Al abogado José Pardo Geijo (por lo demás, un gran penalista) le
parece que la Prensa debe pedir perdón a su clienta Pilar Barreiro,
«porque la pobre lo está pasando muy mal» (sé fuerte, Pilar), y ya antes
le sucedió que «la crucificaron los medios y al final el Supremo
archivó» su imputación en el ‘caso Novo Carthago’.
Allí estaba Pardo
Geijo, a las puertas del alto tribunal, rodeado de periodistas que
únicamente querían saber si la senadora seguía imputada tras su
declaración (respuesta afirmativa), pero se toparon de repente con un
sermón del letrado, para quien «hay una cosa que es la lógica
aristotélica, y hay otra lógica que es la de Lewis Carrol, el de Alicia
en el País de las Maravillas».
Ojipláticos debieron de quedarse los
informadores, además de contritos por no haberse arrodillado ante la
senadora al momento y arrepentirse de tantas noticias publicadas que la
relacionan con una trama urdida con el objetivo aparente de saquear las
arcas públicas manipulando el rastro en internet de las felonías de no
pocos políticos de España.
Pardo Geijo explicó a los periodistas de
Madrid que no es dado a utilizar en Derecho la lógica fantasiosa de
Charles Lutwidge Dodgson, el autor de ‘Alicia en el País de las
Maravillas’ oculto bajo el seudónimo de Lewis Carroll, sino que prefiere
recurrir a la lógica de Aristóteles para poder distinguir con más
claridad entre un argumento sólido y otro falso, y salta a la vista que,
si comentó su inclinación filosófica de forma tan ilustrativa, fue con
la única finalidad de inferir que una ruin investigación de la UCO
arrastró al juez de la Audiencia Nacional Eloy Velasco, primero, después
a la Fiscalía, y por último a la magistrada del Tribunal Supremo Ana
Ferrer, al error de señalar a la senadora del PP sin la fuerza
probatoria necesaria.
Es verdad que el razonamiento peripatético al que
Pardo Geijo apela requiere de premisas sólidas (hechos, no conjeturas)
para alcanzar una conclusión irrefutable, así que conviene recordar los
hechos -objetivos, indiscutibles- que se ciernen sobre la inocencia, y
no sé si también sobre la conciencia, de Pilar Barreiro:
1) Contrató con
la ‘Púnica’ publicidad en periódicos digitales montados por la trama.
2) La Guardia Civil sospecha que tales contratos se pagarían con cargo
al Ayuntamiento de Cartagena o la Consejería de Educación.
3) La
exalcaldesa reconoció el lunes pasado ante el Supremo sus tratos con la
red, pero arguyó que serían abonados por el PP, no por el Ayuntamiento
ni la consejería.
4) Consta en autos que el PP de Cartagena negó por
escrito, a requerimiento del juez Velasco, que hubiera solicitado o
abonado servicio alguno a las empresas de Púnica, y no consta, sin
embargo, que pensara hacerlo en el futuro para lavarle la cara a Pilar
Barreiro.
5) El juez instructor de la Audiencia Nacional da crédito al
informe acusatorio de la Guardia Civil y a la voluminosa investigación
de sus agentes de la UCO, que incluye pinchazos telefónicos y correos
electrónicos.
6) Ana Ferrer, la instructora del asunto en el Supremo,
aprecia asimismo indicios suficientes para investigar a la senadora en
cinco presuntos delitos: prevaricación continuada, fraude, malversación
de caudales públicos, cohecho y revelación de información reservada.
7)
Tras su declaración judicial en presencia de su abogado, Pilar Barreiro
sigue imputada, pendiente de que el Supremo sobresea las diligencias o
la conduzca a juicio.
No es fácil decir esto
Fin de la
cita. Hechos sólidos. Lógica aristotélica. Premisas incontestables,
ninguna de las cuales lleva a entender por qué la Prensa habría de
disculparse ante Pilar Barreiro, aun en el supuesto de que la imputación
quedara finalmente en nada y el Supremo archivara la causa.
¿No
será más bien que es ella, Pilar Barreiro, quien debería pedir perdón,
por pasearse por el Senado con cinco imputaciones metidas en el bolso,
por comprometer más aún la maltrecha credibilidad de las medidas
anticorrupción de su partido, la imagen pretendidamente regeneradora del
PP regional de López Miras y hasta el apoyo de Albert Rivera a Mariano
Rajoy en la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado?
¿No es
más cierto que la exalcaldesa pensaba facturar a su partido el precio de
su lavado de imagen personal (y esto, dando por buena su propia
versión), y que hacerlo merece por sí solo un reproche ético y social,
con independencia de la suerte que más adelante corra en el Supremo la
investigación de la que es objeto? ¿No debería disculparse la
exalcaldesa de Cartagena por sus viajes de placer sufragados por la
empresa del servicio municipal del agua, razón por la cual se ve también
bajo sospecha en el ‘caso Pokemon’, que instruye un juzgado de Lugo?
¿Acaso
no son, todos estos, motivos bastantes para disculparse ante los
ciudadanos y también ante su partido -y razones de sobra para dimitir-,
por el daño reputacional que ha infligido a sus compañeros de filas?
Cuesta
trabajo expresar arrepentimiento, es cierto. El británico Nick Clegg,
hasta 2015 líder del Partido Liberal Demócrata, grabó en 2012 un vídeo
para pedir perdón por haber apoyado como socio del Gobierno una subida
de las tasas universitarias que él había criticado durante la campaña
electoral. Lo tituló ‘No es fácil decir esto’.
La exalcaldesa haría bien
en tomar nota de la valentía de Nick Clegg, porque tarde o temprano
deberá agachar la cabeza y olvidarse de la altivez que la llevó a decir
«en Cartagena mando yo».
Bill Clinton pidió perdón públicamente
por su relación «no apropiada» con la becaria Monica Lewinsky. Barack
Obama lo hizo por la muerte de dos rehenes en una operación de sus
comandos secretos en Pakistán. El Rey Juan Carlos se disculpó ante los
españoles por su cacería en Botsuana. José María Aznar pidió perdón a
los gallegos por los errores del Gobierno en la crisis del Prestige, y
Mariano Rajoy hizo lo popio dos veces; la primera, en agosto de 2013,
cuando le estalló en las manos el ‘caso Bárcenas’ -«Me equivoqué»-; y la
segunda, un año más tarde, en el Senado, al destaparse precisamente la
trama ‘Púnica’, el mismo caso en el que Pilar Barreiro está envuelta:
«En nombre del PP, quiero pedir disculpas a todos los españoles». Más
claro, agua. Y es el presidente del Gobierno, además de gallego.
Las
dotes dialécticas del abogado José Pardo Geijo, bien conocidas en los
juzgados de Murcia, explican sin duda su pretensión -legítima- de darle
la vuelta a la tortilla en su comparecencia informativa ante el Tribunal
Supremo para proteger a la senadora. Está en su derecho, pero la Prensa
no tiene por qué pedir perdón a Pilar Barreiro, aunque sea cierto, y no
hay por qué dudarlo, que «la pobre lo está pasando muy mal».
Reponte, Pilar, sé fuerte y pide perdón.
(*) Columnista
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