penal. Lo que resulta el colmo del cinismo es reclamar que se le pida perdón tras haber declarado ante la juez que efectivamente contactó con la trama ‘Púnica’ para tratar de mejorar su reputación, manipulando la opinión pública con algoritmos informáticos en la Red y una red fantasma de diarios digitales que difundían propaganda en su favor. 

A efectos legales tiene mucha relevancia si ese contrato lo iba a pagar el PP o se sufragaría con dinero público de la Consejería o del Ayuntamiento, pero desde el punto de vista de la ética pública cualquiera de las dos alternativas resulta inaceptable y debería llevarla a asumir responsabilidades políticas. 

Pedir perdón, que no lo hará, no sería suficiente. Y eso también es aplicable al concejal Roque Ortiz, protagonista de una arenga clientelar en una reunión con pedáneos populares. Hubiera delito o no, hubiera prescrito o no, ya resultó indigerible aquel viaje con el exalcalde Cámara a Turquía en el ‘jet’ privado de un constructor con intereses en el municipio. Lo suyo no tiene un pase más. Lo que dijo y donde lo dijo solo añade gravedad a unas declaraciones políticamente impúdicas.


(*) Periodista y director de La Verdad


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