El discurso del rey Felipe
VI con motivo de la Navidad ha sido un jarro de agua fría para todos
aquellos catalanes que esperaban -más bien, que deseaban como una
muestra de distensión- un gesto de empatía
del monarca tras los resultados de las elecciones de hace tan solo 72
horas y la repetida mayoría absoluta -70 escaños de 135- de las
formaciones independentistas en el Parlament.
Ni que fuera un talante diferente que permitiera empezar a cerrar las
heridas abiertas con su discurso del pasado 3 de octubre, que marcó un
punto de inflexión en las relaciones de la monarquía con Catalunya.
No tan solo del mundo independentista, ni tan solo fundamentalmente,
sino de aquellos catalanes que desde el constitucionalismo vivieron con
horror la violencia policial de aquella jornada.
Nada de eso se ha
producido. En un discurso de casi doce minutos y 1.431 palabras, y empleando un lenguaje más suave que el de hace casi tres meses, utilizó más el palo que la zanahoria.
Obviamente, no se ha producido la rectificación que solicitaba el president en funciones, Carles Puigdemont,
desde su exilio en Bruselas. Seguramente, un ejemplo más de que el
Estado ni está dispuesto a dar tregua al independentismo, ni a leer los
resultados de las elecciones del 21-D como un fracaso de su política represiva.
Esta frase del discurso de Felipe
VI lo resume todo: "El camino no puede llevar de nuevo al
enfrentamiento o a la exclusión que -como sabemos ya- solo generan
discordia, incertidumbre, desánimo y empobrecimiento moral, cívico y
-por supuesto- económico de toda una sociedad".
Si los discursos también son gestos, el cuadro de Carlos III
que preside su despacho y que había tenido un papel protagonista en su
discurso del pasado octubre no aparece al haberse grabado
la intervención en el salón de audiencias del palacio. Pero es
perfectamente visible un busto del monarca que promovió la
españolización de los niños catalanes con una ley de prohibición de uso
de la lengua catalana en todos los niveles de la enseñanza en 1768, hace
la friolera de 250 años.
Está visto que las paredes maestras del conflicto entre Catalunya y España siguen invariables.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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