En la serie Twin peaks aparece de manera obsesiva
una cortina de terciopelo rojo. Detrás de esa cortina se esconde una
realidad paralela: un mundo de fantasmas que tiene las claves del
presente. Detrás de esa cortina, hay otras cortinas, y en ellas habita
una fuerza oscura. Una fuerza poderosa. Esa imagen de la gruesa cortina
de terciopelo es fascinante.
Catalunya ha engullido la actualidad política en España. No
se habla de otra cosa desde hace más de dos meses. Los más diversos
asuntos han quedado ocultos detrás de un espeso cortinaje. La lenta y
constante evolución del caso Gürtel, por ejemplo. Los problemas
judiciales de Alberto Ruiz-Gallardón en relación al caso Lezo (presunta
gestión fraudulenta del Canal de Isabel II). El exministro de Justicia,
expresidente de la Comunidad de Madrid y exalcalde de la capital de
España, podría estar a un paso de ser acusado por la Fiscalía
Anticorrupción.
Detrás de la cortina de terciopelo rojo también ha
quedado muy escondido un acontecimiento singular ocurrido en Murcia. Una
vigorosa protesta vecinal en favor del soterramiento de las vías del
AVE durante los meses de septiembre y octubre, con miles de personas en
la calle. Un Gamonal en una de las capitales de provincia más tranquilas
de España, en apariencia. (Gamonal es el barrio de la pacífica ciudad
de Burgos, en el que estalló hace casi cuatro años, en enero del 2014,
una protesta vecinal de fuerte intensidad, que pronto se convirtió en
símbolo del malestar social en España).
¿Qué más cosas tapa Catalunya? ¿Por qué estalla un nuevo
Gamonal en una fase de aparente recuperación económica?. Quizás el
público comience a tener ganas de descorrer la cortina.
En Catalunya, también hay cortinajes de terciopelo rojo. La
historia de las realidades paralelas es hoy absolutamente verídica. Esa
es la vivencia diaria de miles y miles de personas. Unos creen vivir en
una república; otros estan perfectamente convencidos de que la
declaración de independencia fue un simulacro. La lucha por el control
del relato es insomne en Barcelona.
Catalunya es el titulo de la
última serie de televisión para el público europeo politizado. El
soberanismo llegó roto a la DUI y se habría hundido en el vacío
narrativo, si Carles Puigdemont no hubiese marchado rápidamente a
Bélgica y la juez Carmen Lamela no hubiese ordenado el ingreso en
prisión de nueve consellers.
Hay una gruesa cortina de terciopelo rojo en la emotiva y
teatral discusión sobre si los partidos soberanistas deben concurrir
juntos o por separado a las elecciones del 21 de diciembre. Como ocurre
en la serie Twin peaks, hay una silla. Una silla vacía. Esa
silla siempre ha estado controlada por el partido fundado por Jordi
Pujol, excepto en los siete tormentosos años del tripartido de
izquierdas.
Con Carles Puigdemont y Oriol Junqueras en dos realidades
paralelas de fuerte carga dramática, se dirime si Esquerra Republicana,
con los sondeos a favor, puede ejecutar en diciembre la alternancia y
convertirse en el nuevo centro director de la política catalana.
(Al cierre de esta edición no había candidatura única, pero alerta con los súbitos cambios de guión en la serie Catalunya.
La capacidad de adaptación convergente a las más difíciles
circunstancias puede llegar a superar la legendaria habilidad
camaleónica de la Democracia Cristiana italiana).
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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